En 1980, con el apoyo de George Lucas y Francis Ford Coppola, Akira Kurosawa pudo poner en pie uno de sus proyectos más ambiciosos tras varios años de espera: Kagemusha: la sombra del guerrero. La película narraba un hecho histórico acontecido en ese inestable y caótico Japón Feudal en el que una serie de clanes armados por ejércitos de sumisos samurais que no dudaban en ofrecer su propia vida para mayor honra y honor de sus amos y señores feudales, guerreaban por el control de unos amplios territorios enfrentados con el único objetivo de poder dominar cada vez un mayor espacio económico y humano con claras intenciones mercantilistas. El señor al mando de uno de estos clanes, conocido por su destreza y crueldad en el campo de batalla, moría en los primeros compases de la cinta dirigida por el autor de Dersu Uzala, si bien por expreso deseo transmitido a sus consejeros, la figura del maestro era sustituida por un doble, un pobre desgraciado ladrón de profesión cuya voluntad y personalidad resultaba aniquilada con objeto de destilar miedo en los clanes rivales a través de una supuesta inmortalidad, sólo vista a ojos de los intrigantes administradores palaciegos. Este hecho sirvió a Kurosawa, para construir una cinta que hacía descansar en una puesta en escena suntuosa, muy teatral y espectacular, casi con intenciones narcóticas, una trama donde la épica bélica servía como excusa para lanzar una inspirada denuncia acerca de la hipocresía, la falsedad inherente en un mundo donde las apariencias dominan cualquier intento de hacer brotar la realidad, y por ende un hábitat en el cual las ansias de poder llevadas hasta el último extremo y la falta de raciocinio terminarían condenando a esos personajes bondadosos atrapados en un ambiente decadente e irrespirable no apto para el desarrollo de relaciones humanas.
Esta premisa argumental amparada en la esquizofrenia ligada a la suplantación de personalidad muy del gusto de los autores japoneses durante los años sesenta (estoy pensando como habrán adivinado en las películas realizadas en esos años por Hiroshi Teshigahara y Kōbō Abe), fue el punto de partida tomado por el novelista Norio Nanjo para narrar la historia de una sombra (así eran conocidos los súbditos que desempeñaban la función de doble de los señores feudales como una especie de protección en las luchas en el campo de batalla) durante los confusos años de luchas y guerras entre clanes que tuvieron lugar en la era Sengoku en la región montañosa de Hida. La novela escrita por el prestigioso dramaturgo japonés fue el mimbre que sirvió al cineasta Umetsugu Inoue para filmar una película que se destapa como un claro antecedente de referencia del Kagemusha de Kurosawa, rodada veinte años antes que la obra maestra del director de Los siete samurais y que lejos de desmerecer el resultado final cincelado por el legendario cineasta oriental, se revela como una obra incontestable, de una belleza estética sublime colmada por esa poesía de la derrota y la resignación tan propia de la filosofía japonesa. Mezclando con mucha inteligencia y talento unas perfectas coreografías de batallas filmadas con una sana contención pero sin renunciar a ese punto de espectacularidad que las incursiones bélicas desatan en pantalla con una triste balada pintada con trazos de pesimismo y fatalidad, para así narrar el crepuscular destino que se avecina a un ingenuo campesino cuyos sueños de honor, celebridad y aventura terminarán naufragando por los oscuros influjos manejados desde las altas esferas. Esa clase dirigente aniquiladora de todo símbolo de libertad, libre albedrío y oportunidad de progreso de las clases oprimidas, cuyo único objetivo resulta pues el mantenimiento de sus oscuros privilegios y prerrogativas que les permiten disfrutar de una vida acomodada a costa de la explotación y la aniquilación de todo síntoma de rebeldía y contestación por parte de unos vasallos cuya capacidad de respuesta resultará extirpada, creando una serie de autómatas carentes de personalidad destinados a ejercer un falso juego de apariencias e incluso a automutilarse como ofrenda a ese patrón que llena el plato que alimenta a diario el tiránico miedo a la pobreza y a la caída en desgracia.
