A diferencia de sus compañeros de profesión Theodoros Angelopoulos y Michael Cacoyannis, Yorgos Javellas continúa siendo el gran desconocido del cine clásico griego a pesar de ostentar en su filmografía algunos de los títulos más legendarios del séptimo arte heleno. La carrera de Javellas podría calificarse como escasa pero grandiosa. Su temprana muerte a los 60 años, provocó que su obra quedara acotada a tan solo doce películas como realizador (cintas que fueron a su vez escritas por el propio autor heleno), actividad que compaginó igualmente con una interesante carrera como actor colaborando en diversos proyectos para reforzar con su presencia las obras erigidas por sus colegas. Tras debutar a mediados de los cuarenta en la dirección de películas con una obra de atmósfera musical titulada Heirokrotimata, el nombre de Javellas comenzaría a sonar con fuerza en el panorama cinematográfico griego gracias a un estupendo y desgarrado drama titulado O methystakas, sin duda su primera obra mayor y uno de esos melodramas autóctonos de la península adriática que empezaron a marcar terreno respecto a esa forma de hacer cine que definió a la industria griega a lo largo de los años cincuenta. Dos años después el director de Antigona volvería a dar en la diana con otro romance de ambiente portuario y deprimente titulado Agnes of the Port, una cinta que si bien podría ser acusada de ostentar un halo ciertamente folletinesco exhibía un ropaje visual muy cabaretero y gris sumamente arriesgado y rompedor. Pero habría que esperar hasta el año 1955 para que por fin Javellas obtuviese la relevancia internacional que su arte merecía. La cinta culpable de la inmortalidad del heleno se titulaba The Counterfeit Coin, película que se bautizó al instante como un éxito de taquilla sin parangón en el país de Platón, erigiéndose asimismo como un auténtico icono social y cultural de la época. No sólo en Grecia la cinta cosechó un rotundo triunfo, sino que esta obra maestra se alzó como uno de los primeros éxitos internacionales del por aquel entonces oculto cine griego, recibiendo premios en festivales de la talla de Venecia o Moscú y participando igualmente en el Festival de Cannes, donde fue recibida con un sonoro entusiasmo. Durante los años siguientes, un Javellas sito en la cumbre del séptimo arte de su país natal, engrandecería su nombre con otras dos obras imperecederas tenedoras de ese cosmos tan peculiar y personal con que dotaba a sus criaturas el ateniense: We Have Only One Life y la adaptación de la tragedia clásica Antigona, cinta que anticipaba esos éxitos posteriores que llevaron estampada la firma de Cacoyannis que respondían a los títulos de Electra, Las troyanas e Iphigenia (todas ellas con la presencia de la legendaria Irene Papas en el elenco protagonista).
Para homenajear a este icono del cine europeo he decidido reseñar su obra más aclamada y glorificada por la crítica mundial, la emocionante, magistral y soberbia The Counterfeit Coin. La película fue considerada por la crítica helena como el mejor film de la historia del cine griego, a lo que hay que añadir que la misma es catalogada por diversos escritos redactados por diferentes fuentes como una de las mil mejores películas del cine a nivel mundial. Lo primero que debo reseñar al hablar de este monumento del cine es que personalmente hacía tiempo que no disfrutaba como un niño de una obra fílmica como lo pude hacer con esta majestuosa obra de arte. Y es que The Counterfeit Coin contiene todos los ingredientes precisos para conquistar los corazones de cualquier espectador amante de esa forma de narrar que entremezcla con sapiencia y talento el clasicismo con la modernidad. La película se presenta como una esas típicas cintas de episodios que inundaron las salas cinematográficas europeas en la década de los cincuenta gracias al éxito obtenido por ciertas obras producidas en Italia, pero logra distinguirse de las mismas mediante un recurso de estilo muy renovador en aquellas fechas, como es el hecho de conectar cada uno de los capítulos en los que se divide el film mediante el recorrido que sigue una moneda falsa fabricada por el protagonista de la primera historia en su camino por cada una de las fugaces manos por las que acaba pasando esta ilusoria fuente de riqueza (aspecto que podría emparentar la cinta con ese western existencialista firmado por Anthony Mann que es Winchester 73). De este modo tan lírico, Javellas regaló a los espectadores una primeriza película de historias y destinos cruzados en la que los intérpretes apenas mantienen contacto personal entre sí, sino que la conexión entre los mismos se establecerá de un modo más espiritual a través de la moraleja propia que desprenderá la conclusión del film.
