Suele haber tres tipos de cortometrajes que me gustan más de lo normal: los que me atrapan a través del impacto que genera el guión y la dirección, los innovadores, subversivos y originales y por último los que cuentan con Natalie Portman entre el casting. Un día en París no pertenece a ninguno de estos tres grupos, si bien lo más reseñable de su planteamiento es la facilidad con que se ve, a partir de una dirección cuidada y muy correcta llevada a cabo por los realizadores Hakim Zouhani y Carine May, obsesionados con crear personajes que tengan exactamente 20 años —ver la sinopsis de Molii (2014) (y la crítica de Joseph B Macgregor en esta misma web) o de Rue des Cités (2013), su primer largometraje—.
En Un día en París, conoceremos a Mourad, un joven de 20 años —lo que comentaba— que descubre su vocación de ser escritor durante las clases de teatro de su barrio. Por este motivo, Mourad decidirá salir de su zona de confort y asistir a un taller de escritura, aunque sus familiares y amigos no se lo pondrán nada fácil. De esta manera conoceremos su entorno y su día a día, en un día.
Sin muchos medios, pero con una soltura más que apreciable al tratarse del primer trabajo de Zouhani y May, quedando claro que, como buenos directores franceses, se interesan por los temas sociales y ponen en el punto de mira a los barrios de grandes ciudades y bajo poder adquisitivo. A través del protagonista conocemos a sus compañeros, su hermano y su madre y en pocos minutos ya intuimos las claves de su personalidad e intuimos qué hace cada uno y porqué son como son.
Un día en París es un consejo, después de todo, y de ahí que resulte más recomendable para jóvenes con inquietudes culturales lastrados por familiares y amigos que no se tomen en serio sus sueños, faltos de confianza o para aquellos que crean que la inspiración llega a partir de consejos de profesionales, más que una película destinada a un público global, que aun así sabrá apreciar la naturalidad de la dirección y los actores, a pesar de no alejarse de la simple anécdota y lo cotidiano, de no desprender imágenes perdurables en nuestra memoria ni una historia que atraiga nuestro interés. Las situaciones que el protagonista irá padeciendo durante los 23 minutos que dura la película —que tendrían que haber sido 20— se ven con agrado, aunque sin entusiasmar.