La alternativa | Teléfono (Don Siegel)

Teléfono

En 1962, con el mundo entero inmerso en un clima político de temor y ansiedad, se estrenaba El mensajero del miedo, clásico absoluto del cine conspiranoico que utilizaba la idea del lavado cerebral para plasmar el estado de paranoia en el que vivía la sociedad norteamericana tras la Segunda Guerra Mundial. Reconfigurado el mapa de alianzas y rivalidades, la guerra psicológica y subterránea que se estableció entre los bloques estadounidense y soviético dio pie a todo tipo de narraciones sustentadas en el espionaje, la paranoia y el miedo a una tercera Guerra Mundial que, con el precedente de Hiroshima y Nagasaki, se interpretaba prácticamente como el fin del mundo. Quince años después de la obra maestra de Frankenheimer, Don Siegel recupera el tema de los asesinos programados para hablar un poco de todo esto: de cómo la concordia entre las dos grandes naciones mundiales revela su fragilidad cuando un antiguo proyecto secreto soviético (basado en la instrumentación de soldados infiltrados en tierra “enemiga” y controlados a través de duras terapias de hipnosis) se activa, ya en tiempos de relativa paz diplomática, a través del empeño ególatra de un miembro de la KGB interpretado por el siempre eficaz y entrañable Donald Pleasence.

Siegel, que realmente ya había trazado una parábola demoledora sobre el miedo al Otro (en tiempos de Guerra Fría) con La invasión de los ladrones de cuerpos, enfoca el tema desde una perspectiva a medio camino entre la frialdad incisiva de la cinta de Frankenheimer y el más puro cine de entretenimiento y evasión. Poseedora de esa solidez y rigor formales inherentes a prácticamente todo su cine, pero también carente de verdaderos instantes de nervio y brillantez frecuentes en la mayoría de sus películas, Teléfono es un ejercicio de cine de género vibrante, bien escrito y mejor llevado gracias al pulso narrativo del autor de Brigada homicida. Sin hacer menoscabo de esa reflexión en torno a la problemática moral del espía que suele impregnar este tipo de cine, y que en el título que nos ocupa está presente muy particularmente en la figura de Lee Remick, se diría que lo que verdaderamente interesa a su autor es transmitir la carga de intriga que recorre cada minuto del metraje. Sin más. Es decir, Teléfono se aleja, de forma creo que consciente, de los grandes temas y reflexiones que podrían derivarse de su argumento para, en su lugar, facturar con modestia y sabiduría de perro viejo un divertimento tan eficaz y entretenido como corto de auténtico calado dramático.

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Esta falta de ambición, que algunos podrían considerar (no sin razón) un problema, realmente no lo es tanto si el producto que nos encontramos viene elaborado con esa inteligencia pulp (la idea del aparato telefónico contemplado casi como arma mortal, paletos y férreos republicanos USA escondiendo en su interior —sin saberlo: «no hay mejor agente secreto que aquel que no sabe que es un agente», afirma uno de los gerifaltes de la KGB en un momento determinado— a peligrosos soldados comunistas, etc.) que sus guionistas, los competentes Stirling Silliphant y Peter Hyams (este último, ya curtido en tejemanejes políticos en la sombra en películas tan molonas como Capricornio Uno), plasman en un guión rápido, directo, sin apenas gramo de grasa, con protagonistas atractivos (aparte de la pizpireta Remick, ahí está el pétreo Bronson petándolo muy fuerte) y buenos secundarios (Tyne Daly robando planos con facilidad pasmosa). Incluso el amago de subtrama romántica se lleva con un toque de humor muy agradecido, si bien cae en una complacencia fuera de tono en su desafortunado epílogo.

Dejando a un lado estos pequeños defectos, el Teléfono de Siegel sigue siendo un thriller comercial modélico y contundente, que mezcla con habilidad los ítems clásicos del cine de espías con una premisa inquietante (el enemigo puede ser ese vecino al que saludamos cada mañana) que, pese a resultar más bien poco verosímil, al menos saber explotar bien el sustrato paranoico de la trama y reflejar nuestro carácter prescindible dentro de un mapa global dominado por oscuros intereses (y personajes). No es, pues, una película sobre buenos y malos (lo cual se agradece), sino sobre el juego político entendido como siniestro y clandestino equilibrio de contrarios.

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