Ermanno Olmi sigue siendo uno de esos eslabones del cine pretérito cuya rebeldía y ausencia de etiquetas continúan dando guerra después de más de cincuenta años de inmaculada carrera cinematográfica. El cine de Olmi captó desde el primer fotograma la idiosincrasia de un genio que siempre se mantuvo en la retaguardia ajeno a los flashes de la fama y la aclamación popular, incluso someramente olvidado por esa crítica más interesada en exaltar en sus papeles a esas figuras garantes de ventas y polémicas. Sin duda Olmi fue y es un maestro de talante profundamente humanista seguidor de la filosofía de la resistencia a las injusticias siempre con la humildad presente por bandera. Para los que amamos profundamente el cine puro carente de impurezas e imposturas, el autor de El árbol de los zuecos sigue siendo una referencia en la que se percibe esa fidelidad al cine naturalista y humano que empapó el talante del de Bérgamo en su más tierna adolescencia, un cine ajeno a modas y corrientes cinematográficas, únicamente adscrito al carácter íntimo y personal de un aspirador de la esencia de la vida sin miedo a dibujar en su lienzo la oscuridad, miseria y melancolía que ha dominado la existencia desde épocas inmemoriales, pero también de lanzar un canto en favor de la sencillez, las virtudes de lo primitivo y las luces que alumbran el espíritu humano sin miedo a padecer calumnias de sus contemporáneos respecto a ese aura pretérita que desprende su cine.
Y es que Olmi siempre ha estado de moda precisamente por su renuncia a formulismos y rígidos protocolos cinematográficos, hecho que ha prolongado en el tiempo una trayectoria impecable que es un gusto poder contemplar desde sus tempranos inicios. Así, hemos decidido reseñar la ópera prima de este auténtico tótem del cine de arte y ensayo europeo, producida allá por el año 1.959 cuyo título resulta toda una declaración de intenciones respecto a lo que iba a convertirse el curriculum de un artista de lo esencial: Il tempo si è fermato. Y es que para los que hayan acudido fielmente a su cita con Ermanno Olmi esta cinta primogénita les resultará más que familiar ya que ese gusto por la sencillez, la naturalidad, la aparente ausencia de trama melodramática, esa lucha del ser humano aislado de la civilización en un entorno hostil y primitivo o esa mirada recóndita acerca de lo complejo que resulta la derivada que establece las relaciones humanas fueron las semillas que empleó el autor de I fidanzati para cultivar su maravilloso debut cinematográfico.
La película narra con un tono oriundo del temprano cine neorrealista la lucha de dos vigilantes que habitan durante el invierno glacial sito en lo alto del glaciar de Venerocolo un puesto de observación destinado a avisar de los peligros que pueden surgir en el proceso de construcción de un dique ubicado en este hábitat salvaje. En un principio el puesto se halla habitado por un veterano guardia poseedor de una joroba adquirida por el duro trabajo desempeñado desde su infancia cuyo nombre no será descubierto hasta el final de la cinta y por el jovial Salvetti, cuya alegría quizás se encuentre motivada por el hecho de que en la víspera del día siguiente abandonará el lugar para disfrutar de unas merecidas vacaciones de Navidad junto a su familia y amigos. En estos primeros compases de la cinta Olmi retratará la soledad y el aislamiento de unos hombres que únicamente tienen espacio para el ocio a través de unas modestas partidas de damas así como en los acordes emanados de una vetusta radio. La cámara del novato maestro se moverá como un espía a través de las cuatro paredes que construyen los diferentes habitáculos de este hogar simulado absorbiendo la sacrificada vida de estos trabajadores que no se quejarán de lo sufrido de su labor mientras cocinan el desayuno. Pero el maestro también dará un respiro al espectador conquistando con su objetivo el hermoso entorno y los bellos parajes nevados que atraviesan con sus esquís los dos protagonistas iniciales de la epopeya. Tras la marcha de Salvetti, el viejo guarda permanecerá en soledad a la espera del relevo de su colega, siendo estos pequeños minutos quizás los más admirables de toda la obra. Este vector será la perfecta excusa para que Olmi muestre todas sus cartas y principios, fotografiando la soledad que el silencio y el hastío rutinario infringen en el quehacer diario marcado por el aislamiento de toda señal humana. Únicamente el tic tac del reloj que marca las horas en el refugio perturbará el mutismo que el ensimismamiento provoca. Veremos a este anacoreta deambular sin rumbo por las esquinas y aposentos del albergue buscando alguna actividad para desprenderse del aburrimiento. Así barrerá, mirará al reloj, colocará las toallas que estaban guardadas en un armario, escuchará un aburrido programa de radio, aseará su cama, cortará leña para alimentar el fuego, cocinará un jugoso plato a pesar de no tener hambre y finalmente saldrá en busca de su nuevo compañero. He de reseñar que estos quince minutos de soledad del protagonista representan uno de esos pocos momentos de puro cine, sin duda un Santo Grial que apenas aparece de vez en cuando en las más aclamadas obras del séptimo arte.
