No descubro nada nuevo al afirmar que Jean Epstein fue uno de los primeros cultivadores de la perspectiva sensual del cine durante esos primerizos años veinte del siglo pasado. De origen polaco, el autor de El hundimiento de la casa Usher fue uno de los referentes indispensables de esa generación de cineastas franceses —y también europeos— amanecidos bajo los auspicios de las influencias del nuevo cine sonoro, atrayendo hacia su particular forma de entender el arte a nombres tan importantes para la historia del cine como los de Robert Bresson o Alain Resnais por poner dos claros ejemplos. Ya desde sus primeros pasos en el panorama cinematográfico, Epstein marcó con su ideología una línea de separación con respecto a lo convencionalmente establecido. Si bien se le consideró como miembro integrante del movimiento impresionista galo, en parte debido a la admiración que Epstein profesaba al gran maestro de esta corriente Abel Gance, del análisis de las principales obras del autor de Mauprat se desprende cierto gusto por deformar las reglas surgidas desde el Expresionismo silente alemán así como los paradigmas vertidos por los grandes autores del cine soviético, para de esta manera derivar hacia una línea de fabricación propia e intransferible con cierta querencia a plasmar mediante innovadores técnicas de montaje y también fotográficas una concepción del arte cinematográfico que desbordaba las fronteras del simple melodrama sin sustancia intrínseca, alumbrando así una poesía que otorgaba a la experimentación de sensaciones un papel predominante frente a la comodidad que suponía la producción cinematográfica al abrigo de los grandes estudios europeos o de Hollywood.
En este sentido, Coeur fidèle se alza como una de las mejores películas edificadas por este arquitecto de lo visual, poseedora de todas y cada una de las bondades que convirtieron al cineasta francés en uno de los directores de cabecera necesarios para entender la evolución histórica del séptimo arte. Me faltan las palabras para describir desde la frialdad que caracteriza mi lenguaje escrito la enorme belleza expresionista que emana de cada fotograma inventado por el genio de Epstein. Y es que Coeur fidèle se eleva desde los altares como una pieza triunfal de modernidad generadora de todo un torbellino de sentimientos y emociones difícilmente localizables en otras criaturas de su misma especie. Uno de los puntos que sobresalen de la cinta es sin duda su vanguardismo e innovación, puesto que si obviamos consultar en el etiquetado que adorna al film su año de producción e igualmente dejamos de lado su carácter adscrito al cine silente, la cinta hace gala a lo largo de su desarrollo de una atmósfera decadente, desgarradora, flamante, realista a la vez que onírica, que evoca directamente al cinema verité originario de nuestro país vecino así como a esas lúgubres historias plenas de fatalismo y pesimismo que surgieron bajo el amparo del paraguas neorrealista en el cine italiano de posguerra.
La cinta parte de un esquema argumental muy clásico y convencional, visto en infinidad de melodramas de la época, para narrar la historia de una huérfana llamada Marie (interpretada desde las tripas por una Gina Manés que hipnotizará con su mirada a todo aquel que ose contemplar sin pestañear sus grandes y jugosos ojos) que trabaja de sol a sombra como camarera en el sórdido bar propiedad de sus funestos padres adoptivos sito en las orillas del puerto de Marsella. La dureza ambiental propia de una casa caracterizada por la miseria afectiva será compensada por la aparición de Jean, un joven empleado portuario poseedor del sincero amor de la triste camarera. Sin embargo, este amor natural será obstaculizado por la presencia de un maleante amigo de los padres adoptivos de Marie que actúa bajo el seudónimo de El pequeño Paul y que igualmente se halla perdidamente enamorado de la limpia mirada de Marie. Este triángulo amoroso compuesto por vértices incompatibles, se romperá el día en que el pandillero Paul arrastre a la bella Marie hacia una feria ubicada en las afueras del puerto donde tomará a la inocente Marie contra su voluntad. De este modo, Jean dispuesto a luchar por el amor de Marie, se enfrentará al pérfido Paul en una pelea barrio bajera que terminará con el apuñalamiento accidental por parte de Jean de un policía que trataba de mediar en el furor de la lucha. Como resultado de este suceso, Jean será encerrado en prisión mientras que Paul huirá del lugar arrastrando consigo a Marie. Tras salir de la cárcel, Jean localizará a su amada en una destartalada residencia situada en un céntrico barrio de Marsella. Así, descubrirá que Marie malvive entre las paredes de un ruinoso bloque de edificios junto con el proxeneta Paul y con su hijo recién nacido. Gracias al amparo prestado por una vecina discapacitada (interpretada por la coguionista de la cinta y hermana de Epstein, Marie Epstein), Jean y Marie sortearán los obstáculos presentados en su camino, si bien el choque final entre los tres protagonistas de este triángulo escaleno será la única vía para resolver el drama que acompaña su existencia.