El punto de partida con el que arranca la cinta no puede ser más poético: el narrador de cada una de las cuatro historietas que conforman el metraje del film, pronunciará un proverbio griego mientras observa con una regia lupa una serie de monedas de oro falsas. El proverbio rezará que una moneda falsa nunca se pierde. Este sabio enunciado será rebatido por el cronista en sus infructuosos intentos de trasladar su infortunio a otros infelices que muestran una mayor capacidad analítica para detectar la falsedad incrustada en la moneda que la manifestada por este despistado personaje. Así, esta carta de presentación dará paso a la primera historia que contará las vivencias de Anargyros, un honesto y solitario cincuentón que regenta un modesto comercio de grabación de joyas a mano. La tranquilidad y el reposo que dicta el devenir de la existencia de este bonachón y decente ciudadano se verá sobresaltada el día en que el bueno de Anargyros sea seducido por los cantos de sirena en forma de riqueza y mujeres pronunciados por el felón Dinos, un oscuro empleado de pasado delictivo que se halla empleado en la oficina bancaria a la que acude cada día el grabador para depositar sus ahorros. Dinos convencerá al casto comerciante para que invierta su pequeña fortuna en montar un laboratorio de fabricación de moneda falsa para aprovechar de este modo las habilidades manuales de Anargyros en el arte de la imitación. Pese a las reticencias iniciales del virtuoso orfebre, la tentación en forma de novia de Dinos (la «femme fatale» Fifi, que con sus curvas y promesas sexuales hechizará hasta la locura a ese ingenuo Adán), inducirá a Anargyros a montar el laboratorio de producción de monedas de oro falsas. Pero su primera obra no podría ser más fallida. Y es que a pesar de sus doctas manos, la moneda de oro forjada por Anargyros será inmediatamente detectada por los ojos analíticos de los diversos comerciantes a los que tanto él como Dinos tratan de endosar el artificioso metal. El plan para enriquecerse por medios delictivos fracasará por completo, dando con los huesos de Dinos en la cárcel, dejando igualmente a Anargyros sin los ahorros acumulados a lo largo de su vida y sin la presencia cálida y sexual de esa arpía de tentáculos interesados que adoptaba el rostro de Fifi.
La moneda de oro falsa pasará así de las manos de Anargyros a las de un mendigo aparentemente ciego al que el orfebre regalará el vil metal como único medio de desprenderse del mismo. De este modo arrancará la segunda historia, protagonizada por un pícaro que se gana la vida como mendigo haciendo creer a los viandantes que es ciego —cuando su vista es tan afilada como la de un lince—. A pesar de detectar la falsedad de la mercancía, el mendigo la aceptará para no delatar su perfecto estado de visión. El limosnero tratará sin suerte de traspasar la moneda a distintos candidatos, hasta que una noche topará su camino con el de una prostituta que ofrece su cuerpo a los transeúntes a cambio de dinero en la misma esquina en la que el supuesto ciego demanda la caridad de los honorables ciudadanos. La presencia de la puta espantará a los buenos samaritanos del mendicante, pero igualmente la presencia de este personaje provocará la huida de esos filántropos que temen ser descubiertos en plenas negociaciones mercantiles con la meretriz. Las soledades y penas de ambos personajes convergirán en el mismo sentido, de modo que el falso invidente ofrecerá la moneda de oro a su compañera de calle a cambio de pasar una noche de amor desenfrenado, escapando así también de la posesión de la moneda falsa. La prostituta aceptará la oferta del mendigo, pero durante el acto se descubrirá el doble engaño perpetrado por el indigente, que será desenmascarado tanto de su falsa ausencia de vista como de su intento de traspasar una moneda sin valor alguno a su inocente compañera de fatigas. Revelada la trampa, el mendigo volverá solo y sin amor a las calles, perdiendo incluso inconscientemente la moneda falsa que caerá al suelo a través del agujero que adorna el bolsillo del pantalón del vagabundo.
