De actualidad por haber dirigido una de las candidatas a los Oscar, La teoría del todo, James Marsh es más conocido por su faceta como documentalista, con la que alcanzaría la fama internacional gracias a su tercer trabajo en ese terreno —tras Wisconsin Death Trip y The Team, que codirigió junto a la también documentalista Basia Winograd—, una Man on Wire con la que ganaría el Oscar a Mejor documental, marco al que volvería más tarde con Proyecto Nim. Entretanto, un Marsh que parece estar habituándose a la ficción —donde debutara 3 años antes de su éxito con The King— dirigía en 2012 esta Agente doble (más conocida por su título internacional, Shadow Dancer) con la que comenzaba a rubricar sus inquietudes más allá del formato documental, algo que ya había hecho dirigiendo unos años antes el segundo episodio de la recomendable trilogía televisiva Red Riding, y que aquí retomaba para trasladarnos de nuevo a épocas pretéritas en un marco lo más cercano posible al thriller.
En esta ocasión —y como ya sucediera con Red Riding: 1980—, Marsh volvía a adaptar una novela —del periodista y escritor británico Tom Bradby— que nos sumerge directamente en la década de los 90, durante el conflicto del IRA, donde el servicio de inteligencia británico tomará parte cuando capture a una terrorista con la que negociará una posible liberación en caso de cooperar y así poder capturar a algunos de los miembros más cercanos del entorno de esa mujer.
Aunque los primeros pasos que da Marsh se presumen equívocos, con un prólogo que se antoja más bien innecesario, el cineasta pronto toma las riendas del film poniéndonos en situación gracias en especial a la magnífica ambientación de la que hace gala, algo a lo que no contribuyen tanto los escenarios o decorados como una fotografía que es capaz de evocar por sí sola ese clima vivido —los colores, más bien gélidos, ayudan a ello— en las islas y llenar con una facilidad inusitada el marco. Es ese aspecto uno de los que ayudan a no naufragar a una cinta que en no pocas ocasiones toma decisiones dudosas —tanto para la credibilidad del entramado, como para el desarrollo de unos personajes en los que Marsh no se centra en demasía pese a la más que evidente inclinación por desarrollar un cierto ámbito dramático (desde la calidez) del personaje interpretado por Andrea Riseborough—, y en otras tantas simplemente parece querer salir del paso, como si cubrir el expediente fuese suficiente ante un relato que por momentos se presenta desabrido, incluso insulso.
No obstante, y si bien es posible que Agente doble nunca llegue a funcionar en un ámbito crucial para desarrollar sus posibilidades, el ejercicio emprendido por el autor de Man on Wire resulta estimable en tanto ejecuta un retrato que no se deja arrastrar por imágenes tenues ni subordina su discurso al más común de los terrenos —aunque algunos de sus personajes, como los emprendidos por Clive Owen y Gillian Anderson, desvelen en más de una ocasión arquetipos un tanto molestos—.
Con ello no es que Marsh conforme un film estimulante, pero sí mínimamente dinámico, accesible y, en suma, frío, de aquellos que incluso cuando buscan indagar en la naturaleza de sus personajes, resaltan su propia condición y terminan por llevar al espectador a un terreno un tanto apático, como si llegar de un lugar a otro fuese más un requisito indispensable para realzar el fondo de una cuestión en lugar de para generar en el público una reacción que nunca llega y, por ende, deviene en una reacción tan gélida como en suma es de olvidable esta Agente doble.
Larga vida a la nueva carne.