Cámara en mano conocemos a la protagonista, la novia, la mujer que disfruta del día más feliz de su vida, la excusa perfecta para dar pie al infierno prometido en Lovely Molly. Molly, adorable Molly, joven y sonriente muchacha que va a sufrir el peso de una gran casa sobre su espalda.
Eduardo Sánchez, a quien ya descubrimos por medio de cámaras subjetivas con su compañero por aquel entonces Daniel Myrick en El proyecto de la bruja de Blair, construye las bases del terror en esta película a través de los dramas personales de un grupo de personas a los que desconocemos, sin convertirse en ningún momento en nuestros íntimos.
Una casa, una mujer y un pasado son suficientes para estructurar esta pesadilla que nos convence de su racionalidad y nos hace dudar de los verdaderos monstruos, calibrando a ojo si realmente hay acoso fantasmal o todo viene de una mente desequilibrada con motivos de peso. El reproche de la mayoría vendrá al darse cuenta que el terror se hecha elegantemente a un lado cuando aparece la locura y que no llega más allá de puertas que se abren o canciones infantiles que dominan a Molly y no tanto a nosotros, al menos no va tan lejos como nuestras mentes efervescentes suelen ir cuando nos arrebujamos en nuestros asientos porque la música cambia de ritmo y pensamos que algo saldrá de la pantalla y nos despedazará cuando normalmente no pasa… nada. Es cuando descubres que eres tú quien teme los sótanos sucios que no son más que cuatro paredes con mucho polvo y poco orden y que realmente tienes tanto de desquicie como cualquier protagonista de casa acechadora.
La música hace mucho, es cierto, pero esta vez, compuesta por Tortoise, no se trata de subidas de tono incomprensibles que te dejan al borde de la catarsis y te tensa los tímpanos y el alma en vez de hacerlo las imágenes que acompaña. En esta ocasión encontramos un trabajo ambiental y envolvente que no desluce ni molesta, más allá del maldito pitido sordo y agudo, continuo y casi imperceptible que diagnostica la presencia de algo extraño. Alejándose de uno de los tics actuales más odiosos de la factoría de terror, sí se aferra a otro tan candente como, en ocasiones, carente de interés, y no es otro que mostrar mediante una cámara de vídeo lo que va grabando. Esta nueva herramienta está dando la vuelta al mundo, unos lo soportan de forma innovadora y otros consiguen que no lo podamos soportar más. Aquí se entiende su uso por ser en parte uno de los motivos por los que el director encontrara un hueco en el cine con su ópera prima, y porque sirve para mantener varios puntos de vista. Los principales son darle voz a Molly cuando se encuentra a solas, una excusa como otra cualquiera para que pueda explicar lo que le sucede, y otra es una especie de historia paralela, que queda registrada y de paso nos da un motivo para quedarnos a saber qué ocurre realmente, qué pinta todo eso con ella.
Porque ella, Gretchen Lodge, es la principal protagonista, sufridora y desfasada por todo lo que le viene encima tras casarse y volver al hogar en el que creció. Si al trauma que se deduce tal y como pasan los minutos se le añade un marido ausente y mucho tiempo libre, el lío se convierte en obsesión y las paredes comienzan a gritar con fuerza para que Molly les preste atención y pierda por completo el norte. Aquí puede haber división de opiniones. Está la postura del que recibe las visitas más terroríficas que uno puede soportar y la de todos los demás, que ven a alguien que retoma sus pesadillas y rechaza la realidad embriagada por la comodidad de no querer afrontar el pasado familiar, ese que deduces por detalles y sonidos. Como siempre, cuando uno ya está herido, dañar a los que te rodean soltando barbaridades no es un impedimento, así aparece el papel de los damnificados (protagonistas a base de mordiscos o tanques de lágrimas) y le permite destruir su vida a solas, enfrentarse con el terror y dejar siempre presente la duda, ¿es la rubia o es el mal?
Deduzco que como drama con tintes paranormales no tiene desperdicio, Molly hace un gran trabajo destruyéndose y desnudándose de cuerpo entero e integridad, el dolor se percibe y ella sola maneja todo el metraje con bastante soltura. Como película de terror dramática no deslumbra en exceso, pese a pequeñas fases de tensión y otras de calma ahogada, los detalles más macabros no son demasiado inspiradores, lanzándose hacia la tristeza para evadir las presencias como tal. Como casa encantada depende de la factura de la luz como mucho. Así que dependiendo totalmente de la experiencia que se busque, podrá impactar o no. En ella todo es aceptable menos la oferta de un cartel promocional engañoso.