Los embarazos nunca fueron algo fácil, y en nuestra sesión doble queda rubricado en dos títulos adscritos al cine de género: por un lado el debut del cineasta independiente Zack Parker con una de las sorpresas de 2013, Proxy, y por el otro con una de las cintas emblema de Larry Cohen, la reivindicable Estoy vivo (It’s Alive).
Proxy (Zack Parker)
El cine anti-mater, ese gran desconocido. Muchas películas versan sobre la belleza de prosperar la especie, la esperanza de ampliar una familia y que una parte de ti crezca en un nuevo ser, infinitamente amado. Los embarazos no son perfectos para todo el mundo y la opción de ir contra-natura debía ser explotada en el universo cinematográfico. Si pensamos en esas píldoras anticonceptivas cinéfilas que han sentado las bases, nunca falta en mi mente la exagerada À l’intérieur, que manipula el concepto materno a su antojo aplastando toda emoción de crear vida contra nuestras caras. Pero no es la única, y aunque muchos son los aspectos fallidos, encontramos en una película independiente la plenitud más absoluta.
Proxy, dirigida por Zack Parker, es el fundamentalismo materno llevado a la extenuación. Surge un tema que va más allá de la vulnerabilidad protectora de la madre: el embarazo. Durante la gestación es la mujer la única persona importante, quienquiera que se acerque es por ella por quien vela, y aunque contemplen al bebé, es su piel quien protege la identidad del no-nato. Así, sólo ella es protagonista, nueve meses de exclusividad. Es aquí donde conocemos a Esther (una Alexia Rasmussen perfecta y turbadora como pocas), que a pocas semanas del parto sufre un ataque inesperado y pierde al bebé. A partir de aquí todo vale. La película sufre evoluciones más intensas que un propio embarazo, se aprovecha de los instantes anteriores en los que eres un inocente espectador para alimentar una tensión tan creciente como la apertura de tu boca y el empequeñecimiento de tu estómago. No hay terror más espantoso que aquel que puede hacerse realidad. Los silencios de Esther quedan ocultos tras ese nuevo personaje que pretende completar la distante apariencia de la joven, Melanie (soberbia también la actividad mental de Alexa Havins), que acapara siempre protagonismo con su afectada historia como madre doliente por la pérdida también de un hijo. Ambas mujeres fusionan sus dramas y emprenden el viaje del descubrimiento, donde todo nos remite a un mismo concepto: la madre es la importante, el hijo la excusa para conseguir ese título.
Y es que Proxy no permite cabos sueltos y desde lo inesperado concibe una rocambolesca intención de protagonismo visceral, pese a la lágrima manipuladora de los rostros principales. A todo esto se une un nuevo subgénero, que tengo el honor de titular «películas en las que Joe Swanberg es puteado». Dentro de Proxy, el hombre es una herramienta para un fin, clara está aquí la necesidad de su presencia y aún así, realmente hila mucho más fina su posición en este lugar.
En un duelo de intimidades reconstruidas como sus propios úteros mentales, Proxy no languidece al ceder espacio a cada personaje, construyendo un infierno materno en un acecho oportunista donde la mujer tiene demasiadas máscaras que destapar y confirma aquella teoría del ying y el yang, que decía que nosotras somos la cueva, la oscuridad, un refugio de nuestros propios pensamientos, totalmente desconocidos para los demás. A partir de nuestro tema escogido hoy, llegamos a la gran conclusión: el embarazo puede ser el estado más terrorífico de tu vida, en esta ocasión, si lo que viene detrás no deja espacio para tu presencia. Suprema.
Escrito por Cristina Ejarque
¡Estoy vivo! (Larry Cohen)
Escrita y realizada por Larry Cohen, uno de esos directores proclives al cine de género y fantástico que lo hicieron suyo durante la década de los 70 y los 80, Estoy vivo (It’s Alive) es el claro ejemplo de que ese cine de monstruos/criaturas popularizado a partir de los 80 y a raíz del éxito de Gremlins podía tener vertientes de un calado distinto: tanto alejadas del horror más convencional como de ese sello humorístico que les confirió el propio Joe Dante. Es así como en Estoy vivo podemos hablar de un trabajo que, sin decantar la tensión y mal rollo habituales del género, hallamos unas constantes que nos trasladan a un atípico pero acertado terreno dramático.
Este punto es desarrollado por Cohen a través de la figura de Frank Davies, padre de familia con un hijo que verá como el segundo embarazo de su mujer deviene inquietante pesadilla para ambos cuando del útero de esta surja una extraña criatura cuyo carácter humano queda vinculado únicamente al hecho de haber sido engendrado por esa mujer. En ese sentido, el de dotar de una naturaleza mucho más tangible, incluso podría decirse que efímera, a ese ser, es algo que desarrolla el cineasta desde un buen principio. No es casual que el arranque de Estoy vivo germine de un modo mucho más dramático y perceptible —esas conversaciones en la sala de espera— de lo que en una cinta de género cabría esperar, y pese al giro ciertamente malsano que se producirá con el nacimiento, Cohen no desvía su prisma, que en todo momento queda enfocado sobre la figura de ese padre.
La culpa, aversión e incluso miedos se irán desarrollando de este modo en una cinta que focaliza sus intenciones sobre ese invisible pero susceptible nexo establecido entre la criatura y el padre, instaurando así un núcleo que nos lleva al terreno familiar de una forma más clara de lo que se podría entrever. Las tentativas de desarrollar una cinta de terror al uso, se ciñen así tanto a los ataques de ese ser como a las acciones de la policía por intentar ya no capturar, sino dar matarife a la criatura en cuestión. No obstante, y si bien es cierto que Cohen propone en algunos puntos del desarrollo de Estoy vivo un acercamiento distinto, el cineasta tampoco evita ni mucho menos que su film sea el artefacto de género que verdaderamente es, por mucho que se mueva constantemente en otro terreno que deforma y modifica su tono.
Esa economía de recursos que emplea Cohen en los mentados ataques —planos cerrados, subjetivos, fueras de plano…— fortifican así un discurso que, si bien tiene relación con el horror más puro —e incluso en ocasiones irracional, despiadado—, otorga espacio para desarrollar facetas que alcanzan su cima en ese inquietantemente ambiguo —pero deliberadamente previsible— fragmento desarrollado en el interior de la casa de los Davies, así como en un final que, bebiendo de ese carácter más genérico, sabe llevar hasta las últimas consecuencias sus objetivos dejando en Estoy vivo algo más que una pieza de género, y mostrando tras ella un cineasta con inquietudes, talento y una visión distintiva a la que hay que dotar del merecido valor.
Escrita por Rubén Collazos