Dirección y guión se unen con el tándem formado por los directores israelís Tal Granit y Sharon Maymon para dar lugar a La fiesta de despedida, una película que nos habla de la elección de vivir. Pocos son los trabajos que clasifican a estos dos directores en su filmografía, pero ahí donde existe esfuerzo y dedicación hay calidad, siendo su segundo largometraje un tsunami que arrasa allá por donde va. Si ya en 2010 visitaron nuestro país con motivo del premio que recibieron por su cortometraje Matar a un abejorro en la Semana Internacional de Cine de Valladolid, vuelven más maduros y con la intención de dejar huella en España con el filme que les ha hecho volver a la Seminci y recoger, por los pelos, la Espiga de Oro.
En La fiesta de despedida acudimos a un escenario cerrado formado por un complejo de apartamentos en los que sus huéspedes tienen mucho por lo que vivir pero la naturaleza y el paso del tiempo se lo impide. Y es que la premisa de ‘hasta que el cuerpo aguante’ no es factible para aquellos que sufren una enfermedad degenerativa o los achaques de la edad hacen mella en la salud, por lo que buscan consuelo en aquellos que creen que pueden ayudarles. Muchos son los temas que se plasman en la película, pero el punto central nos pone la piel de gallina a la hora de visualizar como una persona pide ayuda para morir y acabar con el sufrimiento que padece. Este auxilio debe ser proporcionado por un grupo de ancianos que, a través de una máquina ideada por uno de ellos, darán consuelo a aquellos que lo demanden. Moralidad, amistad, amor, sexualidad penden de un hilo debatiéndose entre la vida y la muerte.
La primera escena de la cinta, reveladora y poética a la vez, plasma el papel del ser humano como un Dios, el cual tiene la decisión y la determinación a la hora de elegir sobre la existencia de las personas. Pero lo que empieza de boquilla, a través de llamadas telefónicas con una voz distorsionada, se transformará en algo físico y real. Como si de una mejora de la máquina del Doctor Muerte se tratase, los protagonistas acuden al encuentro de sus pacientes para que ellos mismos se practiquen una especie de auto eutanasia simplemente con la decisión de apretar un botón. Tan sencillo y complicado a la vez. Y es que, ¿por qué alargar la vida de una persona que sabe que su hora final está llegando y no puede más con su sufrimiento? ¿Tenemos potestad de participar en la decisión de acabar con la vida de alguien que se encuentra en fase terminal? ¿Aunque nos lo esté pidiendo desconsoladamente? Estas cuestiones siempre han sido planteadas y a medida que pasa el tiempo y las sociedades evolucionan el tema es cada vez más espinoso y complejo. Para más inri, Granit y Maymon nos ponen en situaciones extremas y con ello llega el éxito que esperaban gracias al toque de humor que circula en bucle en las escenas. Y es que es curiosa la manera en que consiguen sacar sonrisas de un asunto tan enrevesado. Aun así los gags salpimentados con humor negro que fueron rodados, como la escena de los actores desnudos en el invernadero o el hecho de llorar ante una pérdida delante de un policía para que no les casquen una multa, hacen que sintamos una especie de ternura y comprensión, y así conducirnos y ponernos en situación hasta el giro dramático que se nos presenta al final y que termina eclipsando cualquier historia conexa que se haya formado durante todo el metraje.
Un aspecto destacable es la nula intervención de la religión y la política, sectores que nos acribillan y nos evaden del lado humanista, pues es verdaderamente el punto importante y único a la hora del planteamiento. Cómo los personajes viven la muerte de otros en primera persona es el toque necesario que hace que no caigamos en un debate final y en lo que es lícito o no, pues lo humano es lo que prima. Así lo hacen ver cada uno de los roles interpretativos, con una personalidad bien definida dando el protagonismo necesario y equilibrado.
Esperamos que el elenco veterano no cree controversias a la hora de que el público tilde la cinta como una película para la tercera edad, pues dista mucho de ello, ya que son múltiples los puntos que juegan a favor para que este filme se convierta en un referente y esperemos los proyectos futuros de estos directores que siempre trabajan al unísono. Porque términos tan dispares como la vida y la muerte se dan la mano y, desde una visión totalmente realista, hacen de La fiesta de despedida la mejor despedida a la vida posible.