Un hombre con una gorra roja y un traje vagando por el desierto: así es como más de uno recordará a uno de los grandes intérpretes secundarios de la historia reciente del cine en el que fuera su único —o prácticamente— papel protagónico en un film, el Paris, Texas de Wim Wenders. Travis, enmudecido, transitaba un espacio que no le parecía corresponder, como si la palabra no fuese suficiente expresión para lidiar con la emoción que le embargaba internamente. Lo que podría parecer un reflejo tan particular, en ocasiones parece ser como la horma de su zapato para Harry Dean Stanton, quien concluye que como actor hay que ir más allá del texto, del diálogo, y aprender a leer entre líneas para realmente poder capturar la esencia de aquello que cada pequeño papel requiere para ser puesto en escena.
Esa lectura entre líneas es lo que nos descubre Sophie Huber en torno a un actor que es descrito de formas muy distintas por colegas de profesión —entre los que encontramos a David Lynch o Kris Kristofferson—, pero del cual sorprende la concepción que advierte su propio discurso, que le aleja tanto de su oficio —«Me estoy cansando de esto», espeta Dean Stanton— como de su rincón más personal, más sentimental —el modo en como rehuye hablar de sus padres, la concepción sobre el vínculo amoroso a través del matrimonio…—. Pero tras ese discurso, a priori tan encerrado en sí, descubrimos una tenue figura que sin embargo se mueve con firmeza, que es tan capaz de contestar una pregunta con media línea de diálogo y unos minutos de silencio, o de descubrir en un gesto casi involuntario, pero melancólico en el fondo, alguna de sus cicatrices, como de derrochar seguridad hablando acerca de sus papeles y el modo de componerlos —mención especial al momento en que Huber le pregunta como afrontó un personaje como el de Paris, Texas— e incluso desprenderse de esa inseguridad llevando el documental en más de una ocasión a su terreno.
Porque, sin ánimo ni mucho menos de desmerecer el no poco complejo trabajo de la cineasta y lo parezca o no, Dean Stanton es capaz de transformar algo difícil a través de una mirada tan aparentemente distante (esa parquedad en palabras, o la forma en como se aleja de aquello a lo que prefiere permanecer en una prudencial distancia) como cálida. Y esa es la sensación que se persona en un documento capaz de desnudar esa fragilidad y llevarla a un terreno propio que quizá le sea ajeno al de Kentucky, pero en el que parece sentirse cómodo, reforzando su aportación con canciones que en ocasiones desvelan un estado ante el cual el también cantante prefiere resaltar otros matices.
Harry Dean Stanton: Partly Fiction sorprende, pues, porque se aleja de la mitificación; tener la oportunidad de acercarse a un personaje como este eterno e inolvidable secundario, capaz de hacer que apenas unos minutos resulten conmovedores —buena fe de ello lo da su papel en Una historia verdadera—, no significa construir un interminable monumento en torno a su figura, y Sophie Huber lo comprende a la perfección. Quizá ese sea el camino que le lleva a despertar una nostalgia tan insólita como la delicadeza que desvela el actor, y a mostrar con una cercanía inusitada quién es en realidad Harry Dean Stanton. Así, e incluso pudiendo ser para muchos parte imborrable de la historia del cine, es apasionante observar como la inteligente y dedicada visión de Huper nos aparta de la cierta mitificación que siempre constituye la profunda admiración hacia un actor por el que uno siente respeto para llevarnos a una perspectiva mucho más humana que no construye la más intencionada de las miradas, sino la desnudez que exhala un celuloide dispuesto a dejar que penetre en él hasta la última nota emanada por un rostro que es algo más que un actor, es una historia, es una emoción.
Larga vida a la nueva carne.