Timbuktu (Abderrahmane Sissako)

En ocasiones, la didáctica que aporta el cine es incomparable a la de otras artes o incluso a la propia información. Los que nos dedicamos al periodismo todavía estamos algo conmocionados por lo sucedido en París. Pero también nos preguntamos… ¿Realmente era tan imprevisible que sucediera algo así? El avance del fanatismo religioso, agarrado de la mano del terrorismo, es un hecho cristalino desde aquella mañana del 11 de septiembre de 2001. Sin embargo, hay gente con poca consciencia o con ansias de sacar réditos político-económicos que ve todo esto como una lucha Occidente vs. Oriente, cuando la gente que realmente puede vivir todo este fenómeno de cerca sabe que en el entorno de los grupos terroristas se encuentran los primeros perjudicados por esta actividad.

Un buen ejemplo sobre este tema lo tenemos en Timbuktu, película dirigida y escrita por el mauritano Abderrahmane Sissako. Como su nombre indica, la obra tiene lugar en la ciudad de Tombuctú, situada en Mali, uno de esos países africanos a los que el Islam ha llamado a la puerta. Tal y como nos muestra el filme, basado en hechos reales, durante el año 2012 acaecieron diversos sucesos en la ciudad que tenían por protagonistas a grupos yihadistas y a los habitantes de la ciudad. Los primeros se mostraban tajantes respecto a cómo los segundos amenizaban su tiempo libre tocando música o jugando al fútbol, dos artes que precisamente en África ayudan bastante a arrojar algo de luz sobre la perpetua pobreza. Precisamente hace poco tuvimos la desgracia de conocer cómo el Estado Islámico ejecutó a 13 jóvenes en Irak simplemente por ver un partido de fútbol. De nuevo, el poder de anticipación del cine.

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Profundizando un poco más en la película, Sissako pretende narrar varias historias sueltas y aparentemente sin conexión entre sí más que ese choque de intenciones entre terroristas y ciudadanos. Una apuesta ciertamente arriesgada, ya que al principio resulta difícil seguir la pista a los personajes y en algún momento deja al espectador un poco perdido si éste esperaba encontrarse con un argumento más al uso. Pero al final, la película queda despojada de esta sensación. Sea con la historia de la familia “feliz” de ganaderos, con la del joven que reniega de su pasado frente a la cámara o con la de los amantes de la música, la obra ofrece la posibilidad de agarrarse a tramas sueltas que se cobijan bajo ese elemento vehicular como es la imposición de la sharía.

Al estar Timbuktu irremediablemente conectada con la realidad actual, también parece imposible que la obra de Sissako se desprenda de un cierto aire a documental, un regusto de no ficción que sin embargo no se torna explícito en su aspecto formal. El director mauritano no se corta a la hora de filmar escenas duras, especialmente una que ya ha sido destripada hasta la saciedad en varias sinopsis y que deja claro que la historia que cuenta no es precisamente un cuento de hadas. Aun así, durante los 100 minutos de metraje podemos ver momentos de auténtica belleza cinematográfica, como una hermosa toma del estanque (que tampoco es gratuita, tiene bastante peso argumental) o esa escena en la que un grupo de niños juegan al fútbol sin balón.

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No debe extrañar el reconocimiento cosechado por Timbuktu a nivel internacional. La fuerza de su mensaje, muy en consonancia con temas de actualidad, es su principal estandarte. Pero debajo de esa piel se encuentra una obra con vida propia que, si bien a un servidor no le ha parecido redonda, tampoco se puede negar que impacta por momentos. Se nota que Sissako sabe de lo que habla y, afortunadamente, será imposible malinterpretar sus intenciones: en todo momento resulta cristalino que una cosa es la actividad terrorista y otra muy diferente es la religión en la que se escudan para cometer sus actos. Es otra de las razones por las que, más allá de su mayor o menor valía cinematográfica, merece la pena concederle unos minutos de nuestra vida a esta película.

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