Forjados en el medio televisivo, Andy Hamilton y Guy Jenkin, los dos responsables del proyecto en tanto directores y guionistas del mismo, ofrecen al espectador un producto simpático que, si bien no cae nunca en lo tedioso o lo ridículo, navega entre dos aguas antitéticas que no terminan de conjugarse con la naturalidad y la gracia requeridas para hacer que la película sea, no ya digna de recuerdo, siquiera de revisita.
De hecho, aunque estamos ante una cinta que se ve con mucho agrado, dados sus ecos de otras obras recientes del mismo género que se mueven, además, en un universo similar —léase Pequeña Miss Sunshine (2006) de Jonathan Dayton y Valerie Faris o Un funeral de muerte (2007) de Frank Oz—, lo cierto es que Nuestro último verano en Escocia se encuentra lastrada por un problema de ritmo; algo nada baladí en el caso de una comedia, donde el efecto hilarante puede verse fácilmente ahogado por la precipitación o por la lentitud. Dicho defecto hace que la pieza quede dividida, de una forma brusca a buen seguro no buscada por sus autores, en tres segmentos muy marcados que tienen notables diferencias de tono y efectividad.
El primero de ellos, y sin duda el mejor, atañe al de las complicadas relaciones de la familia protagonista, conformada por Abi (Rosamund Pike) y Doug (David Tennant), un matrimonio en proceso de divorcio, y sus tres hijos pequeños, Lottie (Emilia Jones), Mickey (Bobby Smalldridge) y Jess (Harriet Turnbull), que viajan desde Londres hasta una localidad de Escocia para celebrar el cumpleaños de Gordy (Billy Connolly), el excéntrico padre de Doug, diagnosticado con un cáncer terminal. A ellos se les suman el otro hijo de Gordy, Gavin (Ben Miller), inversor financiero obsesionado con medrar socialmente, su esposa Margaret (Amelia Bullmore), anulada por su marido, y su callado hijo adolescente Kenneth (Lewis Davie). Las tensiones que se establecen entre personas tan diferentes unidas por vínculos de sangre y convivencia, además del contraste entre las opiniones de los más pequeños de la casa y el mundo de los adultos, dan lugar a un humor costumbrista que destila mordacidad y ternura a partes iguales. En este sentido, Hamilton y Jenkin no pueden disimular que son los responsables de la serie Outnumbered (2007-2014), «sitcom» centrada en un matrimonio y sus tres retoños que también se caracteriza por su comicidad cotidiana y su ingenioso retrato del choque entre la visión de la realidad de los niños y la de sus progenitores.
La segunda parte del filme gira en torno a Gordy y su relación con sus tres nietos pequeños. Se produce en ella un súbito remanso de la acción que, en vez de servir para darle una pincelada dramática o poética al discurso, como seguramente era la intención de sus realizadores, fatiga al espectador a base de repetición y de líneas de diálogo cargadas de tópicos y filosofía barata. Y es que, en realidad, solamente la bella escena que describe la visión de Gordy logra despertar emoción entre la audiencia.
Finalmente, el último tramo de la película narra las consecuencias del acto inocente y amoroso, pero muy incorrecto desde el punto de vista de las convenciones sociales, de los tres niños ante una inesperada contrariedad que les depara el destino. Por supuesto, aquí hubiera sido necesario desplegar en toda su intensidad los apuntes de humor negro atisbados al principio del metraje. Pero como parecer ser que la propuesta tenía que quedarse dentro del ámbito de lo familiar, Hamilton y Jenkin desaprovechan lo grotesco de la situación (que no puedo concretar más para evitar spoilers) y ello propicia, lamentablemente, una resolución positiva y amable demasiado forzada. Desde luego, al tratarse de una comedia, un desenlace trágico habría estado fuera de lugar; lo cual no es óbice para que no se advierta que las altas dosis de sarcasmo con las que se carga este segmento de la cinta no son empleadas con fines críticos ni irónicos ni casi hilarantes. Por el contrario, se diluyen rápidamente en pro de un mensaje supuestamente conmovedor sobre la unión del núcleo familiar y el amor como fuerza que integra y acepta a las personas tal como son.
Según lo expuesto, Nuestro último verano en Escocia es sobre todo recomendable para audiencias preadolescentes o para familias, pues incluso lo que hay de macabro en la trama tiene un inconfundible aire pedagógico que pretende inculcar buenos valores (tolerancia, respeto, cariño, capacidad de escuchar…). De ahí que no deje de ser una lástima que un arranque tan prometedor, la belleza de las Highlands y la labor de todo el elenco interpretativo (en especial de Billy Connolly) se reduzca a una hora y media de entretenimiento tan bienintencionado y ameno como, a la postre, insustancial.