Esta poética escena dará paso a la tercera historia, quizás la más emocionante y lacrimógena de todas ellas, poseedora de una atmósfera sumamente Dickensiana, protagonizada por Fanitsa, una niña que sobrevive en un mísero vecindario junto a su padre (un desempleado que gana a duras penas el jornal ofreciéndose como pintor de fachadas) y su enfermiza madre. La serena felicidad de esta familia necesitada desde el punto de vista económico, pero colmada de amor y felicidad desde el punto de vista afectivo, se verá amenazada por la presencia de Vasilis, un avaro y huraño rentista que a pesar de las dificultades por las que atraviesan sus inquilinos no dudará en acechar cada fin de mes a los mismos para exigirles el pago de la renta de alquiler de las casas de su propiedad bajo la amenaza de desahuciarlos si no consiguen liquidar su deuda. Vasilis es un ser amargado y áspero, que pese a ostentar una desahogada situación económica y el amor que le profesa su bienintencionada esposa, carece del tesoro que siempre anheló: tener hijos. Así, Vasilis envidiará a la familia de Fanitsa ya que aunque éstos carecen de recursos económicos poseen su más precisado deseo, que nada tiene que ver con la acumulación de riquezas monetarias. Sin embargo, un suceso empañará la dicha de la familia de Fanitsa. Y es que el padre morirá en un desafortunado accidente, dejando huérfana a la pequeña y sola a la aquejada madre. A partir de esta desgracia, Fanitsa tratará de ganar dinero trabajando como vendedora ambulante de flores, sin mucho éxito. La falta de dinero inducirá a que Vasilis avise a la familia del inminente desahucio… todo parece tener un futuro negro, hasta que la pequeña localiza en el suelo la moneda de oro falsa perdida por el mendigo, siendo este destello de oro una especie de señal de esperanza para poder solucionar sus problemas. Sin embargo, los comerciantes a los que Fanitsa acude para cambiar la moneda de oro advierten a la infante de que el dinero es falso, por lo que el plazo para pagar el alquiler parece que expirará sin poder liquidar la deuda. Pero es año nuevo y algo se remueve en la conciencia de Vasilis cuando la pequeña se topa derrotada con el usurero anciano. La mirada de la inocencia y la derrota, unido a la alegría de los vecinos provocada por la celebración del año nuevo, ablandará el corazón del empresario, que pese a conocer la mentira que esconde el brillo de la moneda que posee Fanitsa, cambiará la misma a la niña por el dinero que ésta precisaba para satisfacer el débito que su familia mantenía con el viejo. Vasilis ofrecerá la moneda de oro falsa a su mujer, que será introducida en la torta de año nuevo que está cocinando.
Así, la moneda pasará a manos de Aliki y Pavlos, una pareja a laque le tocará el trozo de torta en el que se escondía el premio en forma de moneda de oro. Pavlos es un pintor de talante bohemio y sin recursos económicos sobrino de Vasilis que sobrevive a duras penas mientras espera alcanzar la gloria gracias a sus cuadros. Aliki es una joven enamorada perdidamente del pintor y perteneciente a una familia aristocrática griega, que debido a su compromiso con un joven sin oficio ni beneficio, se vio obligada a abandonar el hogar familiar. A pesar de la necesidad económica que sufre la pareja, ambos decidirán guardar la moneda de oro obtenida del pastel cocinado por la mujer de Vasilis en una hucha de barro, prometiendo que no la usarán nunca como símbolo de su amor verdadero. Fruto de ese amor, Pavlos encontrará la inspiración esa misma noche en la mirada de su amada Aliki mientras esta pronuncia la palabra te amo. Pavlos captará este efímero instante retratando el rostro de su enamorada, forjando su obra maestra. Sin embargo, las necesidades y problemas económicos que sufre la pareja acabarán erosionando ese amor limpio y genuino que brota de los novios. Así, Aliki abandonará esa vida plena de incertidumbres y azar, para retornar a la comodidad de la residencia familiar, contrayendo matrimonio con un joven perteneciente a una familia amiga de su estirpe. El tiempo ha pasado y Pavlos ha alcanzado cierta fama como pintor. El destino volverá a cruzar los caminos de los antiguos novios, ambos ya convertidos en dos desconocidos que a pesar de haber tomado caminos divergentes mantienen aún viva la llama del amor que les unió. Ese primer amor legítimo y sincero que no pudo vencer a la falsedad de un afecto de conveniencia y falso… tan falso como la moneda que alberga esa hucha de barro que la pareja prometió no usar jamás…
