Citizenfour (Laura Poitras)

Flamante ganador del Oscar al Mejor Documental, Citizenfour es un filme que se esfuerza de forma consciente, en todos sus niveles discursivos (visuales, argumentales, estructurales…), por reforzar la ilusión de realidad del espectador y ofrecerle una apariencia absoluta de verismo. ¿El motivo? Reforzar la tesis en torno a la cual se cimienta la obra y que, de hecho, es el motivo básico de su existencia: la denuncia del uso del gobierno estadounidense para sus propios intereses de los sofisticados medios de comunicación de nuestro tiempo, que permiten el espionaje impune y casi total de la intimidad de cualquier ser humano en un mundo globalizado.

Citizenfour

En este sentido, la película no es un documental que aporte una mirada crítica y poliédrica a posteriori de un hecho concreto, que extraiga una conclusión determinada sobre un suceso histórico mediante diferentes testimonios y análisis o que ponga en conocimiento de la opinión pública una realidad minoritaria u oculta.

Por el contrario, y bebiendo de la mejor tradición del periodismo de investigación, Citizenfour es un reportaje «in situ» de un acontecimiento —la filtración de información clasificada por parte de Edward Snowden, ex-analista de la CIA y la NSA, a los periódicos The Guardian y The Washington Post— que sacudió la forma en cómo el mundo en general, y los ciudadanos norteamericanos en particular, veían las instituciones de poder de Estados Unidos.

Dado que la voluntad de Laura Poitras, máxima responsable de la pieza, es ofrecer los datos que recopiló a lo largo de varios años de la forma más directa y meridiana posible, la obra se estructura siguiendo el clásico patrón de introducción, nudo y desenlace.

Por ello, la cinta se abre con un prólogo en el que la directora, en primera persona, explica el porqué de su propia implicación en este proyecto y presenta seguidamente a los otros dos grandes protagonistas de la historia: el periodista Glenn Greenwald y el misterioso “Ciudadano Cuatro”, alias con el que Snowden firmaba los correos electrónicos remitidos a Poitras.

Por su lado, la parte central del filme recoge, en formato digital, con un tempo demorado y con un inconfundible aire de grabación doméstica —luz natural, encuadres estáticos, montaje brusco, primeros planos, escenarios reducidos…—, la reunión que tuvo lugar, durante ocho días, en mayo de 2013, entre Snowden, Poitras, Greenwald y otros periodistas en una habitación de hotel de Hong Kong. Desde allí, el ex-empleado del gobierno de EUA no solamente revelaría su identidad, con lo que se convertiría en el enemigo público número uno de las agencias de investigación de su país, sino que iniciaría la difusión sobre las prácticas de espionaje indiscriminado del Estado americano de ciudadanos a nivel local y mundial en connivencia con empresas de tecnología e Internet (entre las citadas, encontramos a AT&T, Apple, Google, Facebook…).

Citizenfour

Y, por lo que respecta a la parte final, tal vez demasiado breve —pues las ramificaciones del asunto siguen estando vigentes a día de hoy—, en ella únicamente se atestiguan las consecuencias más inmediatas de lo acaecido, sobre todo haciendo hincapié en el triunfo de Snowden desde el punto de vista moral, puesto que en verdad vive en la incertidumbre, al hallarse oficialmente proscrito en la mayoría de países del mundo y con un asilo político en Rusia de solo un año de duración. Pese a ello, y según nos informa la secuencia de cierre, otras personas anónimas como él han empezado a seguir su ejemplo y están denunciando las prácticas abusivas, represivas y, en una palabra, dictatoriales llevadas a cabo con normalidad por supuestas democracias inveteradas.

Aquí es donde, a la postre, radica el mensaje último de la película: la necesidad de revelarse ante un estado de cosas corrompido y reconquistar el poder que, sobre el papel, tiene el ciudadano en un régimen democrático. Snowden, explícitamente preocupado por la posible personalización de los medios en su figura, algo que restaría fuerza a lo que ha de ser el auténtico foco de atención, esto es, las actividades anticonstitucionales de la Agencia de Seguridad Nacional, repite continuamente que él no es importante y que no siente que se esté sacrificando, puesto que como ser humano su deber es velar por el bien común, y su consuelo, pase lo que le pase, es saber que hay muchos otros como él que se animarán a seguir sus pasos.

En consecuencia, y según lo expuesto, si tuviera que contestar a la pregunta sobre si esta película tiene o no valores artísticos, mi respuesta sería que sus valores sociales, humanos y políticos son infinitamente superiores y, por ello, de visionado absolutamente obligatorio. Y es que consigue, en menos de dos horas, con un tono sosegado y nada demagógico, apoyándose en datos concretos y expuestos al análisis público, que seamos conscientes de que la peor pesadilla orwelliana se ha instalado en el seno de nuestra sociedad como un cáncer. En el aire queda ahora saber si dejaremos que vaya creciendo hasta adoptar la magnitud de un Gran Hermano o antepondremos nuestros ideales a nuestro bienestar para cambiar un «statu quo» cada vez más peligroso e injusto.

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