Nuestra cita con la sesión doble vuelve como cada quince días, y en esta ocasión es para sumergirnos en el Japón más ‹exploitation› dando un vistazo a dos títulos de ‹pinku eiga› que a buen seguro deleitarán a sus fans: Sex and Fury de Noribumi Suzuki y Violent Angels de Kôji Wakamatsu.
Sex and Fury (Noribumi Suzuki)
En esta película ambientada en Tokio durante la era Meiji, la joven Ochô, jugadora, carterista y amante de los tatuajes, busca vengarse de los tres mafiosos que mataron a su padre cuando ella era una niña. Esta ‹pickpocket› tatuada nipona ha basado toda su vida en la venganza y no dejará que nada ni nadie se lo impida, aunque sólo tenga tres cartas ensangrentadas como única pista para encontrar a los culpables. También presenciaremos la inverosímil historia de amor entre un anarquista y una espía inglesa.
Sex and Fury es una historia de venganza muy influenciada por Lady Snowblood, aunque con una visión más sangrienta y explícitamente sexual que la citada. Desde el principio cobra protagonismo la violencia, que se nos muestra sin ningún rubor tiñendo la pantalla de color rojo. La cinta destaca por una exuberante estilización escenográfica, con una mezcla fascinante de imágenes coloreadas con un enfoque deliberadamente psicodélico y delirante, que provoca que sea bastante difícil de tomar en serio. Sus mayores virtudes, desde luego, están en el satisfactorio y colorido aspecto visual de la obra y algunas brillantes coreografías en las escenas de acción.
El repertorio de Sex and Fury es de lo más variopinto y extravagante: luchas de espada desenfrenadas (con el resultado de extremidades que vuelan por los aires), sadomasoquismo, fetichismo, elixires que vuelven ninfómanas a las féminas para poder ser violadas durante toda una noche, desnudez totalmente gratuita (que vista hoy en día resulta bastante desfasada), y chistes escatológicos muy poco acertados, donde los pedos y los condones (aquí llamados “bolsitas indecentes europeas”) cogen especial protagonismo. Todo ello aderezado con una banda sonora y unos efectos de sonido casi más psicodélicos que sus psicotrópicas imágenes.
Quedan en la memoria la pelea sobre la nieve con Ochô completamente desnuda tras ser asaltada en la bañera. Aquella escena en la que nuestra vengadora, colgada de las manos en medio de una iglesia, es torturada por sus enemigos ante la atenta mirada de Jesús. Y muy especialmente la secuencia de acción final al son de Jimmy Hendrix, de la que Tarantino (para variar) tomó buena nota en su Kill Bill.
Reiko Ike, cuya belleza y carisma la convirtieron en una estrella del ‹pinku eiga›, está muy inspirada en su papel. La actriz nipona sustituye su falta de manejo con la espada con una intensidad muy poderosa y una gran sensualidad. Por contra, los actores occidentales y los secundarios nipones están lamentables. Christina Lindberg era una habitual de las películas ‹sexploitation› europeas de la época, pero aquí su actuación resulta poco convincente, seguramente provocada por tener que hablar en inglés y japonés (dos lenguas que no dominaba).
Pese a que el guión esté repleto constantemente de incongruencias, Sex and Fury funciona a medias como entretenimiento pasado de rosca y como cinta de venganzas, aunque esa necesidad imperiosa que tiene de dotarla constantemente de erotismo (incluso en los momentos de acción) se vuelva en su contra. El film de Noribumi Suzuki puede resultar interesante como aproximación al ‹pinku eiga›, o como una irreverente muestra de la historia de la cultura pop de aquella alocada década que fue la de los años setenta.
Escrito por Pep S. Ledoux
Violated Angels (Kôji Wakamatsu)
Dirigida por Kôji Wakamatsu, uno de los verdaderos precursores de lo que hoy en día conocemos como ‹pinku eiga›, Violated Angels supuso una de sus películas más experimentales y, quizá, más personales. A raíz de unos asesinatos acontecidos en 1966 a manos de Richard Speck, quien torturó y asesinó hasta a nueve enfermeras después de irrumpir en el edificio donde se encontraban, el nipón, que justo dos años antes había sido nominado al León de oro de Berlín por su Affairs Within Walls, decidió acogerse a esa historia para dar rienda suelta a un cine que, probablemente, en Violated Angels se sienta más libre que nunca.
Con esa premisa surgida de la historia real de Speck, Wakamatsu sólo necesitaba acudir a las constantes de su obra para sacar jugo a un relato que termina sorprendiendo más por su contenido que por sus formas.
En el arranque se empiezan a fijar esos parámetros a raíz de una secuencia de fotos donde una sexualidad más cruda y nada sugerente hace su aparición para situarnos en el cuarto de dos compañeras. Una de ellas, al oír ruidos en la habitación contigua decidirá ejercer el acto ‹voyeur› espiando a las que se encuentran en esa habitación, en pleno acto sexual. Un acto que pronto será interrumpido por uno de los verdaderos ejes del film, que no es otro que ese asesino que corta de raíz la escena mediando una violencia que, a partir de ese momento, se configurará como elemento clave para delimitar las barreras no únicamente del propio film, sino también de un género en plena efervescencia durante esa década.
Esa violencia ni siquiera define las necesidades del propio asesino que son cuestionadas por una de sus víctimas mediante un monólogo repleto de contradicciones donde lo único que atisbamos a comprender es la desesperación interna de un personaje que bien se podría trasladar a los demás. A todos, menos a una: ella no decide ejercer de ‹voyeur›, sus ropajes la cubren por completo y en ni un solo momento se inmiscuye en la acción pese a que una compañera, atada justo a su regazo, le pida ayuda.
La sensación de quietud de ese personaje es potenciada por momentos de delirio que podrían marcar perfectamente la fragmentación de un personaje masculino que en ocasiones no parece distinguir los límites entre la ilusión y realidad, hecho que termina siendo potenciado gracias a esa conclusión donde Wakamatsu reincide en el tema del embrión, que ya había tocado en The Embryo Hunts in Secret, donde se encuentran finalmente las motivaciones de un relato cuyo esqueleto se sostiene por ello, pues posee momentos disuasorios y, aunque a nivel visual obtenemos apuntes de lo más interesantes (esas imágenes en color), quizá peca en su ambición artística dilatando instantes que complementan a la perfección Violated Angels y la culminan como una angustiosa rareza apoyada por una acertada puesta en escena, pero nos dejan con la miel en los labios de algo que podría haber sido, quien sabe, si mucho mayor.
Escrito por Rubén Collazos