Cuando me consultan una película bosnia para iniciarse (cosa que es falso, nadie me pregunta por donde empezar con el cine bosnio) suelo recomendar Gori Vatra (2003, Pjer Zalica). No tanto porque pudiera ser una película más accesible para todos los públicos, si no porque realmente la considero una de las comedias más lúcidas y divertidas que he podido ver en mucho tiempo.
La estructura recuerda irremediablemente a esa obra maestra del cine español que es ¡Bienvenido, Mr. Marshall!. En un pueblo bosnio, poco después de la firma de paz que supuso el fin a la guerra que asoló al país, los habitantes son informados que el mismísimo Bill Clinton hará acto de presencia en un futuro inmediato para impulsar la reconstrución del país y la reconciliación entre etnias. Todos huelen dinero fácil, así que se ponen a trabajar juntos. Aunque se sigan odiando. El caso es aparentar.
Así tenemos una cinta coral, de un humor negrísimo, con toques dramáticos bien suministrados en pequeñas dosis que hielan la sonrisa.
Los primeros en comprender que la llegada de Bill Clinton puede suponer un impulso económico para sus actividades son los mafiosos y dirigentes corruptos del lugar. Toca representar un nuevo papel, el de una ciudad multicultural, pacífica y en armonía. Vestimos a las prostitutas de embajadadoras, damos abrazos a todo el mundo, repartimos sonrisas, engatusando a quien haya que engatusar, y todos contentos.
Lo cierto es que el pueblecito es un desastre. Sigue habiendo minas por todas partes, la gente sobrevive al trauma de la guerra como puede, y los fantasmas de los muertos están aún muy presentes. Los únicos que están contentos son el grupo que trapichea con todo lo que pueden y unos políticos deleznables, pero a la altura de las circunstancias ante la llegada del presidente americano.
La película funciona a las mil maravillas en escenas resueltas con imaginación y siempre buscando una intención. Sirva de ejemplo esa conversación entre los dos alcaldes de las dos etnias, antiguos vecinos y amigos, que se odian. Pero ante las circunstancias deciden quedar para hablar, por primera vez en años. El lugar elegido es un parque infantil destruido, con las huellas de la guerra todavía visibles. Así que esos dos adultos, sentados en un columpio, llegan a un acuerdo de manera rápida: «tú no me caes bien y yo no te caigo bien, pero podemos salir ganando si nos juntamos para esto». Antes de marcharse, el representante serbio hace una declaración absoluta. Una declaración sincera entre dos iguales. Una declaración que intuimos es compartida por su viejo amigo: «eres un capullo. Me alegro que haya habido una guerra». Pasamos de la risa a quedarnos con cara de imbéciles, todavía con la sonrisa en la cara, pero helada. Así funciona la película. Funciona como un mecanismo perfecto de escenas y subtramas que como conjunto cumple a la perfección a la hora de criticar a una sociedad anodada y demasiado aturdida para reaccionar, dirigida por lo peor de la clase dirigente europea, totalmente clientelista y corrupta, que usan el nacionalismo y el machaque al contrario (o el propio anti-nacionalismo) mientras pactan por debajo de la mesa con viaje de maletines de ida y vuelta.
Todo es una representación, una obra de teatro absurda y grotesca, donde la población cumple sin rechistar su función de víctima y testiga privilegiada ante unos directores de orquesta que dirigen el caos y la ruina para su crecimiento personal. Y económico.
En este baile de máscaras encontramos a un proxeneta que de la noche a la mañana se convierte en uno de los hombres fuertes de la ciudad encargado de acompañar al delegado internacional para presentarle los avances multiétnicos del pueblos. Las prostitutas son artistas folclóricas que fomentan la diversidad cultural, el servicio local de bomberos, separado en dos en todo el país entre diferentes etnias en una misma localidad, comienzan a ir juntos en determinadas horas y lugares para aparentar normalidad. Incluso los comunistas tejen banderas de barras y estrellas para profesar el amor sincero y fraternal ante los americanos (aunque el hábito nos regala esa divertida situación con miles de banderas americanas con las estrellas rojas). Eso es bosnia. Un chiste grotesco, sin gracia. Un desastre.
Luego tenemos esas pequeñas historias, con el padre que conversa con su hijo y que terminará detonando todo en un final explosivo. La pareja que intenta no naufragar después que ella pierda las piernas por la explosión de una mina, escondida en su propia casa cuando retornaba después del exilio, los bomberos que entre silencios, comienzan a entender que serbios o musulmanes, son ante todo eso mismo, bomberos. No sé cuantas veces he visto películas con dos grupos enfrentados que acaban siendo super amigos, presentado en una estructura clásica, que no sorprende y con un final impostado. Aquí no ocurre. Y aquí no ocurre porque se palpa esa realidad, esas ganas de querer romper el hielo y hablar con el otro. Ese dolor por saber que los familiares siguen enterrados en una cuneta cualquiera.
Gori Vatra, o Fuse en su título internacional, abandona en sus compases finales la comedia disparatada y negra para acabar confluyendo en un sincero drama bañado de humanismo. Sirvan de ejemplo esos bomberos, con una historia sencilla y bien contada de la búsqueda de la venganza y el perdón. Donde al final musulmanes o serbios fueron engañados en una guerra, que aunque sin duda comenzaron los dirigentes ultra nacionalistas serbios, arrasó con todos, sin olvidar tampoco las atrocidades cometidas por los Chetniks. Un incendio que sólo ellos pueden apagar. Pero el incendio no es sólo físico, y pocos estarán dispuestos a acabar con las llamas.
Así, en el plano político, a parte de su crítica a un sistema podrido que nació de la guerra, tenemos esa mirada tan interesante, certera y ya todo un clásico por parte de los intelectuales y artistas bosnios: La guerra fue terrible, y sí, el ejército serbio masacró a la población en una guerra civil donde los desmadres fueron cometidos por todos, aunque con un bando donde se niega cualquier matanza y donde las ordenes venían de arriba y estaban cuidadosamente planeadas, y otro bando que no. De todas formas, este tipo de cine siempre subraya algo que queda claro y es contado siempre de manera harto inteligente (cosa que tendríamos que aprender, con un cine social español que en muchos casos da arcadas por su simplismo y maniqueismo); los serbios no son el enemigo.
Un cine que denuncia y a la vez intenta ser un puente en un país aún dividido. Una película que comienza como comedia y en determinados momentos va dejando detalles tenebrosos para acabar siendo un terrible drama sin olvidarse del humor ni caer en la pornografía emocional.
Gori Vatra es, sin duda, una joya. Una auténtica sorpresa perpetrada por uno tipo del oficio de Pjer Zalica, que sabe tejer unas escenas que por separado tienen mucha fuerza y en conjunto funcionan a la perfección, con una idea del ritmo ágil que nos lleva volando al final. Se hace corta la película. Poco se le puede reprochar. Tal vez cierta sensación que el final no sorprende, que se ve venir, pero igual es más debido a la semejanza a ¡Bienvenido, Mr.Marshall! en su trama que a otra cosa.
Si alguien me preguntara por una película bosnia, la primera opción siempre sería Gori Vatra.