Un viaje entre ex-cuñados a la ídilica Islandia es el punto de partida de esta Land Ho!, primera colaboración tras las cámaras entre Aaron Katz —conocido por títulos como Quiet City o la más reciente Cold Weather— y Martha Stephens. Pero entre cuñados las cosas no siempre fueron fáciles… ni difíciles. Bueno, en realidad hay tantos cuñados como relaciones se podrían establecer, afirmación que se caería por obvia si no fuese porque entre otros miembros indirectos familiares los lazos casi nunca fueron placenteros (las siempre temidas suegras). Pero a Katz y Stephens no interesa tanto el marco ni la relación entre ambos, lo propuesto es más bien un viaje a ciegas que en el caso de Colin deviene en algo literal cuando su ex-cuñado y amigo Mitch decide sacarle un billete para que vuele con él al país noreuropeo. Un viaje en el que no se sostiene tanto un vínculo entre ambos ni lo que pueda surgir del mismo —se definen sus situaciones de modo tenue; cómo el primero perdió a su mujer mientras el segundo fue abandonado por su respectiva ex-pareja, ambas hermanas—, sino más bien la liberación reflejada después de un periplo vital que parece necesario sacudirse, como dejando atrás lo pasado y regenerando expectativas.
Es así como se comprende una estructura episódica que no resulta ni mucho menos casual. Las ganas de emerger por encima de esa etapa expirativa, reflejada en el encuentro con la sobrina de Mitch y su amiga, como si bajar los brazos estuviese prohibido y más aún admitir la tercera edad como un fin de ciclo, contrastan con la calma e inspiración de un segundo tramo en el que la delicadeza de tierras islandesas sobresale en forma de «road movie». Pero ese contraste no se dibuja de un modo especial en el periplo iniciado por los dos protagonistas, y la línea que separa los tres episodios de Land Ho! resulta sutil, casi imperceptible. Sí, puede que en cada uno de esos pasajes Katz y Stevens nos lleven por distintos derroteros, pero en la praxis lo que sobresale es la total aceptación, incluso reivindicación, de un estado que Mitch y Colin no parecen reconocer como tal. Algo que queda refrendado además en una magnífica secuencia conclusiva donde los protagonistas se funden con el propio paisaje no como acto revelador, sino más bien emisor de una condición ante la cual afrontar la existencia como acto liberador.
La estupenda banda sonora de Keegan DeWitt no únicamente refuerza un discurso que Earl Lynn Nelson y Paul Eenhoorn comprenden desde la sencillez, con una mirada refrescante y vitalista. También acompaña el preciosismo de un paisaje, el islandés, que funciona como perfecto conductor emocional de un enfoque eminentemente positivo. Como si de una «feel good movie» se tratara, pero sin someterse a las cualidades de un planteamiento quizá en cierto modo más dócil, más ávido a establecer una clara conexión afectiva con el público, Land Ho! se define a través de actitudes que se desvinculan del arquetipo más próximo. Y lo hacen estableciendo una huida que rebasa los términos más obvios, que se cimienta en un gesto independiente más que rebelde, algo que fácilmente se podría asociar a su comportamiento. Así, si en Aguas tranquilas uno de sus personajes decía que para él una etapa como la vejez había que afrontarla haciéndose a un lado, intentando ser una carga lo menor posible, para Mitch y Colin el mejor escenario es aquel donde tal cosa se desvanece, ellos se convierten en el centro de toda atención e incluso el más embellecedor de los paisajes queda difuminado ante el vivaz y convencido paso de dos siluetas cuyo viaje no podría ser más bello e inspirador.
Larga vida a la nueva carne.