Prácticamente al cabo de completarse la primera semana de proyecciones de Cineuropa Compostela en su XXVIII edición, quedan evidenciadas un par de cosas. El nivel de las cintas que este año comparecen tanto en la Oficial como en el resto de secciones está seduciendo como nunca al público que abarrota las salas desde la primera sesión de la tarde como en los pases de madrugada incluso durante días de semana, no dejando de mostrar, considero, una cierta preocupación y ansias razonables por intentar llegar a todo. Quizás sea el gran déficit de este certamen: su cartel es inabarcable y a cada día, le faltarían horas para poder cumplir con cada una de las propuestas proyectadas que sabemos, posteriormente no serán ni estrenadas en las salas comerciales españolas, ni tan siquiera editadas para consumo doméstico en su gran mayoría. Replantearse la disección de este festival en diferentes temporadas no haciendo coincidir la Sección Oficial (ya en sí, de 34 títulos) y otros estrenos con las retrospectivas, ciclos documentales y bloques temáticos es una cuestión que no pocos venimos reflexionando ya desde hace tiempo, pero especialmente este año en que el programa se ha desbordado a sí mismo. Ni a razón de tres películas por día podría el espectador alcanzará a ver siquiera una quinta parte de las proyecciones.
Llama además, poderosamente la atención, la madurez del espectador prototipo de Cineuropa, que no sólo se manifiesta en la afluencia de las colas para según qué pases sino a través del voto directo a cada película. Recordemos que en éste, es el público el único que juzga, vota y otorga el premio del festival. En este sentido, dice mucho y muy bueno sobre el criterio del público, la puntuación otorgada a la película francesa de Jean-Pierre Améris, La historia de Marie Heurtin, catapultada a la primera posición del ránking con un 7’70 de media y sólo superada por La sal de la Tierra (Francia, 2014) de Wim Wenders y Juliano Ribeiro Salgado, incluida en la sección DOCS-Cineuropa y fuera de competición, que ha batido récords de valoración con un 9,11 de media.
Inicialmente, La historia de Marie Heurtin, si nos referimos a una lectura escueta de su sinopsis, puede conllevar no pocos prejuicios para el espectador que ha podido identificar la cinta, equivocadamente, con la ya arraigada tradición francesa de presentar, por año, una deprimente historia autobiográfica o basada en hechos reales, ubicada en cualquier páramo remoto de la montaña en aquél país, sobre una mujer desgraciada con discapacidad mental o física, contra cuyo genio se confabulan los necios y mediando entre finales del siglo XIX e inicios del XX. Recordemos de la edición del año pasado Camille Claudel, 1915 de Bruno Dumont, cinta rescatada de la debacle absoluta por obra y gracia de su soberbia actriz Juliette Binoche. Por todo lo demás completamente olvidable.
La historia de Marie Heurtin es otra cosa. No sólo su director y a la postre guionista, Jean-Pierre Améris, renuncia a releer la época en términos religiosos, cuestión prescindible que en Camille Claudel habría provocado un gran hastío entre el público. Es, además, que esta narración autobiográfica se plantea de manera atemporal. No se trata de presentar prejuicios contra una mujer por la conservadora sociedad de hace algunos años o por la cerrazón del catolicismo más rancio sino de una sencilla y llana historia de superación personal que perfectamente podría haberse ubicado temporalmente en pleno siglo XXI. En palabras del propio Améris, “Lo que me interesa de los films situados en el pasado es su resonancia en el presente”. De ahí que haya conseguido presentarnos una narración que no nos distancia en absoluto en el tiempo a protagonistas y espectadores.
