Todd Haynes repite su éxito de Lejos del cielo, acercándonos una historia de amor prohibido que, nuevamente, ambienta en los años 50, y, también nuevamente, lleva como protagonista a una mujer de clase alta. En Carol son dos mujeres las que se arriesgan a romper las reglas de una sociedad cerrada, mostrando su amor. Cate Blanchett y Rooney Mara son las actrices que dan vida a Carol y Theresa. La primera, divorciada y con un hijo; la segunda, algo más joven, intenta emprender su viaje como fotógrafo. Una mirada furtiva, un tren de juguete que se detiene, unos guantes olvidados y la historia comienza su curso.
Haynes se caracteriza por dar a sus planos una delicadeza sublime. Sus movimientos son dulces, sus giros suaves y sus personajes son tratados con mimo. Ya se atisbó esa característica en Lejos del cielo, y vuelve a recurrir a ella en Carol, y eso se nota en un montaje en el que parece acudir a una línea de continuidad, donde los cortes son apenas imperceptibles. Carol y Theresa son dos mujeres pertenecientes a generaciones diferentes, pero eso no les va a impedir sentir ese flechazo a primera vista, durante un encuentro que marca claramente el cambio de roles de identidad sexual desde temprana edad, y lo que marca (aunque de forma muy tópica) la sexualidad de Theresa. Obviando diálogos imprescindibles, la palabra pierde el interés en la historia entre estas dos mujeres, y las sutiles insinuaciones dan paso al arte de la seducción, a la entrada de un amor que trasciende a todo obstáculo, o al menos lo intenta. Se trata de un suspiro que el viento arrastra hasta esas miradas cómplices que se otorgan la una a la otra, y hasta unos expresivos gestos que lo dicen todo sin necesidad de mediar palabra alguna. Ese es el don de la delicadeza que Haynes otorga a Carol y Theresa, consiguiendo que la primera mirada, la primera caricia, el primer beso, todo, consiga apasionar, alcanzando hasta el último poro de la piel del espectador, que a estas alturas ya ha perdido el control de sus emociones.
Pero no todo el mérito iba a ser de Haynes, pues Blanchett y Mara crean una pareja muy creíble. Entre ellas surge algo más que lo escrito en el guión (el primero para cine de Phyllis Nagy, basado en la novela de Patricia Highsmith), una química que combustiona con el mínimo roce. Dos roles muy diferentes, pero tan paralelos, que casi se tocan. Carol es determinante, segura, un poco autoritaria, una mujer de los pies a la cabeza. Por su parte, Theresa representa la dulzura, la inocencia, una mirada perdida y un rostro de una felicidad que no había sentido nunca. Por separadas resultan una delicia, pero juntas es cuando nos ofrecen esa simbiosis perfecta que conforma una relación ideal.
Haynes da a su película un buen ritmo, aunque ligeramente lento. Sin embargo, pudiendo parecer una contradicción, la historia de Carol y Theresa se va en un suspiro; termina igual que empezó, sin apenas darnos cuenta. Su relación es narrada de tal forma que no necesita caer en reiteraciones banales ni caer en recursos manidos de su género, con ese ritmo calmado y delicado, pero directo. Sólo le quedaba rematar el último problema: “¿cómo termino su historia?”. La solución sólo podría encontrarse en la mirada del espectador, al que Haynes regala dos planos que, sin utilizar palabra alguna, lo dicen todo.
Carol resulta una historia de amor fuera de lo habitual, delicada y pasional, que conseguirá enamorar a buena parte del público. Una pequeña joya brillante que despertará corazones, elevará espíritus y abrirá mentes de una forma magistral.