París es como cualquier otra gran urbe globalizada una ciudad enfrentada a sus contradicciones y a su propia deshumanización. Ya hace mucho tiempo esa marginalidad se deja asomar a su cine más representativo. Aquí otra muestra. Por eso las protagonistas de La banda de las chicas (Bande de filles) no serán ni siquiera hijastras o cenicientas de la République, sino hijas directas de la inmigración y de la exclusión del extrarradio de la ciudad.
De entre capas de mujeres anónimas, las parias de una sociedad tan alejadas de los Campos Elíseos como de los sistemas públicos de seguridad e integración social resultará la Marieme protagonista de esta historia. No la Marianne identitaria y musa de la República, portadora de los grandes principios sobre los que reposa la moderna construcción de ese Estado «liberté, egalité, fraternité» sino otra categoría de mujer que prolifera mucho más allá de la divinidad de Juana de Arco, La Liberté de Delacroix o de la Marienne… Esta es sin más señas Marieme, de origen senegalés, adolescente cualquiera de barrio, otro número más del fracaso escolar y otra víctima envuelta en bandas callejeras y conflictos personales que irán mucho más allá de su capacidad de control y madurez.
Ella (Karidja Touré) y su clan, son niñas nacidas sin oportunidades que se buscarán entre sí, para acompañarse y defenderse, encontrándose por necesidad para brindarse apoyo como miembros de un grupo que entrará en conflicto con otros grupos de chicas por puro sentido de la inercia e imitando la fuerza dominante de sus referentes y modelos masculinos. Ese sentimiento de pertenencia a una comunidad es lo que las hace aferrarse solidariamente unas a otras, sobrellevando el difícil trance de maduración en el que a su vez, se verán siendo progenitoras de sus hermanas pequeñas como responsables familiares y cortafuegos a la violencia intrafamiliar ejercida por los hombres del clan: en el caso de Marieme, su hermano mayor —un energúmeno machista y violento que dispondrá con arbitrariedad sobre la vida de las mujeres de su entorno—.
Fuera, excluida de La banda, Marieme estará sola. Pero perteneciendo al grupo se verá deslumbrada reflejándose en un espejo que aunque deforme de la realidad, medirá el parámetro de sus libertades: ante él se verá maquillada, fuerte y poderosa, tan sensual como Rihanna —a Diamond in the sky— y princesa de cualquier centro comercial. Las chicas de la banda son sólo crías con ganas de jugar a ser mujeres libres y que tristemente cargan sobre sus hombros todo el peso del desequilibrio social existente en cualquier sociedad de las que nos rodea. Pero sin ni siquiera ser conscientes.
Quizás, la voluntad de su directora (Céline Sciamma), no se centre en alegar cuestiones raciales o culturales, ni siquiera en evidenciar —aunque lo haga— el rol de la mujer triplemente excluida —por su condición femenina, por su procedencia extranjera y por su pobre condición económica— sino sencillamente en mostrar un retrato generacional de los barrios marginales hecho a imagen y semejanza de las propias protagonistas y tal vez, para un público también adolescente.
Si bien la primera parte de su metraje contiene momentos exultantes y muy logrados, Bande des filles no ha sabido soportar el peso de la reputación que se le presuponía hasta el final. No lo ha hecho con convicción ni con demasiadas ganas de reivindicar determinados problemáticas sociales. No porque sus actrices sean amateurs o novatas. La fuerza que pierde la película, abordando una realidad tan actual como visibilizada se diluye en un ejercicio de reiteración y victimización abusivo que apenas dejará entre el público lugar a empatizar con las vivencias de su protagonista.
Siendo una de las tres nominadas —junto a Ida (Pawel Pawlikowski, Polonia 2013) y Class Enemy (Rok Bicek, Eslovenia, 2014)— de los Premios Lux del Parlamento Europeo; tratándose de una cinta de las que redundan en esa letanía del cine francés por llevar a la pantalla los problemas originados de la multiculturalidad y cosmopolitismo de ese país, y que sin embargo, tanto gustan al público —lo cierto es que en el certamen compostelano la película de Sciamma ha pasado de largo con más pena que gloria con un 6,63 de media empatada con la también francesa Saint Laurent—. A continuación, las cintas proyectadas en el festival compostelano saltan mucho más allá del notable alto: entre ellas Phoenix; Las altas presiones; La Trattativa; Marie Heurtin; Dos días, una noche; La French; Leviatán, etc.
Sin menospreciar su digna propuesta el problema radica en que Bande des filles no sabe sacarse provecho a sí misma.
Porque es cierto que revela el impacto de la marginalidad, pero no ahonda en ningún mensaje. Su carga social no sabrá procesarse, de manera que su sentido inicial, su razón de ser, se repetirá desde que la película arranque hasta su final sin más sentido que el de la repetición inútil. Determinados aspectos como el acoso escolar o el desprecio ejercido sobre fenotipos raciales alejados de cánones de belleza occidentales (pelo erizado, cabello alisado), la asunción de roles masculinos en defensa de la integridad de las chicas cuando estas mismas se someten al control de ellos, así como la manera en que ocultan su feminidad bajo atuendos masculinos para luego, expresar su mayor sensualidad con una canción de Rihanna en un momento eufórico de la cinta, sólo puede dar lugar al desequilibrio de argumentaciones. No hay equilibrio entre lo que se propone y lo que se resuelve. Y por eso, la cinta no está bien medida.
Sencillamente porque a un público adulto no llegará. Sí es evidente que se le han puesto ganas por contar algo muy interesante que no se ha resuelto de manera sopesada, existiendo una enorme oscilación entre la primera y la segunda parte de la cinta. Bande des filles adolece de falta de contundencia y de definición por sí misma. De haber podido ser un digno alegato del cine social, reivindicativo de lo que quisiere, se ha quedado más bien en un intento o en una «teen movie», sin ser ése el efecto deseado.