Corn Island, el ciclo de una tierra desmemoriada
Abga (Ilyas Salman) es un hombre de 70 años que cultiva, con la ayuda de su nieta Asida (Mariam Buturishvili), la tierra inestable de la pequeña isla estacional producida de por el río Inguri. En este espacio volátil, símbolo del alto el fuego en el borde entre la República de Abjasia y Georgia, cultivan maíz en un intento desesperado por enfrentarse a la pobreza y sobrevivir a los conflictos en la zona. Construyen una cabaña de madera que les protege del sol y trabajan incansablemente la fértil tierra hasta que Asida descubre a un soldado georgiano (Irakli Samushia) herido entre los cultivos. Este evento incrementa la inseguridad de la maltrecha familia y amenaza su estancia en la isla.
George Ovashvili firma esta coproducción georgiana, alemana, francesa, checa, húngara y kazaja de 90 minutos de duración. Rodada en 35mm, con un marcado carácter minimalista y un uso magistral de la luz de la región del Cáucaso; Corn Island retrata los conflictos étnicos en la zona. La representación del rural aislado, acompañado por la orquesta melancólica de Iosif Bardanashvili y una inquietud por el encuadre enigmática que se asocia con el realismo mágico; parece interrogar la relación entre el hombre y una naturaleza implacable, que trasciende las disputas artificialmente creadas para dominar el territorio.
«El río provee y destruye en un eterno ciclo del que ningún hombre puede escapar». El anciano rebusca con sus manos desnudas en la tierra y descubre su futuro, simbolizado entre los restos de quienes intentaron habitar ese espacio antes que él. El escenario en el que se desarrolla la acción, isla reconstruida en un lago artificial para controlar el rodaje, adquiere una dimensión humana y por ende mutable a lo largo de las diferentes estaciones del año. La pequeña isla y sus protagonistas son representados en unos tiempos laxos, con una capacidad pictórica restringida al cine de autor, que convierte la cámara en un pincel. Mientras, el espectador observa el cuadro y asimila como elementos pictóricos indisolubles la evolución cíclica del paisaje y el cambio gradual en las motivaciones de los personajes.
Los escasos diálogos en georgiano y abjasio, que comienzan sólo después de los primeros 20 minutos de la película, subrayan en su sencillez el carácter humanista del metraje y acentúan unas actuaciones que se sustentan en gestos y matices expresivos. La complejidad psicológica de los personajes, a los que les permite evolucionar sin el lastre de un texto unívoco, invita al espectador a interrogar su pasado para completar el relato. Así, las experiencias traumáticas vividas por Asida durante la guerra y la probable muerte de sus padres, quedan evidenciadas en la reacción que ésta tiene ante la visión de la sangre.
Los anhelos son sugeridos también en el personaje de Mariam Buturishvili, seleccionada entre un casting de más de 500 actrices georgianas, que deja atrás los juguetes de su infancia para trabajar con ahínco la tierra y compartir la carga de su abuelo. De la misma forma que el paisaje evoluciona, Asida madura y descubre las reacciones lasciva que su belleza provoca entre los soldados. Revela también una sensualidad entrañable, cifrada y sutil; que adquiere la forma de juego infantil en su enfrentamiento con el soldado georgiano y la búsqueda de su propia identidad.
Una tensión intangible parece acumularse sobre los personajes a lo largo de todo el relato para anticipar el desenlace dramático. La incertidumbre que inspira la mirada inquisidora del oficial abjasio (Tamer Levent) mientras interroga al anciano o los disparos puntuales en la espesura de la frontera, provocados por cazadores o escaramuzas entre los soldados, evidencian una amenaza que parece no tener solución de continuidad. De la misma forma que la sangre que mancha el rostro de la muchacha y provoca su llanto representa la existencia de un pasado traumático y reciente; la presencia del soldado georgiano y el rifle que empuña el abuelo en un intento por proteger a su nieta del paso del tiempo y de los abusos de los reclutas subrayan la existencia de un peligro inmediato y presente. Es, sin embargo, la naturaleza la que se encarga de teñir finalmente el celuloide de un blanco y negro desolador para anticipar el trágico desenlace de sus protagonistas. Los personajes parecen borrados de la superficie de la isla. Olvidados para siempre por el ciclo de una tierra desmemoriada, serán sustituidos por aquellos hombres que, como consecuencia de la necesidad y pese a los indicios obstinados, intenten de nuevo conquistarla.