– ‹Estamos muy cansados›
– ‹Un alemán no teme la fatiga›
Con el extracto de uno de sus diálogos pronunciado por dos soldados negros en lo que ciertamente no es suelo europeo, y no sin cierta ironía, arrancaba Jean-Jacques Annaud una carrera que el próximo año llegará a los 40. En ese marco, una colonia francesa colindante con un destacamento bávaro en tierras africanas verá como su particular día a día queda alterado cuando reciban noticias acerca del conflicto iniciado entre sus respectivos paises con el inicio de la Primera Guerra Mundial. Lejos de realizar una arquetípica presentación de la colonia como tal, y de modo ciertamente inteligente, Annaud desarrolla una introducción coral donde varios de sus personajes, desde ese par de curas hasta un huraño vendedor y su hermano, nos son presentados en una situación en la que el francés incluso aprovecha para iniciar una construcción cómica no sin cierta tendencia satírica; y es que el contexto le sirve para iniciar una senda que revela siempre una faceta crítica y tiene su extensión en la premisa central, no evitando dar sus primeras puntadas en escenas como las de los curas evangelizando a los nativos a cambio de sus iconos, regalándoles crucifijos en su lugar.
De este modo, y en ciertas ocasiones, Negros y blancos en color —que es como se titularía en un reestreno después de ganar el Oscar a Mejor película de habla no inglesa— se erige como un relato de personajes más que otra cosa, hecho que Annaud aprovecha precisamente para dibujar el absurdo existente en esa suerte de ejército que intentarán formar los colonos franceses para protegerse de los alemanes con el inicio de la guerra. Así, ya no sólo las desavenencias entre algunos de los integrantes de esa colonia trazarán temas que el galo toca con mucho tino, también lo hará la pequeña y particular crónica de cada uno de ellos y las distintas formas de sobrellevar esa pequeña crisis en que se transformará una situación al fin y al cabo inesperada. No obstante, ese absurdo no quedará únicamente retratado en ese reclutamiento a ciegas realizado por los franceses para que los habitantes del pueblo luchen por ellos, y se trasladará a un terreno tan obvio como el hecho de que tanto franceses como alemanes compartían amistad y negocios antes del inicio de esa disparatada contienda levantada en torno al temor de algunos por ser atacados.
Acierta de este modo el cineasta en un tono cómico que nunca se ve agravado por el drama, y lo hace reforzando a la perfección el film con detalles capaces de aportar tanto la sazón necesaria como el contrapunto crítico. Escenas como la primera incursión —que más bien parece un picnic de fin de semana— en suelo alemán, la captura de aborígenes después del fracaso supuesto a raíz de esa primera misión o incluso el hilarante momento de la bicicleta, no hacen sino dotar a esa vis humorística del carácter adecuado, sin olvidar en ningún momento hacia donde pretende dirigir Annaud su película. No es casual, pues, que lejos de parecer una militarización al uso, nos encontremos ante un ejercicio, el emprendido por los habitantes galos de esa colonia, más parecido al de organizar una excursión dominguera que otra cosa, algo que terminará subsanado cuando el más joven de los oficiales, que además creará una extraña paradoja al entablar relación con una negra, tome el mando de una operación que no parece llevar a ningún sitio en especial, más bien al vacío lógico de una contienda sin sentido alguno.
Negros y blancos en color se alza, de este modo, no sólo como una crítica, también como un alegato en contra de la sinrazón de la guerra, trazando una parábola que se sostiene en especial gracias a esa magnífica conclusión. Pese a no hallar grandes rasgos del Annaud posterior —sí, ese ámbito naturalista que desarrollaría más adelante se deja entrever en algunas tomas, aunque muy tímidamente debido al cariz de la obra—, lo cierto es que con esta ópera prima el autor de El oso trazaba un interesantísimo debut que, si bien no ha obtenido continuidad en su filmografía, sí ha ido siendo complementado por otras cintas posteriores. No por ello deja de resultar estimulante un ejercicio en el que demostraba su afinidad hacia el cine de ensamblaje más clásico, pero ideando eso sí una propuesta que merece la pena ser tenida en cuenta a la par que aporta un prisma distinto al cine de un autor no siempre valorado en justa medida, aunque sus aportaciones (más allá de las conocidas) estén ahí y hablen por sí solas.
Larga vida a la nueva carne.