Kornél Mundruczó… a examen

Delta

La regeneración a nivel cinematográfico en el viejo continente se ha ido transformando en una realidad durante estos últimos años: ya no hablamos de la Ola de cine rumano desatada gracias a cineastas de la talla de Cristian Mungiu o Cristi Puiu, ni del Nuevo cine griego que concretó Giorgos Lanthimos con la laureada Canino, hablamos de algo más profundo, que subyace en la mentalidad de un pueblo que, por diversos factores, se ha terminado trasladando a un ámbito como el que nos ocupa. Pero esa regeneración no sólo se ha gestado en pequeños movimientos, también en filones —como el que citaba nuestro compañero Pablo en torno al cine georgiano y el reflejo de una realidad en torno a este— o incluso cineastas —como, por ejemplo, en los Balcanes, dejando obras como En el camino de Jasmila Zbanic o Children of Sarajevo de Aida Begic— que han sabido plasmar en imágenes un reflejo, la concepción de un país cambiante que supera traumas pasados afrontando los presentes. De entre tantas cinematografías donde destacar e imponerse ha sido complicado, se antoja fundamental la aparición de algunos de los nuevos talentos del cine húngaro, y es que dejando atrás nombres sonados como los del ya retirado Béla Tarr o el cada vez menos activo István Szabó, el país centroeuropeo ha encontrado en nombres como los de György Pálfi, Szabolcs Hajdu o Kornél Mundruczó, precisamente el que nos ocupa, siendo capaces no sólo de otorgar voz a una reflexión necesaria (ahí están TaxidermiaPleasant Days), también de armar un cine distintivo y con una personalidad arrolladora.

Ya no hablamos, en este caso, del hecho de sostener premisas partiendo desde lo insólito, como en aquel musical/ópera que supondría el segundo largo de Mundruzcó, de título Johanna, sino de además conferir un carácter propio a cada imagen, hacer prevalecer, en definitiva, lo cinematográfico por encima de lo extraño, atípico, no olvidando eso sí en ningún caso el relato como vehículo necesario para obtener un subtexto consecuente. Con esos mimbres, Mundruczó ha sabido otorgar forma y madurez a un cine donde no ha faltado una mirada en forma de parábola a un panorama político-social desconocido para un servidor, pero que casi siempre obtiene pinceladas del cine del húngaro. No obstante, quizá lo más interesante de Mundruczó sea el modo en como ha sabido regenerar y reformular su cine, estuviese quien estuviese detrás del mismo —como cuando, por ejemplo, en 2005, Béla Tarr se puso tras su Johanna—, especialmente tanto desde una faceta visual donde su habitual director de fotografía, el magistral Mátyás Erdély —autor de hacer lo propio en la recientemente laureada Son of Saul—, ha tenido buena parte de responsabilidad, como de una mirada genérica siempre indistinta, como buscando crear una contraposición a través de la que entablar un diálogo propio.

Delta

En ese sentido, el film que nos ocupa, su tercer largometraje y quizá el más completo de todos —a falta de ver White God—, enarbola un extraño ejercicio genérico: si bien todos los componentes (un pueblo ciertamente hostil, alguna que otra vejación, una violencia subyacente…) apuntan al típico thriller rural de los 80, Mundruczó lo despersonaliza transformándolo en una suerte de romance minimalista —establecido en ese magnífico contraste entre la fragilidad y delicadeza de Orsolya Tóth y el porte del compositor (actor para la ocasión) Félix Lajkó— con hechuras dramáticas muy bien reforzadas por su gran trabajo visual —esa subida por el río en señal de duelo, los (des)encuentros en el bar…—. Así, en Delta nos encontramos con la visita de un foráneo al que le será presentada una hermana que hasta ese momento desconocía con la que se entablará un vínculo translúcido, cuasi imperceptible por parte del espectador, pero capaz de adueñarse por completo de un panorama desapacible. Es en ese marco donde mejor refleja Mundruczó la extraña parábola que sobreviene Delta: capaz de lograr con un tacto y entereza bordar secuencias desasosegantes y sublimar un contexto difícil de obtener tal reflejo, el film sabe acallar un tono —el del tenso y fulgurante thriller que remite— para bordear un texto mucho más interesante, donde la confluencia de dos universos, perfectamente marcados a través de imágenes y sonido, se antoja esencial y dibuja uno de los más bellos y brillantes mosaicos en los que perderse no es sino un placer.

Delta

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