Sigue habiendo demasiada gente que considera a los 80 una década menor en esto del cine americano. Suelen esgrimir que fue la definitiva victoria del cine más evasivo, de los Spielbergs y «juguetitos» Lucas en contraposición con el difunto New Hollywood que había convulsionado a la industria americana la década anterior.
Es cierto que los 80 fue la culminación del cine comercial y evasivo por excelencia, si hablamos de los Estados Unidos. Pero lo que ocurre es que esto no debe ser tomado como algo malo, o al menos no tan nefasto como parece ser percibido por buena parte de la cinefilia, al fin y al cabo, podemos lamentar el camino que cogieron muchos de los cineastas que hasta hacía poco luchaban por cambiar la industria, pero el cine comercial de los 80 sigue siendo más gamberro y mil veces más interesante que el actual. Y sobre todo, porque siguieron habiendo directores que hacían la guerra por su cuenta, con ínfimos presupuestos y luchando con un circuito comercial que iba marginándolos en favor de las grandes producciones de la época, y que en buena medida fueron los hermanos mayores del resurgir del cine independiente americano de inicio de los 90.
Es aquí donde hay que situar al olvidado Jim McBride y su The Big Easy (traducido como les dio la gana por Querido detective, 1986).
The Big Easy nos sitúa en Nueva Orleans y resulta ser un cóctel de géneros entre los que destaca una mezcla imposible de comedia, cine romántico y el llamado neo-noir. Y funciona, vaya que si funciona, por mucho que alguna gente considere que es una película comercial simplona al uso y no un juego de malabares de géneros. Ahí encontramos a un detective de homicidios de métodos más que dudosos, Remy McSwain, en un papel que a Dennis Quaid le sienta como anillo al dedo. Un nuevo caso nos es presentado como parte de la rutina del departamento de homicidios. La complicidad de los policías se palpa, los diálogos ágiles se suceden tanto en la escena del crimen como en la comisaria. Está claro que será imposible resolver el asesinato. Guerra de mafias, seguramente. Así que a otra cosa. Y en eso que aparece la nueva fiscal del distrito queriendo respuestas y husmeando más de la cuenta en el departamento. Entre ellos el choque es evidente, McSwain es un buen detective, hijo y nieto de agentes, algo salvaje, que utiliza el poder de su cargo en beneficio propio y en el de “la familia”, que es así como llama al cuerpo de policía. Ella, Anne, es una mujer insatisfecha sexual, obsesionada con la ley.
Después del divertido choque inicial entre los dos la película dará paso a un romance. Desgraciadamente McSwain es pillado recogiendo los sobornos de un local para la protección de la policía y la cosa entre ellos acaba bastante mal. Sin abandonar nunca cierto tono de comedia y mientras se sigue investigando la supuesta lucha de mafias que va dejando cadáveres por toda la ciudad sin que pueda resolverse nada, la película se centra en las corruptelas de la policía y como intenta conseguir la impunidad para uno de los suyos.
De todas formas el juicio, donde Anne ejerce como fiscal y por tanto, se enfrenta directamente a Remy, hará cambiar la personalidad de nuestro protagonista, que intentará redimirse ayudando a su chica en el verdadero motivo que hizo que apareciera en la comisaría; los misteriosos asesinatos que sacuden a la ciudad no son obra de la mafia, si no de policías corruptos.
The Big Easy funciona en todos sus tonos por separado y mezclados la cosa pinta aún mejor. Esto se logra con unos personajes que calan al espectador y que funcionan a la maravilla, pero sobre todo, a la química que desprenden todos. Sólo hace falta juntar a Remy con su colega McCabe (una maravillosa y siempre infravalorada Lisa Jane Persky) en la escena del primer crimen para entrar de lleno en la historia. Lo curioso es que la trama criminal está descrita con 3 pinceladas y cuando ocupa la mayor importancia en la peli, esto es, el final, la cosa no funciona tan bien. Y es que el final es lo más anodino de una obra que por lo demás se muestra camaleónica y que toca un montón de palos.
Su parte romántica tiene una cierta sensualidad que sería impensable encontrar hoy en día en el cine comercial. Y tampoco dura demasiado, en cuanto está a punto de agotarse pasa a otra cosa. Gana enteros cuando se dedica a echar un vistazo a la subtrama de corrupción interna de los agentes, de todo lo que implica “la familia” y de la relación que tienen el actor Ned Beatty y nuestro prota, tanto laboral, pues el primero es el jefe del segundo, como en el personal, el primero era el mejor amigo del padre de Remy y actualmente corteja a la madre del propio McSwain. Por otro lado tenemos algunos secundarios de lujos como son John Goodman o Ebbe Roe Smith.
En definitiva The Big Easy es un producto que sorprende por su juego de malabares de tonos y géneros que funciona perfectamente, con unos personajes descritos con más mimo de lo que se podría pensar en un principio y donde casi nadie acaba por ser un personaje de un único color. Además, desde el punto de vista del cine negro o incluso del thriller, se observan algunas características interesantes, como es la crisis de identidad del protagonista, atrapado entre la fidelidad del único mundo que conoce o ir en contra de su propia familia.
Todas las tramas funcionan y sólo hay que lamentar un final poco inspirado, donde el thiller más insípido gana terreno para un tercer acto que peca de mil veces visto.
Hay que seguirle la pista a Jim McBride y la década de los 80.