En esta ocasión, en nuestra sección La Alternativa, ofrecemos El incorregible (L’incorrigible, Philippe de Broca, Francia, 1975) como opción a Mortedecai (Mortdecai, David Koepp, USA, 2015), último film estrenado en nuestras pantallas del gran y genial Johnny Deep, acompañado en esta ocasión con Gwyneth Paltrow (esa mujer de bellas e interminables piernas) y del siempre eficaz Ewan McGregor, más un excelente plantel de secundarios entre los que encontramos a actores tan competentes como Paul Bettany o Jeff Goldblum; astracanada loca narrada a ritmo de «cartoon» de la Warner (de la época gloriosa de Tex Avery o Chuck Jones) al servicio del (hilarante) histrionismo de Johnny Deep, que más que a un elegante y snob marchante de arte parece recrear una versión humanizada del conejo Bugs Bunny, papel que hubiera hecho las delicias de otro pirado de las muecas imposibles como Jim Carey.
Por eso aunque El incorregible adopta más el formato de vodevil simpático, muy entretenido, repleto de momentos divertidísimos que provocan con frecuencia la carcajada amplia y ruidosa, sí se trata de un film al servicio del gran Jean Paul Belmondo —muy lejanos ya para él los tiempos de la «Nouvelle-Vague» y de sus films con Godard o Truffaut—, que a partir de los 70 y prácticamente durante toda la década de los 80 y de los 90 optó por realizar films comerciales, alternando la comedia de acción o bélica (As de Ases, Rufianes y tramposos, El rey del timo, El animal, El hombre de Río) con el thriller de moda a lo Charles Bronson protagonizado por un policía anárquico y duro (El marginal, El profesional, El solitario, Yo impongo mi ley a sangre y fuego, El cazador de hombres). Esto no quita que durante esos años trabajara con los mejores realizadores del género «noir» como Jacques Deray (Borsalino), Henri Verneuil (Pánico en la ciudad, El cuerpo del enemigo) o Jose Giovanni (El clan de los marselleses) e incluso hiciera alguna incursión circunstancial con directores más “selectos” como Claude Chabrol (Doctor Casanova), Claude Lelouch (El Imperio del león) o Alain Resnais (Stavisky). Sin embargo, Belmondo a partir de los 70 decide inventar un personaje caradura, simpático, sinvergüenza, timador, mentiroso, transformista, encarnado en ladrones, aventureros «ad hoc», o timadores de guante blanco, en películas en las que combinaba una trama policíaca o de aventuras sincopadas con la comedia blanca. El incorregible es uno de sus films más conseguidos y redondos en ese sentido.
Coincide con Mortdecai no sólo en que se trata de una película al servicio de un actor con una personalidad muy marcada, que ha creado un personaje a su medida, sino porque además en las tramas de ambos films, un valioso cuadro se convertirá en el eje central a través del cual girarán todas las peripecias y conflictos argumentales. En el caso de El incorregible se trata de un tríptico de El Grego (La pasión), enorme y espectacular retablo en madera, que se encuentra en las paredes de un pequeño museo francés. Belmondo interpreta a un timador fantástico, capaz de alquilar diez veces y a distintos clientes un lujoso palacete que pertenece a una aristócrata (Capucine) quien pese a todo se considera su amante-amiga. Con gran rapidez, es capaz de gestionar varios timos de alto nivel simultáneamente; para ello, esgrime una especial habilidad para cambiar de disfraz rápidamente y adoptar distintas personalidades protagonizando algunos de los mejores momentos de la cinta; a destacar, el momento “bigote” por ejemplo. Posee además una gran imaginación lo que lo convierte en el rey de la mentira. Incluso sobre su propia biografía o aspectos de su personalidad; nunca sabemos cuándo dice la verdad al respecto o ni siquiera sí el mismo es de verdad.
En sus correrías cuenta con el consejo y la colaboración de dos secundarios de lujo. En primer lugar, Julien Guiomar, quien interpreta a Camille un sujeto misántropo y desastrado que ha decidido vivir alejado del mundo, en las afueras, en un suerte de carromato; adopta el rol de tutor y asesor de Victor Vauthier (Belmondo), una mezcla de filósofo escéptico y genio del timo. Por otro lado, Charles Gérard interpreta a Raoul, siempre con su gorra de visera, y que suele adoptar el papel de gancho en los timos de Víctor, es un hombre bajito, calvo, sencillo, nervioso y bonachón.
Y si en Mortdecai es la tremenda Gwyneth Paltrow la que da la réplica femenina a Deep, en El incorregible será una jovencísima y guapa Geneviève Bujold la pareja perfecta para el simpático sinvergüenza interpretado por Belmondo. Ambos destilan una complicidad y una química increíble. Marie-Charlotte Pontalec es la encargada de vigilar a Víctor Vauthier, recién salido de prisión, y analizarlo psicológicamente. Por una serie de casualidades y por el afán irremediable que éste siente por tratar de ligarse a cualquier mujer que se cruce en su camino, la joven se verá atraída por la personalidad múltiple y por su inagotable capacidad para mentir de Víctor, el cual comenzará a notar que Marie-Charlotte no es una conquista más. Una de las mejores secuencias y de las más hilarantes es aquella en la que Víctor intenta tener una cita con la chica pero a la vez en otra parte del restaurante, tratar de cerrar un trato con unos políticos africanos en el cual piensa venderles unos aviones de combate, que por supuesto no posee.
Belmondo despliega todo su talento interpretativo a la hora de representar distintas personalidades (genial cuando interpreta a un pueblerino retrasado mental) y también su rapidez gestual y movimientos, lo que parece entroncar con la comedia clásica francesa de Moliere ya que el actor sabe realizar una caricatura de su personaje pero sin llegar al histrionismo excesivo, sino con un buen control y con eficacia, sin exageraciones tipo Louis de Funes. En realidad, el actor realiza una versión moderna de uno de sus films más celebres y entretenidos, Cartouche.
En El incorregible podemos distinguir dos partes: una primera, en la que se nos cuentan los diversos timos perpetrados por Víctor, su personalidad de Casanova, sus problemas familiares, así como su relación con Marie-Charlotte; y otra segunda en que los tres compinches planean el robo del cuadro de El Greco. Para ello, Víctor deberá tener una cita con Marie-Charlotte, hija del vigilante del museo quien vive con sus padres en el piso de arriba, para dejar la casa vacía, y así Camille y Raoul poder desactivar la alarma y hacerse con el enorme cuadro. Sucede que la chica prefiere quedarse en casa y tener una velada romántica con Víctor, quien protagonizará una serie de enloquecidas e hilarantes entradas y salidas en la habitación para poder atender los dos asuntos a la vez: la cita con su chica y el robo de sus compinches. No hace falta decir que esta es una de las mejores —sino la mejor— parte de la película, de carcajada inevitable.
El desenlace de la película resulta quizá lo más flojo de la trama, provocando un cierto cansancio en el espectador y una sensación de “estirar el chicle” más de la cuenta para conseguir la duración estándar de la época. No obstante, el balance general resulta más que positivo, resultando una experiencia divertidísima y muy entretenida, con un Belmondo absolutamente genial, secundado por un excelente plantel actoral.