Me siento absolutamente identificado a nivel emocional con Dusan Makavejev. Desde mi humilde posición como ciudadano anónimo que jamás (eso espero) saldrá en papeles ni escritos para ser recordado por generaciones futuras, siento una enorme afección hacia la figura de un cineasta inconformista, humanista, perseguido, defensor de las libertades en su sentido más estricto, raro, valiente, marginal… Un desplazado del sistema derrotado en su quimérica lucha contra los poderes establecidos al que no le tembló el pulso para arriesgar en varias ocasiones su carrera cinematográfica apostando por moldear películas dotadas de un feísmo de fábrica que otorgaban el protagonismo a personajes degradados por sus circunstancias existenciales. Unos héroes que no contaban con cuerpos esculturales ni tampoco con una belleza griega, sino compuestos por ese sabor tan atractivo que confiere la verdad ajena a impostados maquillajes así como esa querencia a renunciar a vender sus ideales e idiosincrasia a pesar de que este hecho les condenara a una existencia apartada de todo signo de éxito o notoriedad, siendo la soledad, el olvido y el rechazo social la imagen que acompañaría la rutinaria vida de unos personajes para nada rutinarios.
Siento que la conexión espiritual entre Makavejev y sus personajes va mucho más allá de los límites trazados por el guión de una obra cinematográfica. Y es que para este maestro de la Ola negra del cine yugoslavo el cine se alzaba como ese instrumento agitador de conciencias destinado no sólo a ser considerado como un arte moldeado con la simiente del entretenimiento y la perfección técnica, sino que al contrario la consecuencia del cine no podía ser otra que excitar y remover el temperamento crítico, siendo por tanto sin duda uno de esos pocos entes donde no existen ataduras ni mordazas conceptuales y por tanto en el que verter esa bilis inquieta por explotar en el mundo real y que únicamente desde la ficción más realista podía manifestarse en toda su plenitud.
Sí, es cierto. Las obras de Makavejev son imperfectas, abruptas, surrealistas, carentes de esa elegancia que suele hipnotizar al espectador con espectaculares planos pictóricos al estilo de los mejores paisajistas románticos. Al revés. El cine de Makavejev es putrefacto, depravado, ulcerado, intencionadamente chapucero en aras de adoptar un semblante documental desde historias de ficción, no dudando en incluir escenas pornográficas o lances tan desagradables como podría ser meter la lengua en una fosa séptica recién cargada con el producto de cien estómagos dañados con una colitis aguda e incurable. Al maestro, como a un servidor, no le gustaba la sociedad que le tocó vivir. Una sociedad corrupta y ponzoñosa, donde la traición y la total falta de escrúpulos triunfa sin problemas sobre la bondad y la solidaridad. Una sociedad, como la nuestra, que premia la hipocresía así como el pisar al semejante para obtener el éxito a toda costa. Una sociedad donde la competencia devora todo halo de sensatez y cordura. Una sociedad que castiga a los que optan por ser ellos mismos pese a que ciertos componentes de su temperamento no casen con los parámetros comúnmente aceptados por esa mayoría aniquiladora del diferente. Una sociedad que condena al ostracismo a los genios que osan enfrentarse con el sistema para mantener en el poder a ineptos que no saben hacer la O con un canuto, pero hartos de lamer culos a diestro y siniestro con tal de mantenerse en el privilegiado puesto que ha podido alcanzar a base de cometer tropelías (abran los periódicos por la sección de política o economía y no hará falta que les exponga ningún ejemplo en este artículo).
En este sentido, tras haber debutado con dos obras tan incómodas como Man is not a Bird y La tragedia de una empleada de teléfonos, Makavejev se atrevió a dar un cierto giro en su incipiente carrera, cambiando el registro de sus dos primeras películas para cincelar una especie de falso documental de tono mucho más agradable y sentimental, pero sin que esto último redujera el sentido metafórico de su arte, siendo la alegoría subliminal sin duda la pieza clave que convierte Innocence Unprotected en una de las obras más fascinantes, magnéticas y magistrales de la historia del cine europeo. Así, Makavejev fijó su mirada en la figura de un extraño antiguo atleta serbio enamorado del cine llamado Dragoljub Aleksic, cuyo entusiasmo por el séptimo arte le indujo a producir, dirigir y protagonizar una película condenada al ostracismo por las autoridades comunistas yugoslavas al finalizar la II Guerra Mundial debido al hecho de que la misma fue rodada durante la ocupación Nazi en Belgrado, punto que provocó que Aleksic fuese acusado de ser un colaboracionista que se benefició de la indulgencia alemana para poder filmar su película.