Sus dos actrices, una de ellas, Isabelle Carré en su tercera colaboración con Améris y la joven sordomuda Ariana Rivoire, ofrecen dos de las interpretaciones más logradas y apabullantes de todo lo visto en pantalla grande en los últimos tiempos. Nacida sordociega, Marie Heurtin es aparentemente incapaz a sus 14 años de comunicarse con su entorno. Su padre resolverá internarla en un convento porque la pequeña no es otra cosa, a ojos de esa sociedad y de la medicina moderna, que una niña salvaje, discapacitada mental y un proyecto de vida inútil. Marie será internada en un convento de Larnay donde la madre superiora rechazará hacerse cargo de ella. Hasta entonces únicamente se habían ocupado de niñas sordas, no ciegas. El empeño de la hermana Marguerite (Isabelle Carré) será determinante para hacer salir a Marie del aislamiento. Sin embargo una se plantea si no serán los otros los verdaderamente incapacitados para comprender que dentro de sus limitados recursos, Marie posee además de una gran capacidad perceptiva una rotunda expresividad tanto para mostrar afecto como para hacer entender lo que le gusta, lo que no, lo que quiere, lo que le enfada, lo que le agrada o lo que otros parecen no ver: es enormemente autónoma, pero también una niña. Quizás se confunde su discapacidad con su corta edad y los caprichos, pataletas e inquietudes propios de sus años. Pero no será eso lo que vea la hermana Marguerite que lo apostará el todo por el todo desde el momento en que la conozca.
En origen, esta historia estaría inspirada en la de Helen Keller, joven sordociega “recuperada” por su cuidadora pero, los derechos de explotación de su biografía resultaban demasiado costosos por lo que Améris se lanzó a la búsqueda de historias y vidas paralelas a la de Keller, dando, parece que sin esperarlo, con la de Marie Heurtin. Es cierto que hacer interpretar el papel de Heurtin a una joven sordociega hubiera complicado muchísimo el rodaje, por lo que su director apostó por una chica sorda, la enérgica Ariana Rivoire. La excepcionalidad de su interpretación y su gran presencia al ponerse además en la piel de una invidente es todo un logro que a punto hemos estado de perdernos. Rivoire no acudió al cásting organizado en su escuela. Fueron los responsables del reparto quienes le propusieron pasar una audición. Gran acierto, gran intuición de Améris que no arriesgó con respecto al consolidado talento actoral de su musa Isabelle Carré. Carré puso también gran parte de lo suyo y todo su brillo en la preparación de su soberbio papel. Pasó seis meses aprendiendo el lenguaje de signos, bien sin en la pantalla, pareciere que lo dominase desde la infancia. Las dos, mantendrá a lo largo de toda la cinta, brutales combates. Una negándose a aceptar imposiciones que no necesita para seguir viva y feliz. La otra, quizás porque aun poniendo a prueba su fe, no se rendirá a la frustración o a los prejuicios de los de fuera.
Sin más, aquí tiene una película magnífica y hasta diría que indispensable. Lo que se antoja imposible no es más que una barrera impuesta por nuestros miedos al fracaso, a los riesgos o retos y por nuestra limitada capacidad empática. Todos los niños imposibles para el constreñido sistema educativo, no son tal. Y esta historia, real, lo demuestra. Planteándose sin grandes aspavientos metafísicos sobre la justicia e injusticia, sobre si Dios es un sádico que no se deja ver, ni tocar, estas dos fuerzas humanas lucharán para romper esas barreras que no engendran sino odios, injusticia y vergüenza. Marie Heurtin no cae en el drama fácil. De hecho, son constantes los guiños cómicos y situaciones esperpénticas a lo largo de todo el metraje, aspecto que el espectador agradecerá enormemente. Améris no pretende que nos compadezcamos de Marie, sino que la entendamos. No van a ver misas, curas, ni predicadores a Dios rogando y con el mazo dando, no. Lo que verán será humanidad, tan sencillo y tan difícil. La película y sus protagonistas compartirán con el patio de butacas el lenguaje universal a través de las sensaciones, no de las palabras. Apenas habrá banda sonora tampoco. Ni se necesita ni se la echa en falta. Marie Heurtin consigue que cualquiera se olvide de que estamos detrás de una cámara.
Para ver sin duda alguna.