Hollywood al margen, uno de los pelotazos más sonados de la taquilla española durante los últimos años fue el de Intocable, película francesa que al norte de los Pirineos ya había sido toda una sensación (se convirtió en la segunda película con más recaudación en la historia del país galo y en Alemania también reventó las salas), pero que aquí consiguió algo inesperado: no sólo tuvo cifras buenísimas en su primer fin de semana, sino que en el segundo logró batir la recaudación del anterior. Una acertada campaña de marketing y, principalmente, el excelente boca a boca que generó por parte de los primeros que acudieron a ver la cinta, fueron las claves de un éxito difícil de prever antes de su estreno.
A la cabeza de Intocable se situaban los cineastas Olivier Nakache y Eric Toledano, que tanto en la dirección como en el guión supieron conjugar emoción y risas en una historia que aunaba muchos ingredientes temáticos que a la postre definirían su éxito y que se enmarcaban bajo la intención de romper los estereotipos acerca de ciertos grupos de personas, que en este caso eran los discapacitados físicos y los inmigrantes, haciendo ver que el valor de la amistad puede imperar en dos personas aunque en principio parezcan no tener nada en común. Una lanza certera que se clavó en el corazón de muchos espectadores y que Nakache y Toledano han rearmado para su nueva película, quinta en su currículum como cineastas y que lleva por título Samba.
Hemos concretado el éxito de Intocable en dos apartados principales (los directores y la campaña publicitaria), pero el tercero de ellos también tiene que ser mencionado: François Cluzet y Omar Sy caracterizaban a los personajes principales de una manera extraordinaria. El segundo de ellos repite como protagonista en Samba, caracterizando a un inmigrante del mismo nombre que se ve envuelto en diversos problemas con las autoridades. Pese a llevar diez años trabajando en Francia, Samba debe regularizar su situación si quiere seguir viviendo en el país con su tío. Así conoce a Alice, una mujer que está saliendo de una crisis personal y que trabaja en un centro de asistencia a los inmigrantes. Entre ambos surgirá una extraña relación mediante la que intentarán resolver sus respectivos problemas apoyándose el uno en el otro.
Por tanto, esta vez Nakache y Toledano pretenden focalizar la temática de la película en el asunto de la inmigración irregular, dejando al personaje de Alice casi como un sparring para apoyar la historia principal y para construir una trama romántica paralela. La buena actuación tanto de Omar Sy como de Charlotte Gainsbourg contrasta con la poca química existente entre ellos, cosa que se irá recrudeciendo con el paso de los minutos cuando las situaciones dramáticas afloren. El poco gancho que posee la historia de amor y la dosis pertinente de azúcar que ya intuíamos que nos íbamos a encontrar parecen ser los únicos peros que se le pueden poner a una cinta que conserva varias de las virtudes de la anterior. Por ejemplo, una precisión óptima a la hora de introducir los momentos de comedia en escenas dramáticas y viceversa. Servidor, que no es muy de entrar al trapo de la carcajada cuando le ponen el tapete para ello, no pudo ocultar una risa en aquella escena de Intocable de la ópera como tampoco puede hacerlo con otra escena similar que encontramos en Samba. Todo ello lo consiguen los directores sin perder un ápice de respeto por el tema que está tratando y que, a falta de conocer más en profundidad la legislación francesa sobre estos temas, parece cortado por un patrón muy realista.
Como decimos, cualquiera que viese Intocable más o menos podía anticipar que Samba iba a estar impregnada de un espíritu buenrollista de principio a fin. Los directores no quieren que el espectador piense sobre lo dura que es la vida del protagonista, pero tampoco quieren tapar la realidad, simplemente lo encubren bajo una capa de esperanza para no cruzar la barrera que separa el drama social del dramón sensiblero. ¿Problema? Ninguno, puesto que las pretensiones de sus creadores no superan al producto final y Samba ofrece durante buena parte de su metraje lo que uno va dispuesto a ver. Lo que sí supone un verdadero contratiempo es asistir a un desenlace confuso y atropellado. La película ofrecía buenas opciones para rematar la historia de forma feliz, triste o un híbrido entre ambas, pero al final se ha optado por un final que a pocos satisfará y que los espectadores más despistados podrían incluso no comprender.
Una mancha final que, en cierta manera, desluce un traje de diferente color pero mismas medidas al que ya vimos hace unos años. La misma fórmula repetida sólo podía ser igual o peor, ya que el factor sorpresa quedaba anulado. Samba no es peor que Intocable en su desarrollo argumental, sí lo es en la interacción entre sus protagonistas, pero esto no debería suponer un imprevisto a la hora de pasar un buen rato con una historia interesante como la que aquí tiene lugar. No es, por tanto, una obra destinada a aprovechar el tirón comercial de su antecesora, al menos en su sentido formal, cosa que sin duda agradecemos. Pero no hubiera estado de más recortar el último cuarto de hora o, al menos, haber optado por un final más directo y no tan enrevesado.