La fascinación que se percibe de Dusan Makavejev hacia este marginado personaje se nota desde los créditos iniciales del film, que se adornan con la sombra del protagonista mostrando su hercúleo bíceps acompañado por una melodía de tono zíngaro que homenajea la figura de este hombre de hierro. Acto seguido unos intertítulos nos informarán que el susodicho Dragoljub Aleksic, un famoso artista de circo en la Yugoslavia de entreguerras conocido por sus temerarios números, dirigió, protagonizó y produjo en los últimos años del conflicto bélico la primera película sonora de la historia de Yugoslavia titulada Innocence Unprotected que tras la culminación del conflicto sería secuestrada por el nuevo Régimen acusada de colaboracionista, postergando a su intrépido inductor al mayor y más injusto de los ostracismos.
Acto seguido Makavejev iniciará una labor de investigación para tratar de localizar el paradero de este misterioso y seminal friki, entrevistando para ello a parte del equipo de la película que aún permanece con vida. Así, conoceremos a Ivan Zivkovic, productor y coprotagonista del film, así como a parte del elenco de actores y técnico del film maldito que darán fe de las anécdotas y de los tejemanejes que debió desempeñar Aleksic para poder poner en pie su proyecto cinematográfico. Igualmente éstos harán una serie de comentarios, con mucho sentido del humor, de la mágica y encantadora personalidad de un Aleksic que se destapará como un personaje libre, extraño, absolutamente cautivado por el cine, que renunció a la normalidad y la calma de una vida serena y gris para lanzarse al vacío de la extravagancia y la singularidad como medio para alcanzar la felicidad consigo mismo.
De esta forma, una vez culminados los primeros testimonios de los testigos, la cinta comenzará a mostrar escenas completas de la película perdida, contando la historia de una huérfana cuya vida se encuentra regida por los dictados de una cruel madrastra que desea casarla con un delincuente, pero cuyo destino será salvado por una especie de superhéroe dedicado al arte de las acrobacias que no dudará en enfrentarse con sus poderosos puños a ese novio díscolo y a esa madrastra con aspecto de malvada bruja para ganar el amor de su enamorada. Las fascinantes escenas del film original, que Makavejev no dudará en incluir en el metraje sin ningún tipo de cortes de montaje como una especie de homenaje que provocará en el espectador la sensación de estar viendo el film original en lugar del documental tejido por el maestro balcánico, serán únicamente contaminadas por algunas secuencias documentales de las consecuencias de los bombardeos que sufrió Belgrado durante el conflicto bélico mostrando inquietantes escenas de cadáveres despedazados por los efectos de las bombas, de ataúdes deambulando sin rumbo por unas calles rodeadas de edificios destrozados y los posteriores documentos gráficos del Belgrado de posguerra, así como la presentación de nuestro héroe ya en el tiempo presente y de los testimonios adicionales del elenco presentado en los primeros compases del film.
