Claudio Zulian expone una hermosa carta de presentación en el terreno ficticio plagada de aciertos y también con sus defectos. Centrándonos primeramente en lo positivo, la buena noticia es que el acabado no deja para nada indiferente, demostrando valentía y amor por el riesgo en un trabajo que se presenta como una competente recreación de un colectivo social de una época pretérita. La mala noticia es que los defectos de Born resultan tan persistentes que se hace difícil obviarlos, acabando por convertirse en una traba para este inmenso poder evocativo que por otra parte tiene la película. Apelando a la metáfora poética de segunda mano, la experiencia que Zulian nos ofrece podría definirse como una suerte de paseo por un hermoso paisaje, pero subidos a un coche a medio terminar y que se cala constantemente, haciendo difícil que uno se relaje y disfrute del paisaje sin pensar en nada más… aunque, abusando un poco más de esta “inspirada metáfora”, el recuerdo que perdura en la memoria es considerablemente positivo.
El problema principal, digámoslo ya, es la dirección de actores. Salvo casos puntuales como el de Mercè Arágena o Josep Maria Alejandre (ambos excelentes), en lo que a acting se refiere uno tiene la sensación de estar contemplando una extensión de telenovelas como La riera o El cor de la ciutat. Hablo de esta insistencia (por parte de los actores) en sobreactuar, en remarcar lo evidente, en comportarse, en definitiva, como lo haría un actor de teatro cómico antes que como lo haría una persona real. Por poner un ejemplo, se tiene la sensación de que “los malos” actúan respondiendo a su maldad, en lugar de hacerlo en función de sus propios intereses o de su personalidad. En todo momento se tiene la sensación de oír un texto recitado, con el miedo de que el público no perciba su propia fuerza escrita en la cara del actor. Los verdugos se convierten en personajes cuya expresión transmite maldad, las víctimas en seres indefensos que hablan siempre desde una posición exageradamente inferior… Vamos, como si en todo momento tuviéramos delante un letrero en donde se nos indicaran cuales son los roles de cada personaje.
Sin embargo, la película cuenta con diversos elementos que ayudan a hacer más llevadero este descuido. El primero es que estamos ante una historia dotada de un buen guión. Empezando por el detalle, los diálogos (presentados, además, mediante un vocabulario claramente más cercano a la época reflejada que a la actual) son tan acertados como creíbles, y por momentos logran incluso relativizar la ética a la que en principio responden las acciones de cada personaje. Y hablando en términos más generales, la historia que se nos narra con una estructura eficaz y muy bien planteada. Empezamos por presenciar un interesante análisis de la pobreza, pasando luego por la transición entre ricos y pobres y terminando en una preciosa reconstrucción de la clase alta que existió (suponemos) hace tres siglos. Todo ello rodeado, además, de una hermosa fotografía, absolutamente acorde con una no menos brillante dirección de arte. Todos estos factores contribuyen a ofrecernos un interesante salto temporal de notable resultado, logrando que nos marchemos de la proyección con la sensación de haber viajado en el tiempo, casi inconscientes de que la práctica totalidad de lo observado tiene lugar en espacios cerrados.