En los últimos años, el humor patrio ha evolucionado (y erosionado) en un panorama dispuesto a explotar nuevas vías en la consecución de una comedia estancada en sus clichés y unas fórmulas que, si bien continúan gozando de cierto éxito, ni siquiera se atreven a proponer alternativas. Así, la aparición de otras sendas distintas como el llamado posthumor e incluso el traslado de humoristas televisivos de esa parcela —como los Areces, López, etc… de Muchachada Nui— al mundo cinematográfico, ha dotado de cierta frescura a un panorama donde el humor ya no tiene porqué ser sinónimo de risa, y la capacidad de trasladar el disparate puro y duro a contextos como el del cine patrio ha aportado una perspectiva que, guste más o menos, logre en mayor o menor medida sus objetivos, es necesaria.
Ese podría ser perfectamente el punto de partida del colectivo Burnin’ Percebes, que más que aludir a ese posthumor, lo señala directamente como una de las causas de esta Searching for Meritxell. En ese sentido, su plano inaugural no deja dudas: una escena de lo más común, acuciada por un buscado (y obligado) feísmo formal, derivará en chispazo que adopta el descaro como máxima de un trabajo en el que a partir de ese momento no habrá otro santo y seña que la desvergüenza más absoluta. El ridículo se desvanece así ante un ejercicio que ni siquiera contempla en la voluntad de su triunfo dignidad alguna: la máxima de extrapolar el sinsentido más absoluto a un contexto totalmente actual, donde el 2.0 cobra toda la relevancia posible, llega tan o más lejos de lo que se podía preveer en un principio.
El cutrerío formal del que hace gala ejerce contraste con un gamberrismo sin medias tintas ni lógica. Burnin’ Percebes sostienen así un cine de guerrilla que en realidad no es tal: el encuadre ve como su jerarquía queda anegada ante un mar —o una charca, más bien— de descabellados gags que prácticamente adoptan forma de «sketch» en sus primeros compases para más tarde discurrir en forma de crónica sin ton ni son, donde la narración se diluye ante un universo del absurdo. Si en el plano visual se apuesta por sacar partido a la carencia de recursos para amoldar la propuesta, la misma intención se vislumbra en el empleo de un sonido que incluso en ocasiones es molesto, tapando algunos diálogos con el ambiente. Y es que si hubiese un precpepto a través del que comprender ese marco fijado, sería sin duda el hecho de fijar su empeño en resultar precisamente molesto, como si la incomodidad y el persistente incordio otorgasen aun mayor sentido al film. Ese pacto (forzado) entre espectador y obra queda refrendado además en la vocación de sus personajes por importunar al respetable, como el protagonista en su persecución al primer pobre diablo que se le pone a tiro.
Quizá lo más difícil ante una propuesta como Searching for Meritxell sea recomendarla, y es que más allá de esa manida puntualización acerca de que el humor es subjetivo, se encuentra una propuesta que hace añicos cualquier consideración de ese tipo debido a su carácter extremo e incluso algo enfermizo. Pero lo cierto es que sólo por su tronada exploración del 2.0 con todo lo que ello conlleva y por su modo de abrazar el absurdo con los menores prejuicios posibles, Searching for Meritxell merece un rincón, por menudo que sea, en ese humor empeñado en levantarse y dejar a un lado el buenismo y mojigatería por el que en no pocas ocasiones nos vemos envueltos, haciendo así de sus defectos virtudes inacallables en un contexto donde desagradar, fastidiar por poco que sea, nunca resultó tan comprensible y loable como en esta rotunda declaración de intenciones.
Larga vida a la nueva carne.