La propuesta inicial que sostiene Xacio Baño en Ser e voltar, realizar una grabación para poder conservar un documento, por pequeño y mínimo que sea, sobre sus abuelos, nos lleva a un resultado del todo inesperado en el que convergen cine dentro de cine —incluso vidas dentro de vidas, podría decirse—, una reflexión sobre el tiempo —presente y futuro— y un sentido del humor muy particular (casi inconsciente) surgido de la propia naturaleza implícita en sacar de contexto a dos personas cuyo espacio se sitúa entre bosques y campos.
Las tomas inaugurales de seguimiento, que nos llevan tras los pasos de su abuelo en primera instancia, y de su abuela más tarde, dan paso enseguida a un pequeño experimento a través del que Baño les despoja de su esencia para entablar de ese modo un diálogo condicionado por su perspectiva, donde el ficcionamiento de la muerte de él les aleja en cierto modo de la realidad a representar: una realidad que no es condescendiente con el propio cineasta, y que encuentra en el retrato de sus abuelos un particular espejo en el que reflejar un estado que ciertamente les atañe, pero distancia al cineasta del propósito primigenio de su propuesta.
Quizá por ello, y de modo consciente, Baño les otorga la posibilidad de vivir su propia realidad, aunque sea ficcionando un acontecimiento que ni siquiera podemos percibir con certeza, y es así como vuelve sobre un terreno que en el fondo no es más que un esquivo pretexto. De ahí que la escisión en dos fragmentos de su cortometraje termine resultando definitoria, y la búsqueda de un retrato se enfrente a una búsqueda individual, siempre espoleada por las palabras de su abuela, pero reforzada en el fondo por un sentimiento que el cineasta sabe imprimir con certeza en las imágenes.
La perfecta síntesis de Ser e voltar se deduce de un plano del cineasta con su cámara ante un deteriorado espejo; una imagen termina por servir como enlace discursivo entre aquello que pretende proyectar Xacio Baño y lo que termina por proyectar. Así, la creación de un retrato es capaz de llegar más lejos de las propias intenciones y dibujar un lienzo generacional, en el que las inquietudes externas se trasladan a un marco personal, crean un espacio que Baño configura de un modo tan mínimo como acertado en otro de esos trabajos recientes de la escuela gallega —el entorno no deja de ser indispensable— que bien podrían ser la piedra angular para ver crecer a un cineasta con más por decir de lo que se podría asumir en un principio.
Larga vida a la nueva carne.