Es tal el cariño con que Scola ha tejido este canto de amor a Fellini que resulta difícil no perdonarle su imperfección. Sobretodo porque Qué extraño llamarse Federico es un homenaje perfecto. Tal vez no una película perfecta, ni tampoco un biópic ejemplar. Pero sí un homenaje perfecto. Y ello se debe especialmente a que el director de Una jornata particulare no descuida un solo rasgo a la hora de plasmar la esencia del estilo “felliniano”. Se trata, básicamente, de un repaso esquemático que pasa por todas las facetas del director. Pensemos, por ejemplo, en la reproducción de la juventud del personaje. El hecho de plantearla de una forma pretendidamente caricaturesca, en blanco y negro y haciendo uso de un narrador omnisciente (quien se mezcla cómicamente entre los personajes del relato) responde a la voluntad de fundir obra y personaje en un solo concepto. De ahí que más adelante los caminos de la vida de Fellini se vayan diluyendo en un mar de imágenes oníricas, dejando a un lado lo literal para entrar en el terreno de lo metafórico: exactamente el proceso que sufrió la carrera cinematográfica de dicho personaje.
Ettore Scola plantea su experimento como un bombardeo de estímulos que tienen por objetivo evocar la huella artística de un importante personaje. No se trata de una biografía ni tampoco de un documental. Más bien se trata de la exposición de un estilo, el acto de evocar un recuerdo, una experiencia casi sensorial. Scola insiste en que no se trata únicamente del recorrido de un director de cine, sino de toda la trayectoria de un artista polifacético: así lo demuestran las caricaturas que en su juventud hizo para la revista satírica Marc’Aurelio, caricaturas que marcarían una tendencia (tanto formal como discursiva) que Fellini jamás abandonaría. Todo ello queda perfectamente plasmado en un primer acto durante el cual Scola nos presenta a un personaje del que casi nos implora que nos enamoremos, como a él le pasó décadas atrás (de ahí que se nos permita observar cómo ambos directores trabaron amistad). Se trata de una introducción que tiene por objetivo encariñarnos con el personaje, para que no tengamos más remedio que amar sus trabajos cuando los contemplemos más adelante.
De todo lo mencionado se desprende que Qué extraño llamarse Federico nace de un arrebato de sinceridad, decidido a homenajear a un artista claramente apreciado. Y siendo el caso que la película cumple perfectamente con su objetivo, la única queja que puede generar es que su interés depende (prácticamente) del interés que cada uno pueda sentir por la obra de Fellini. Algo que, por otra parte, puede perdonársele a un director cuya filmografía cuenta ya más de cincuenta años y que tantas veces ha logrado conectar tan profundamente con toda clase de espectadores. Más aún teniendo en cuenta que, en última instancia, la película que nos ocupa nunca deja de resultar como mínimo entretenida. Tal vez el último trabajo de Ettore Scola no abarque un abanico de espectadores tan extenso como sí lograron algunas de sus joyas anteriores, pero desde luego logrará arrancar sonrisas (y tal vez alguna lágrima) a todo aquel que se considere “feliniano”. En cualquier caso, nada malo puede resultar de tan bello homenaje, dirigido a un legendario director y sobre todo a un viejo amigo.