Bruno Barreto ha vuelto hace poco a la gran pantalla con la película que narra una parte de la vida de la poetisa Elizabeth Bishop, Luna en Brasil. Como bien escribe en su reseña mi compañero Martí Sala, no es un biopic al uso, pues utiliza un romance como vértebra principal de la película, y la propia aventura romántica sirve para dar paso a temas más trascendentales.
No es la primera vez que Barreto hace algo parecido. Con el romanticismo siempre por bandera, ya sea en comedia o en drama, el cineasta brasileño aprovecha todo lo que gira alrededor del propio amor entre dos personas para buscar algo más trascendental. Es decir, el romance acaba siendo como el nexo para que giren el resto de cosas en el mundo. Esto se ve muy bien en una de sus anteriores películas, Bossa Nova.
Bossa Nova sigue el precepto de tantas comedias ligeras que Hollywood produce en masa, como si fuesen gominolas. Dos desconocidos que se conocen por casualidad, y que, sin que ellos lo sepan, se encuentran mucho más conectados de lo que parece por medio de terceros, de personas, lugares y situaciones. A través del método de ensayo y error, ambos acabarán por encontrarse al amparo de Río de Janeiro, ciudad que es prácticamente la tercera protagonista de la cinta.
Aunque todo pueda parecer muy simple, muy sencillo y nada pretencioso, lo cierto es que Barreto se las ingenia para reflexionar sobre una gran variedad de temas. Especialmente gracias a los personajes secundarios, ricos, variados y francamente bien construidos, se tocan cosas como el amor a distancia y como influye Internet en las relaciones interpersonales (Gracias al personaje de Nadine), hasta donde llega la obsesión por el trabajo bien hecho (el sastre Juan y su amor por sus telas) o incluso problemas políticos y sociales de Brasil, como las ganas de triunfo fácil de los jóvenes por caminos como el fútbol, pese a lo improbable que sea conseguirlo (Representado en el personaje de Acacio, que probablemente sea la peor interpretación de todo el film, encarnado en Alexandre Borges).
Otro de los puntos que Bruno Barreto ya empezaba a demostrar en este film es el amor por su país. En los distintos planos vemos una imagen de Río como si fuera una ciudad sencillamente perfecta. Río aparece como baluarte de todo lo hermoso y deseable, la ciudad maravillosa que favorece el amplio desarrollo del ser humano. Es bueno ser patriota, pero a veces parece que más que una película, el cineasta opte por hacer cartas de amor visuales a su tierra. En el caso de Bossa Nova, acabaremos saturados de todo lo que Río es – siempre según esta película – capaz de ofrecer.
La música se une a la lista de los grandes pilares del realizador brasileño. El propio título ya da una gran pista de que la música va a tener su importancia, siendo la Bossa Nova un género muy conocido de la música popular brasileña, derivado de la archifamosa samba. Este género acompañará las vivencias de los personajes siempre de un modo u otro, pues al fin y al cabo se vende como la música de las personas corrientes. Refuerza la idea de que lo que ocurre en pantalla puede pasarle a cualquiera. Y, por supuesto, se suma a la lista de cosas con las que engrandecer Brasil.
En cualquier caso, se trata de una película disfrutable, a pesar de su argumento baladí y de su patriotismo exagerado, que deja unos cuantos momentos de gran romanticismo (y unos cuantos entre director y Río de Janeiro) y que ya anticipaba de algún modo los grandes temas de Bruno Barreto en el futuro.