Obra (Gregorio Graziosi)

Obra

La estampa de una São Paulo que desvela su arquitectura en mitad de una espesa niebla se podría entender como un acercamiento a lo que en esencia será Obra: la exposición de un cuerpo, el del protagonista, confrontando su gran reto, la consecución arquitectónica de un edificio en el que trabaja. El terreno, diríase, emocional —y físico, claro—, compone así un mosaico donde la concatenación de factores no deja de arrojar luz al periplo de un individuo atrapado por el hallazgo de unos cadáveres en un terreno perteneciente a su familia, y las idas y venidas en un panorama anímico siempre pendiente de un hilo de cierto caos y confusión. No se puede describir de otro modo el recorrido de un joven arquitecto que, pese a estar esperando un hijo, no desecha alguna que otra aventura esporádica que no irá a más. Tampoco la relación con su mujer, donde cada conversa esboza una telaraña atípica, ya no por la cuestión idiomática, sino por un diálogo dispar, en el que cada uno parece absorto en sus propias inquietudes. La influencia de los suegros del protagonista también posee un extraño peso, con él ejerciendo prácticamente de testimonio de escenas improbables en su universo interior, o más bien invadiendo un contexto en el cual se muestra esquivo, como si ese terreno emocional del que hablaba fuese más bien un páramo desierto en el que evadir prácticamente toda interacción —o, por contra, las endurece para rehuir todo vínculo—.

Obra

En ese marco, Graziosi emplea la arquitectura del plano como una herramienta con la que jugar, cuestionándola incluso para forjar así atmósferas que inciden en fomentar ese plano cercano al fantástico. Ahí es donde el cineasta bordea gracias a la portentosa fotografía en blanco y negro de la que hace gala Obra lindes que le permiten explorar un terreno donde lo ilusorio parece mediar como catalizador. Ilusión, no obstante, es todo lo que queda en el modo en como Graziosi decide prescindir de ese carácter para realizar una inmersión pura en una realidad impulsada por unas texturas e iluminación cada vez menos invasivas e impenetrables. A partir de ese instante, Obra, que ya había aportadao indicios sobre una construcción donde el terreno personal y el profesional se funden, circunda una senda desprovista de unos matices otorgados en sus primeros compases, pero adscrita a un universo que sigue siendo tan críptico como hasta entonces. De este modo, y si bien su conclusión se entiende como un punto final acorde donde esa crisis emocional da paso a una etapa renovadora, Obra no encuentra la cohesión necesaria entre esas potentes atmósferas que genera de tanto en tanto y su plano más terrenal, accesible, incurriendo así en la consecución de una ópera prima donde si bien Graziosi demuestra inquietudes que proporcionan el interesante reflejo a un cine con suficientes alicientes como para seguirle la pista a uno de esos creadores de la ola de cine brasileño que está llegando en los últimos años y otorgando atípicos resultados a una cinematografía que recobra así una vertiente cuya exploración es básicamente una necesidad.

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