Sin embargo el mutismo que acompaña a este veterano guarda se interrumpirá en el momento en el que en el horizonte aparece un sorprendente nuevo compañero. Se trata de Roberto, un joven e inexperto estudiante que ha sido enviado en sustitución del colega esperado por nuestro héroe debido al anticipado alumbramiento de su hijo. Este bisoño compañero se presentará como un ilusionado colegial que espera aprovechar el silencio y el retiro forzado asociado al trabajo en el glaciar para preparar unos exámenes que deberá afrontar en menos de un mes. La inicial desconfianza surgida en la temprana relación veterano/novato irá poco a poco subiendo la temperatura en paralelo con el ambiente. Así, gracias a una partida de damas en la que Roberto vence sin paliativos a su receloso compañero de aventuras la empatía entre estos dos antagonistas conquistará el hogar. En este sentido, la narración de Olmi resulta prodigiosa. De este modo sin palabras ni acalorados diálogos la literatura del italiano conseguirá comunicar el nacimiento de la amistad en un ambiente gélido y taciturno poco acto para la fogosidad desprendida por la felicidad y la hermandad. Y es que a pesar de la frialdad atmosférica la película avanzará rompiendo el entorno para hacer brotar una ternura y afección hacia los dos personajes que ganará la emoción del espectador desde la más simple sencillez.
Por consiguiente, mediante conversaciones sin importancia conoceremos el verdadero nombre del protagonista: Natale, como esa navidad que trajo a su compañía a Roberto. Con tan solo unos minúsculos recursos de estilo, Olmi narrará una epopeya de inspiración profundamente cristiana como una especie de via crucis laboral de dos hombres de diferente talante que a pesar de ese choque tradición modernidad lograrán entenderse no solo en el ámbito del desempeño sino igualmente en el de la amistad. Y este es un punto que me fascina de esta cinta que hace suya la frase del menos es más, puesto que su espina dorsal desprende esa moraleja que avisa que la soledad, la vida pacífica en un marco rural carente de moderna tecnología y también de esos egos, competencia y luchas que marcan la existencia en las grandes urbes civilizadas son los únicos marcos civilizados existentes en este universo refinado y ruidoso que ha matado al silencio y la meditación como núcleos de conexión social.
Sin duda emocionante se alza esa maravillosa escena en la que Natale arriesgará su vida para salvar la de un Roberto aquejado de una repentina fiebre en medio de una mortal tormenta de hielo. Los cuidados, consejos y atenciones prestadas por el viejo guarda hacia su inexperto hermano de andanzas destaparán esa relación paterno filial que ambos personajes añoran por la pérdida y lejanía de sus seres queridos, dibujando de esta manera Olmi un poema de la elegía francamente inspirador. Y es que el autor de La leyenda del santo bebedor ama a sus personajes, perfilando de este modo con todo cuidado y cariño el temperamento de los mismos caracterizado por un humanismo esperanzador del que brotan profundos sentimientos arraigados en nuestro ser. Porque se detecta que en el trazo humano tanto de Natale como de Roberto está presente parte de la vida y experiencias de Olmi, incitando pues ese apego y afinidad que el director repara hacia esta extraña pareja a partir de una historia contada con la parsimonia y discreción que caracterizaron a un autor que ha vertido algunas de las más personales y grandiosas obras maestras del séptimo arte.
Todo modo de amor al cine.