Cuando escuchamos hablar del mal de Alzheimer nos viene a la cabeza, inconscientemente, la trágica imagen de una persona de edad avanzada cuya memoria se pierde progresivamente y necesita de un cuidado y una atención constante. Es la muerte lenta vista a través del proceso cognitivo. Pero ¿qué sucede cuando todavía no alcanzas la edad más madura y sufres de esta enfermedad en el ecuador de tu vida? Siempre Alice nos lo muestra, fuera de lo habitual en las decenas de películas dedicadas al tema del que trata: Paseando a Miss Daisy (1989), Arrugas (2011) o la más reciente, humana y dolorosa Amor (2012) de Haneke, que entre otras, nos hablaron del deterioro y el olvido visto desde diferentes perspectivas.
La unión, nuevamente, entre los directores Wash Westmoreland y Richard Glatzer (Quinceañera, 2006) lleva a la pantalla la novela, del mismo nombre, de Lisa Genova. Una historia sobre el drama de la pérdida de la memoria y el deterioro del cerebro a través de los ojos de una paciente biológicamente joven para sufrir esta enfermedad. La damnificada es Alice Howland, una persona con altos conocimientos de la lengua, profesora de Lingüística en la universidad de Columbia, con una vida familiar y personal satisfactoria y un nivel adquisitivo relativamente alto. Es el clásico tópico, pues al diagnosticar el mal de Alzheimer precoz su vida se desmorona. Las premisas del filme no son muy dadas a un guión elaborado.
El argumento es propio de un telefilme de sobremesa, ya que si no fuese por la gran baza con la que juegan en la película, claramente se quedaría como tal, quizás también por el corte independiente que la cinta tiene y su poca distribución. El punto fuerte es su protagonista, Julianne Moore, que convierte una película perfecta para nuestras mejores siestas de los fines de semana, en una obra que la encumbra hasta lo más alto de la interpretación. Capaz de transmitir desde el desconcierto que suponen los primeros síntomas hasta la pérdida completa de lo que su antiguo ‘yo’ fue, simplemente con la mirada ingenua, ignorante, perdida y sin apenas vida. Sin embargo, no juega sola; en el papel del marido sufridor que está a su lado en todo momento encontramos a un correcto Alec Baldwin, el cual quizás por no encontrar con la protagonista la química que el personaje requería, su actuación pasa bastante desapercibida, por mucho que Moore manifestase en varias entrevistas sus ansias por coincidir con el actor en la gran pantalla. Quien más congenia con la interpretación de Julianne Moore es Kristen Stewart, cuyo papel es el de hija rebelde y distante que, debido a la situación en la que su madre se encuentra, termina siendo el máximo apoyo. Un papel que no debió costarle demasiado pues es a lo que nos tiene acostumbrados, una joven insulsa, esquiva, que oculta sus sentimientos y precisa de un guión directo y conciso, pues por su expresión facial la interpretación sería lineal, que finalmente termina depositando en el espectador un haz de luz.
La actuación de Julianne Moore muestra una película dura, triste y emotiva. La cercanía y autenticidad que desprende a través de la pantalla nos crea preocupación y llegamos a sentir lástima por ella y por su entorno. La banda sonora a cargo del compositor Ilan Eshkeri, muy repetitiva a lo largo de toda la cinta, crea un ambiente que consigue conducirnos hasta la melancolía y aflicción que Siempre Alice intenta transmitir.
Es necesario ver este drama para observar el trabajo desempeñado por la actriz que está cosechando grandes premios, ya que Julianne Moore, omnipresente a lo largo de toda la cinta, levanta ella sola con su propio peso una película que, muy ciertamente, podría estar abocada al olvido. No obstante, y paradójicamente, nosotros no nos olvidaremos de ella, siempre y cuando nuestra mente nos lo permita.