Como se deprende de la sinopsis de las cuatro historias, Javellas trazó una epopeya mesiánica a partir de la simbología que encierra conectar cada uno de los episodios con ese germen de hipocresía y mezquindad que es la riqueza transformada en un medio de falsedad y ficción. Uno de los puntos más fascinantes del film es su perfecta combinación entre comedia, drama y tragedia de reminiscencias clásicas. En este sentido, mientras que los dos primeros capítulos del film (los protagonizados por el orfebre y el ciego), adoptan la forma de una comedia de enredo de tono muy vodevilesco y desenfadado, los dos últimos episodios ofrecen un brusco giro de tonalidad en la atmósfera del film para tomar unos derroteros muy melodramáticos y dolorosos, siendo la historia protagonizada por la niña Fanitsa una especie de cuento de navidad escrito por Charles Dickens con un Mr. Scrooge que termina rendido ante la mirada inocente y bondadosa de un niño, que seguramente tocará el corazón (como lo hizo a un servidor) a todos los espectadores que ostenten un mínimo de sentimiento emocional. Y finalmente, esta emocionante y conmovedora historia concluirá en un episodio final pleno de tragedia y depresión, con el amor verdadero como principal protagonista, que será vencido por el cosmos de las apariencias y los convencionalismos sociales, esos convencionalismos tan falsos y artificiales como las monedas falsas fabricadas por honestos filántropos que han caído en la tentación del diablo para morder la manzana ofrecida por Eva.
La película es una maravilla de principio a fin, narrada con un talento descomunal por un Javellas que se encontraba en aquella época en su mejor momento artístico. De este modo, el cineasta griego huye totalmente de construir su obra por medio de complicadas escenas o confusos movimientos de cámara. Y es que serán la sencillez y esa técnica que convierte lo difícil en algo simple y natural lo que conseguirá hechizar al público. Javellas logra componer una puesta en escena en la que la cámara se sitúa siempre en el lugar necesario para arrancar lo mejor tanto de los actores como del escenario en el que discurre el argumento. En The Counterfeit Coin no advertiremos esos planos cenitales espectaculares, ni tampoco planos secuencia ni grandes travellings, pero es que igualmente no habrá cabida para iconoclastas tomas oblicuas, ni intrigantes ni nerviosos movimientos de cámara. El cineasta griego concibe en esta ocasión su cine al estilo de los viejos artesanos de Hollywood, esos que comprendían este oficio de realización de películas desde la facilidad, logrando así una composición de escena superdotada, siendo ella adquirida desde la praxis en lugar desde la impersonal teoría.
Otro de los puntos memorables que ostenta el film es su métrica muy influenciada por el universo literario. Se nota que Javellas era un hombre con una amplia formación literaria clásica. En su obra maestra podemos advertir muchas referencias procedentes del ámbito de las letras: Dickens, Maupassant, Tolstoi, La Biblia (resulta claro el simbolismo que emparenta la primera historia con la parábola del Pecado Original de Adán y Eva) y sobre todo los grandes autores de la tragedia griega como Homero, que confieren al recorrido argumental de la obra de un halo intensamente pesimista y crítico con la sociedad de la época. Esa sociedad artificiosa, ingenua y monetaria construida bajo los dogmas del engaño, la vacía búsqueda de la riqueza a toda costa y la compra y venta de todo tipo de mercancías materiales e inmateriales, que chocan contra esa concepción social idealista marcada por la solidaridad, la honradez, la decencia y la búsqueda de la felicidad a través del amor y por tanto carente de connotaciones dinerarias. Y es que el dinero, como bien se desprende de la moraleja del film, no otorga la felicidad a sus poseedores, sino que la prosperidad es un ente que únicamente podrán conservar aquellos que alcancen el afecto de sus semejantes y que hayan abandonado pues ese oasis de apariencia que adquiere la figura de la riqueza. Sin duda, esta es una de las más bellas y poéticas cintas del cine europeo de todos los tiempos. No se la pierdan.
Todo modo de amor al cine.
Muy bueno, excelente.