Al contrario de lo que cabría suponer, el cruel destierro mediático que sufrió Dragoljub Aleksic no parece haber mermado ni un ápice la alegría y buen humor de este estrafalario personaje, de modo que el artista aparecerá como un simpático viejecito que sigue inventando números circenses a pesar de que el público y la notoriedad le abandonaron hace ya muchos años. Conoceremos que nuestro héroe estuvo a punto de quedarse en una silla de ruedas consecuencia de un accidente que sufrió culminada la Guerra, obligándole a estar impedido durante varios años, pero que a base de tesón e ilusión por volver a contar con el apoyo del público logró superar. Un veterano que no dudará en mostrarse como una estatua griega exhibiendo sus músculos rodeados de bellas y jóvenes esfinges que se toma la vida con un optimismo vitalista envidiable e incomprensible para un servidor dados los golpes que el destino y la vida le ha propinado. En esta línea, la película recorrerá en paralelo el desarrollo y desenlace de la película inicial mostrando el carácter primerizo, casi amateur con escenas musicales de vergüenza ajena, de una obra forjada gracias a la ilusión y a las ganas de un equipo que apenas tenía conocimientos técnicos de cine, pero que supo hacer aflorar esa ilusión que brota de las cosas ideadas desde la pasión desinteresada, combinada con los pequeños cortes documentales que muestran la vida en el presente de Aleksic y otros miembros del equipo, como esa madrastra cuya aquiescencia parece totalmente enajenada o ese operador de cámara egocéntrico y cachondo en unas rememoraciones pretéritas que parecen más ficticias que las surgidas de la propia película de ficción, e igualmente con unas secuencias documentales que plasman el ocaso social de la sociedad yugoslava tanto en medio del conflicto armado como en el período posguerra.
Con esta manera tan inteligente de mezclar realidad con ficción, Makavejev supo dar forma a una cinta diferente, marciana, totalmente inclasificable en un género concreto, en la que la tragedia se mezcla sin obstáculos con la vitalidad y el optimismo, dando lugar de este modo a una oda al absurdo que impera en nuestros días a través de una obra trazada en los márgenes del documental que no acaba de ser un documental, sino una reconstrucción de una película perdida a través del engaño a los protagonistas presentes que destapan sus vivencias y temperamentos no en aras de dar forma a susodicho homenaje, sino como una argucia para recuperar del olvido la estampa de un friki condenado alegremente al que la caída en desgracia motivada por la persecución política le llevó a convertirse en un desecho abandonado por amigos y palmeros, pero cuyo amor por el cine y el deporte, es decir, ese amor a lo que realmente es uno frente de la rendición a los dictados de la mayoría, hizo que no cayera en los infiernos de la depresión y la tristeza, sino que al contrario, Aleksic se mostrará como un ser luminoso, alegre y feliz a pesar de sus desgracias y sufrimientos.
Y llegado a este punto uno puede preguntarse… ¿Qué coño nos ha querido decir el maestro Dusan Makavejev con esta producción tan alienígena que mezcla sin reparos el documental con la ficción, y en la que se aprovecha con descaro del material original de la cinta que en principio iba a homenajear engarzando el mismo con el relato pretérito de sus protagonistas vivos? Ciertamente no lo sé con seguridad y por tanto no podría hacer un ejercicio objetivo acerca de la verdadera moraleja que se desprende del resultado final del film. Únicamente os puedo manifestar cual ha sido el mensaje que he creído percibir de esta obra cumbre de la historia del cine de todos los tiempos que merece un mayor reconocimiento por parte de las nuevas generaciones de aficionados al cine. Y es que para un servidor, Makavejev deseaba construir una oda a la libertad, a lo auténtico, a lo diferente, a lo perseguido a través de la figura de ese viejecito puteado por la vida y los intereses políticos como fue Dragoljub Aleksic. Uno de los primeros frikis (como el propio Makavejev) de la historia del arte poseedor de un carácter genuino y propio no contaminado por los convencionalismos aceptados. Un hombre feliz con su desgracia, sencillamente porque cultivó a lo largo de su vida su pasión por el cine y el deporte. Y eso, es decir, el ejercicio de tu pasión, de aquello que realmente te gusta, sin impedimentos ni timideces sociales, ni falsas apariencias que traten de ocultar lo que verdaderamente eres, es el verdadero camino que conduce a la felicidad a pesar que la carencia de dinero o aceptación social puedan hacer presuponer que realmente eres un indigente afectivo. Y es que, ¿no son más mendigos de sí mismos aquellos que traicionan su credo con el único objeto de ser aceptados por esa mayoría que arrasa con todo aquello que suena a diferente? Maestro Makavejev, no sé si estoy en lo cierto. Espero que un día pueda confirmar mis sospechas.
Todo modo de amor al cine.