En el plano inicial de esta Queen of Earth, Alex Ross Perry encierra a su protagonista —una Elisabeth Moss que repite después de Listen Up Philip— en lo que se persona como ruptura emocional que marcará el devenir de una propuesta acentuada por los espacios, por un marco que casi sin quererlo se transformará en vital para su desarrollo. No abandona Ross Perry su estilo dialéctico sumergido para la ocasión en un terreno psicológico que alude directamente a algunas de las voces más representativas del género. Ello no es óbice para que el de Pensilvania pierda ni mucho menos la personalidad que atañe a un universo diluido siempre en tonalidades capaces de dotar con lucidez de un carácter único a la imagen. Así, mientras en Listen Up Philip los vaivenes del protagonista y su naturaleza verborreica —prácticamente emparentada con el cine de Woody Allen— fijaban esa esencia, en Queen of Earth logra forjar ese efecto en la utilización de un escenario que, si bien se muestra invariable durante el primer tramo de la película, capta en su tejido un componente capital para enarbolar la atmósfera del film. La luminosidad de la que hace gala una fotografía que incluso en los planos más cerrados obtiene un alto grado de nitidez, se erige como precursora en una imagen que bien nos podría retrotraer directamente a un film como El resplandor —con el que también lo emparentan esa escisión narrativa en jornadas y el empleo de una banda sonora que, si bien se muestra más enfática en Queen of Earth, ayuda a forjar esa tonalidad tan marcada—, siempre (eso sí) guardando las distancias con un cine que se siente personal e intransferible en manos de un inspirado Ross Perry.
El componente psicológico implícito en ese inquietante «score» no es más que un modo de rubricar aquello que el cineasta trabaja desde la narración: esos «flashbacks» desplazados de su concepción como tal y añadidos con gran perspicacia, no sólo sostienen los claroscuros de esa relación entre Catherine, la protagonista, y Ginny; son, además, indicadores de una ambiente quebradizo. Es ese el motivo por el que Ross Perry los desposee de su naturaleza, y es que la situación de Catherine queda descrita en ese primer plano del film, como si se renunciase a seguir dando forma a un pasado siempre presente y las incursiones en el mismo fuesen fruto y consecuencia de la situación actual. Todo ello es sostenido por Elizabeth Moss y Katherine Waterston, sendas protagonistas y motores de una cinta tan capaz de funcionar tanto mediante estímulos —siempre atados al nivel que muestran ambas actrices— como a través de la progresión de un tono que no deja de crecer e incluso modular sus propiedades para disponer un terreno siempre sostenido desde la misma perspectiva más allá de su cambiante carácter.
De la luminiscencia dominante en los dos primeros actos, Ross Perry nos sumerge de un modo un tanto repentino en un contexto que, si bien continúa resultando algo claustrofóbico y enardecido, queda empapado por un lóbrego aspecto hasta entonces inexistente. Es en ese punto donde Queen of Earth se encuentra con un reverso «polanskiano» que, si bien se asemeja como un consecuente reflejo de lo relatado hasta ese momento, no sostiene la misma intensidad y ambigüedad. Pero el cineasta se muestra de nuevo jerárquico y logra que lo que ese conjunto deja de transmitir, sí lo hagan algunas de sus secuencias, como esa devastadora reacción de Catherine frente a Rich, un amigo de Ginny, durante la cena. Puede que en ese nuevo marco Queen of Earth pierda ciertas cualidades que habían ejercido como punto diferencial, y no las termine de comprender desde ese prisma que más bien parece apuntar a la degradación tanto física como psicológica de la protagonista, pero tan cierto es como que el cineasta refrenda y sostiene ciertas virtudes con una facilidad pasmosa. Es así como los dos últimos planos, contrapuestos con una tenacidad y lucidez indiscutibles, reflejan el punto final de otro de esos recorridos por la enfermiza psique humana, comprendida en Queen of Earth como un tan inquietante como brillante ejercicio que continúa refrendando la figura de Ross Perry como uno de los grandes creadores del cine independiente más reciente.
Larga vida a la nueva carne.