Who Am I – No System Is Safe (Baran bo Odar)

Todo lo que se pueda decir sobre Who Am I – No System Is Safe (Who Am I – Kein System ist sicher) puede llegar a ser papel mojado para la mayoría de sus espectadores. Y no porque la película no se preste a hablar sobre ella, más bien todo lo contrario: las lecturas tanto audiovisuales como del propio guión que se pueden extraer del último trabajo de Baran bo Odar (que ya coleccionó muchas opiniones positivas con su anterior trabajo, Silencio de hielo) son tan extensas que incluso un rato después de finalizar la cinta es difícil aclarar si lo que hemos visto es una pura genialidad o una tomadura de pelo.

La película comienza con el hacker Benjamin Engel (caracterizado por el ya conocido Tom Schilling tras Oh Boy o Hijos del Tercer Reich) realizando una confesión ante Hanne Lindberg, responsable de la Europol para la investigación sobre esta clase de delitos informáticos. A partir de ahí, se va reconstruyendo la historia de Benjamin a base de flashbacks, comenzando por su complicada infancia donde era ignorado por sus compañeros y debía hacer frente a la pérdida de sus padres. Pero el momento decisivo de su vida se produce cuando conoce a Max, Stephan y Paul, tres hackers con los que fundará el grupo CLAY (siglas de Clowns Laughing At You, básicamente “los payasos se ríen de ti”) que, siguiendo las reglas del popularísimo hacker MRX, intentará cometer diversas fechorías en la red de redes, siempre bajo la óptica de la diversión y no tanto por ganarse el pan.

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Una virtud se alza por encima del resto en Who Am I: la estética. Bo Odar identifica el mundo del hackeo con colores oscuros y música de corte electrónico que pulveriza nuestros oídos. En este sentido, cabe destacar especialmente la manera de retratar las conversaciones entre hackers: el cineasta ilustra los contactos virtuales a través de personajes de carne y hueso que, ataviados con máscaras, se encuentran en un vagón de metro. De esta manera, se rompe la simpleza que habrían otorgado las conversaciones en la pantalla de un ordenador con un fantasioso recurso bastante acorde al espíritu de la cinta.

En este sentido, no es menos agradable que Who Am I no deje prácticamente lugar para el reposo en sus 102 minutos. La apabullante BSO y un montaje acelerado que procura cambiar de escenario allá donde transcurra la acción, acompañan a un guión en el que aparece una gran variedad de situaciones: altercados en mítines de extrema derecha, robo de coches, borracheras… Alguna de ellas es bastante gratuita en referencia a que posee una importancia discutible a la hora de desarrollar la historia, pero el vibrante estilo con el que están reflejadas y la adrenalina que de ellas se implanta en el espectador hace que sea tarea imposible calificarlas como puro relleno.

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No menos interesante es la manera con la que Bo Odar y su acompañante en tareas de guión, Jantje Friese, esquivan las trampas en forma de subtramas que se van abriendo y que podrían haber cercenado buena parte del interés de la película. Nos referimos especialmente al lío romántico del protagonista con su antigua compañera de clase Marie. Por fortuna, no tardamos en descubrir que el avance de estas historias paralelas tiene como último objetivo el condimentar a la trama principal. Tampoco se nos debe pasar por alto los brochazos de humor que de manera puntual deja caer el film y que, nuevamente, no sólo tienen su gracia, sino que están introducidos con conocimiento de causa.

Se hace difícil continuar con el análisis de la película sin mencionar cierto detalle presente a lo largo de la misma, pero la revelación de tal cuestión, aun sin ahondar en el fondo, ya constituiría en sí misma un spoiler, por lo que nos abstendremos siquiera de insinuarlo. Concluiremos pues que Who Am I ofrece en su cara visible un entretenimiento a la vez sesudo y trepidante, pero que en su cara oculta esconde algo innegable: todo lo conseguido durante los 102 minutos de metraje puede ser considerado por el espectador como una pieza de ingenio descomunal o como la peor de las engañifas. El que aquí suscribe se inclina por la primera opción gracias a una sencilla razón: el cineasta no ofrece una única vía al espectador, sino que éste tiene la plena potestad de decidir sobre lo que ha visto. Y eso, en una película que explota ciertos vectores del entretenimiento hollywoodiense, es un estupendo ejercicio de honestidad.

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