El documental sobre la ciudad de Homs en particular y la guerra que asola Siria es un plato duro y sin concesiones a la par que nos deja varias ideas interesantes, pero sobre todo acaba siendo un ejercicio sobre la mirada y la moral.
Godard se levantó una mañana y dijo aquello de que un travelling es cuestión de moral. Siguiendo esa máxima, podríamos concluir que ya no queda moral en Siria. El documental es un collage de imágenes de los propios habitantes sobre la guerra grabadas con cámaras, móviles y cualquier arma parecida, porque a eso se simplifica la función. Imágenes caseras que lo mismo te enseñan una tortura, una manifestación, un rostro destrozado por un impacto de bala o un gatito maullando por las calles al que le falta una pata, lo que nos recuerda en parte a cierta idea vista en Underground de Kusturica, donde su guionista, Dusan Kovacevic, escribía una escena en la que se bombardeaba un zoo y los animales morían desangrados sin entender ni comprender nada. Al preguntarle por tan impactante momento, el dramaturgo serbio explicaba que la muerte de un ser humano ya nos tiene demasiado insensibilizado, por lo que además de como metáfora (esos animales muriendo sin poder entender nada son los civiles) servía para impactar al espectador que presume de haberlo visto en una pantalla de cine.
Todo esto es incómodo, pero también crea malestar y se termina reflexionando (otra vez) sobre la moral de la cámara. Los encargados de montar y darle forma a la pesadilla que resulta ser la película lo tienen claro, no ahorran en ningún momento imágenes o momentos grotescos, porque para ellos ya es imposible mostrarlo de otra manera. Pero chirrían esos terrible instantes con música extradiegética de fondo o una voz en off que no parece darse cuenta de lo poco apropiado que resulta. y es que como decía el documental es terrible, pero termina por crear adicción a las salvajadas que se visionan. Lo que me enfada conmigo mismo y me repugna. Pero… ¿había otra manera de contar lo incontable? ¿hacemos un documental teniendo cuidado en que el espectador no se escandalice? ¿y para que escandalizarlo?
Estamos por ello ante un documental pornográfico. La pornografía no entendida como sexo explícito que tanto escandaliza, sino como algo hiriente para el espectador. Pero no son sus realizadores quienes crean esas imágenes. “Sólo” se limitan a mostrar el archivo al que tienen acceso. Sí resulta obsceno que tras un accidente de coche alguien se pare y grabe al herido, otra cosa es cuando la muerte y el horror danza a tu alrededor y lo único que puedes hacer es coger un fusil, volverte islamista radical o en su lugar coger una cámara. ¿Es condenable moralmente?
Si he de ser sincero, no tengo ni ganas ni cuerpo para quedarme filosofando sobre la moral, porque me resulta estéril al no llegar a ninguna conclusión satisfactoria y algo vácuo teniendo en cuenta la que está cayendo por esa tierra. El documental es el puto horror sobre la situación de Homs, y allí muere gente. No obstante, aunque revelador para acordarnos un poco más que la guerra de Siria es algo más que “Los malos son estos u aquellos” dependiendo de la ideología que cada uno tiene a sus espaldas olvidándonos de algo llamado humanismo o simplemente fraternidad y solidaridad (que tiene narices escuchar a la peña defender al líder sirio porque los rebeldes son amigos del imperialismo malvado yanki, ojo), naufraga en su estructura, con una voz en off que no me gusta y me parece innecesaria, o cuando se dedican a crear momentos poéticos en París con la cámara (volvemos a las preguntas de siempre, ¿es posible la poesía después de Auschwitz? ¿lo criticamos? ¿¡quién coño soy yo para criticar eso cuando los familiares de los cineastas son masacrados y yo estoy cómodamente en un cine!?) .
Todo mejora cuando aparece esa valiente mujer kurda llamada “Silvered Water” en su lengua materna. El espectador se agarra desesperado a ella y su punto de vista. Y ella filma el horror, pero desde otra perspectiva, más “cómoda” para nosotros, pero con un tacto (si se le puede decir así) que no encontrábamos antes. Y funciona mejor que la primera mitad de la obra.
Hay ciertas ideas brillantes que no hace falta explicar. Me quedo con la progresión de los rebeldes hacia el radicalismo; como en un inicio piden cambios en el régimen de manera pacifica y tras ser masacrados piden la caída de éste, y tras volver a ser pisoteados, torturados y ejecutados se declaran en rebelión armada y como tras bombardearlos y sitiarlos muchos de ellos pasan a ser radicales islámicos, que incluso amenazarán a nuestro heroína por comportamiento impuro (no se cubre el pelo) o sacarán fusil en mano a las niñas del colegio improvisado que ella misma crea.
No tengo manera de decir si estamos ante un buen documental o si es necesario o no, que es algo que se suele decir de obras que no gustan pero nos parecen apropiadas para “que los niños vean en el colegio y aprendan” aunque sea una castaña. No hay forma de poner este documental en una escuela. Se sale tocado. Yo no suelo estar a favor de documentales grotescos. Al fin y al cabo se puede hacer algo como la esplendida El lugar más pequeño de Tatiana Huezo reseñada por mi aquí y aquí sin recrearse. Pero claro, el documental de Tatiana habla de fantasmas, del pasado y el futuro a pesar de todo, mientras que el presente documental trata del ahora mismo y sin esperanza.
No sé que decir. El documental es un horror en su sentido más amplio, no como algo necesariamente negativo. Me quedo su parte final, con nuestra kurda enseñando la ciudad devastada acompañando a un niño que ha perdido a su padre.
Ojalá fuera cierto eso que dicen siempre que el cine puede a ayudar a mejorar el mundo. Jamás lo he creído, pero ojalá fuera cierto.