En la década de 1960, la popularidad del western hollywoodense estaba llegando a su ocaso, su impacto se agotó por las propias limitaciones de espacio y tiempo que poseía el género y por la incapacidad o temor del cine americano de reinventarlo. En cambio, Europa sí se atrevió, en esa época, a plantear una propuesta alternativa que modificaba radicalmente varios aspectos del tradicional cine de cowboys estadounidense en personajes, escenarios, diálogos, vestuario, violencia, banda sonora e historias. Surgió así el conocido «spaghetti western», subgénero que alcanzó buena aceptación en el mundo, pero que duraría un corto período.
En ese contexto fue que, desde 1969 y durante toda la década de 1970, el Cine del Oeste fue degenerando o alterando con una serie de propuestas extrañas, con el único objetivo de mantener vigente su popularidad. De repente, su específica atmósfera se la mezcló, sin ningún reparo, con corrientes cómicas (he allí las taquillerísimas Me llaman Trinity y Sillas de montar calientes —Blazing Saddles—), con musicales (se llegó a hacerle cantar incluso al duro Lee Marvin en La Leyenda de la Ciudad sin Nombre), con las artes marciales (Sol Rojo y El Karate, el Colt y el Impostor son buenos ejemplos), con el terror (noten un extraño estilo «giallo» en La Muerte Llega Arrastrándose), con la ciencia ficción (Almas de metal —Westworld—) y, por si fuera poco, hasta con el género pornográfico (Sweet Savage). Y para cerrar con “broche de oro” esta particular década del western, en la que hay que reconocer también que surgió una que otra obra maestra, se estrenó la superproducción La Puerta del Cielo que fracasó en taquilla y afectó a la United Artists.
En este ambiente raro, en donde parecía que cualquier cosa se podía hacer con el cine del Viejo Oeste, el famoso y gran actor Kirk Douglas se encaminó en un proyecto más sensato y utilizó el género para estructurar un filme de contenido abiertamente político, en donde logró codificar mensajes o críticas a determinadas conductas electoreras.
Los Justicieros del Oeste fue la única película dirigida por Douglas en solitario, pues si bien antes se puso tras las cámaras en la cinta Pata de palo (Scalawag), lo hizo en colaboración con Zoran Calic.
La cinta narra las acciones que realiza un sheriff para contar con el favor popular en las elecciones al senado norteamericano, y de cómo utiliza el combate a la delincuencia y la captura de bandidos para promocionar su imagen de candidato; sin embargo, una de sus presas se revelará y hará de todo para no ir a prisión y lograr, a su vez, afectar la imagen del “intachable” político.
Para el diseño de esta película, Kirk Douglas se basó en los parámetros del western clásico de Estados Unidos pero con muchas referencias del «spaghetti western». Ubicó el argumento en un contexto histórico de transición en la vida del Oeste norteamericano, para contar con elementos que sustentasen la crítica sociopolítica que quiso difundir. De este modo, insertó la labor de la prensa como el contradictor legítimo del poder establecido y utilizó el tren como factor que determina un giro argumental que conllevará un desenlace aleccionador, al tiempo de ser el protagonista del momento de mayor acción de la película.
La cinta es efectiva en el uso de ingeniosos parangones simbólicos. No es casualidad que uno de los iconos de los filmes del Oeste, el afiche de “Wanted” o “Se busca”, sea similar al que usa el candidato con su imagen para su promoción política; o que cada vez que la prensa del pueblo registra con su cámara fotográfica un hecho policial o político se muestre la foto invertida, como queriendo decir “mucho ojo, no es lo que parece”.
El filme es rico en su sentido crítico y cuestiona la falsa lealtad de un líder con su equipo y viceversa, la misma que está condicionada a los intereses de éstos, es así que las personas son utilizadas y luego desechadas, sus servicios y “fidelidad” estarán siempre disponibles al mejor postor. No es casualidad cualquier semejanza con los famosos “cambios de camiseta” en la política actual.
El comportamiento de los electores, entiéndase el pueblo, no deja de ser abordado también en este filme. La gente acepta a un paladín por sus logros palpables y por su discurso trivial, sin importarle ahondar en sus valores o conductas, llegando incluso a tolerar situaciones no aceptables social o moralmente.
Si comparamos Los Justicieros del Oeste con los grandes clásicos del western americano o italiano, podríamos deducir que se trata de un filme menor, pero si lo analizamos desde la perspectiva de cine político, la película emerge como una curiosa y vigorosa realización, que además cuenta con un genial duelo actoral entre Kirk Douglas y Bruce Dern, ambos dispuestos, por el buen guión que sostiene el filme, a demostrar quién es el auténtico villano.
La pasión está también en el cine.