La película arranca mostrando una serie de escenas bélicas que sirven para introducir el momento histórico en el que se sitúa la trama. Rodadas con una garra animal de talante claramente occidental que recuerda y mucho al cine épico de Akira Kurosawa, este impactante despegue servirá para presentar al protagonista absoluto del film, un campesino llamado Kyonosuke, un joven ingenuo y soñador que ansía abandonar su triste labor en los campos en los que malvive junto a su padre y hermano, fascinado por la gloria, la pose y los sueños de triunfo y aventuras ligados a la estampa de los samurais que atraviesan a galope los yermos campos de cultivo de la propiedad familiar. De este modo, una nebulosa mañana arribará al hogar familiar Shinomura Saheita un enviado militar del clan de los Yasutaka que reclamará a Kyonosuke ofreciéndole partir hacia el frente para servir al Lord Yasutaka. Sin embargo, la intención de Saheita no será adiestrar al iluso campesino en el arte de la guerra, sino al contrario, Kyonosuke será tomado, gracias a su parecido físico con el jefe del clan Yasutaka, como una de las tres sombras que acompañan cada paso del señor feudal como una especie de guardaespaldas frente a las flechas y lanzas de los enemigos.
En este sentido, Kyonosuke será adiestrado en las nobles artes de la suplantación y el teatro, de forma que su rostro y semblante serán maquillados y moldeados a imagen y semejanza de Yasutaka. Pero no sólo el aspecto físico será objeto de transformación, sino que el joven granjero sufrirá unos meses de duro entrenamiento para mimetizar su personalidad, gestos y mentalidad con las de su odioso y tiránico amo y señor, adquiriendo pues pasado el tiempo la psicología de su mecenas, abandonando por tanto todo síntoma de conciencia inherente a su propio temperamento. Así, la simulación llegará a tal límite enfermizo que las sombras serán sometidas a la extirpación de un ojo debido a la pérdida del mismo por parte del Lord en el campo de batalla, sufriendo el destino de Kyonosuke un giro de ciento ochenta grados en el momento en el que las dos sombras y el Lord Yasutaka son asesinados en una cruenta batalla mantenida con un clan rival. Este hecho será aprovechado por un funesto consejero, así como por el intrigante gobernador de un clan aliado de Yasutaka, para utilizar al inocente Kyonosuke como una marioneta con el fin de llevar a cabo sus maquiavélicos planes de poder y conquista.
La cinta camina por unos derroteros que parten del cine de aventuras sitas en el Japón Feudal, para ir derrotando la atmósfera del film conforme va desarrollándose la trama en una oscura fábula pintada con un cosmos deprimente y devastador gracias a una puesta en escena que combina a la perfección una excelsa elegancia apoyada en un diseño de producción fastuoso, en el que nada tiene desperdicio. Hace así gala de esa fascinante lírica de la tradición más ancestral empleada igualmente para lanzar afiladas metáforas que denuncian la hipocresía y el sometimiento aún presente en nuestras sociedades a esos dueños que arruinan nuestra libertad a través de la imposición de una serie de corsés a los que nos sometemos esos ciudadanos aborregados que conforman la mayoría de la población de cualquier sociedad no administrada por la anarquía. De este modo la cinta se alza como una perfecta evocación de esos hombres bondadosos que abandonan su filosofía doctrinal con la única intención de prosperar socialmente dentro de un estrato político en el que la piedad, la sensibilidad y la humanidad jamás hacen acto de presencia, de forma que la única oportunidad para lograr ese ansiado avance social será renunciar a la minoría propia para abrazar los vicios imperantes en la mayoría ajena, dejando pues que sean las falacias, las traiciones, los amores concertados, la indignidad y la conspiración los únicos ejes posibles para alcanzar los sueños de fama y notoriedad, y por tanto ese aroma a éxito que ostentan los triunfadores que atraen hacia su terreno a inocentes damas y colaboradores. Y es que el peligro y la defección siguen siendo, tal como sucedía en ese Japón Feudal que reducía la existencia de alguno de sus moradores a simples sombras carentes de temperamento destinadas a morir en vida sin amor para proteger los intereses de sus opresores gobernantes, los principales reclamos para prosperar en una sociedad donde el sentido común, la sensatez y los buenos sentimientos son emociones decadentes en claras vías de extinción. ¿Son ustedes sombras o señores?
Todo modo de amor al cine.