A través del dibujo de la típica historia de amor triangular de talante portuario, Epstein construyó un film sumamente bello, apartado de todo brillo rutinario, para explotar a partir de esta premisa una nueva derivación cinematográfica definida por la exploración positivista, huyendo pues de la sencillez para abrazar el riesgo y la revolución. Y es que es imposible que un aficionado al cine no se enamore de esta propuesta germinal elaborada por Epstein, en la que se despliegan algunas de las técnicas cinematográficas que convirtieron al cine en algo más que un vehículo reservado al mero entretenimiento. Así, la cinta se desprende de la rigidez que otorga la concepción basada en el flujo del plano y contraplano entremezclado con los planos fijos, para dirigir su camino hacia el poder del montaje como herramienta para hipnotizar al espectador. En este sentido Epstein empleó todo tipo de técnicas, desde secuencias rodadas a cámara lenta, travellings, fundidos, movimientos acelerados, planos fijos dotados de una profundidad prodigiosa, flashbacks entremezclados con elipsis mesiánicas, tomas en grúa que atribuyen un movimiento frenético a la cinta —fundamentalmente en los maravillosas tomas ubicadas en el carrusel de la feria—, planos cenitales antecesores de los utilizados por los primeros alumnos de la Nouvelle Vague y primerísimos planos… sobre todo primeros planos bellos, limpios, carentes de máscaras y maquillaje donde los ojos de los actores logran hacer partícipe al espectador de los sentimientos que atenazan a los intérpretes. Los actores interpretan su papel mirando directamente a los ojos de sus interlocutores sitos más allá del telón de la pantalla. Esto nos hará culpables de las miserias sufridas por Marie, así como protagonistas de los sentimientos más profundos exhibidos por las estrellas del film. Sin duda la explotación de este recurso típicamente expresionista fue reinventado por Epstein con objeto de pintar un cuadro perfectamente inspirado para estimular la emoción directa y sublime del público.
De este modo, la imagen sustituirá a los fríos intertítulos como medio de narración. Y es que, si bien la película hace uso del vehículo escrito para dar pistas al espectador del devenir vital padecido por los protagonistas, es sin duda la murmuración gestual y sensorial la base que permite fluir hacia adelante el desarrollo de la trama. La imagen pues torna en el principal elemento de transmisión de sensaciones, dotando así a la cinta de una extraña poesía que señala al cine como un contorno específico de arte abstracto. Así, la cinta explota las posibilidades que el simbolismo alegórico ilustrado mediante figuras y estampas gestuales expira en el contexto delimitado bajo la doctrina del movimiento narrado a veinticuatro fotogramas por segundo. Gracias a la propuesta visual de Epstein, las lágrimas que nacen de los ojos de Marie serán compartidas por todos nosotros, al igual que la tristeza, las risas, los miedos o los disgustos que atormentan a héroes y villanos del film. Pero no sólo desde estos magnéticos primeros planos Epstein logra perturbar la aquiescencia de su súbditos, sino que igualmente la cinta presenta una efervescente carga simbólica a través de sus múltiples metáforas gestuales como esos planos de manos abrazándose —que más tarde Bresson convertiría en un aspecto marca de la casa—, como representación de ese último aliento de humanismo inserto en el inhumano hábitat que sostiene el suceder de la epopeya, así como ese plano final en el que un alicaído Jean sentirá el miedo a ese futuro azaroso y desconocido que parece esperar a la pareja mientras los amantes disfrutan de un ligero viaje dando vueltas alrededor de un columpio.
Por todo lo comentado Coeur fidèle se destapa como una pieza esencial que refuerza el poderío narrativo de Epstein, sin duda uno de los primeros trovadores del cine que supo levantar gracias a su talento descriptivo una nueva vía de concepción cinematográfica basada en el hipnotismo emocional como correa de transmisión de sensaciones, construyendo de este modo una extraña lírica de difusión de arte que asentaba su capacidad de inquietar al espectador haciendo gala de una elegía subliminal que precisaba por tanto de un público inquieto y heterodoxo poseedor de la destreza requerida para destripar toda la profunda carga ideológica que brindaba una nueva línea de producción bosquejada por autores de cine en su dimensión más estricta. Y es que Coeur fidèle forma parte por méritos propios de ese grupo obras maestras que conservan intactas su métrica para engatusar a cualquiera con ganas de dejarse pervertir por el veneno expulsado por ese genio de la percepción que responde al nombre de Jean Epstein.
Todo modo de amor al cine.
la fotografía es estupenda, sobre todo la parte de exteriores, en la feria y las escenas del puerto