Un soberbio escenario como telón de fondo para una confrontación que contempla, desde la lejanía, el western. Markus Blunder ya lo anticipa desde el prólogo de su Autumn Blood: nos encontramos ante un relato donde el enfrentamiento y, en consecuencia, la redención e incluso el perdón se dibujan en un marco inmejorable. Pero el (al fin) cineasta germano —otrora ayudante de cámara en títulos tan presentes en la memoria colectiva como La joya del Nilo o Enemigo mío— opta por no transmitir ese conflicto con una prontitud que precisamente borraría cualquier rastro de lo que el film es; Blunder prefiere, pues, la sutileza, el enfoque donde un gesto o una expresión relegan el diálogo a un segundo o tercer termino, precisamente para urdir ese acercamiento a un género que en esta ópera prima no parece tal.
Los espacios —Blunder huye de algunos de los escenarios centrales del western—, el momento —aunque la atemporalidad, en el marco central, dota de una ambigüedad muy interesante— e incluso la ausencia de ciertos personajes necesarios para bascular —esa ausencia paterna o de una figura funcione como intercesor— parecen llevar Autumn Blood a un contexto distinto, más cercano al de un thriller rural (y dramático) contemplativo —rasgo en el que el cineasta imbuye cierto tono crepuscular— que al del western contemporáneo, algo que sin embargo desmiente cualquier posible lectura que circunde esa relación entre la protagonista y su hermano menor, y esos dos (también) hermanos y su fiel acompañante y amigo. A través de ese nexo que siempre adquiere tintes dominantes e incluso intimidatorios por parte de los hijos del alcalde —interpretado por Peter Stormare, al que vemos en esa primera (y reveladora) escena—, se puede percibir un vínculo que adquiere continuidad, trasladando el enfrentamiento generacional expuesto en el prólogo y tomando de ese modo una cercanía al western que no sólo componen las habituales referencias visuales.
No es que resulte fundamental comprender la condición genérica de Autumn Blood, aunque si definitorio para penetrar en los espacios que propone esa crónica armada por Blunder, que en los primeros compases del film incurre en una crónica mucho más contemplativa tanto en el aspecto narrativo como en el formal —de planos un tanto embellecedores y sosegados, que bien podrían remitir al cine de Terrence Malick—, y lo hace precisamente para ir suministrando las piezas de un relato que poco a poco irá fragmentándose. Así, la relación establecida entre la protagonista y su hermano, con ese espectral personaje en forma de escudo materno de fondo, irá quedando relegado a un segundo plano con la desaparición de esa figura y la violenta irrupción de esos tres personajes. No obstante, Blunder continúa apostando por un ritmo de fría y tensa calma apuntalado con apenas un par de secuencias, que derivará en un consecuente último acto donde toda esa persecución y esas heridas quedarán redimidas (o más bien desvanecidas) por acciones no casuales que el propio cineasta lleva insinuando —en especial, gracias al potencial que otorga a las miradas de sus personajes— a lo largo de toda la cinta.
La blanca y luminosa tez de Sophie Lowe no es sino una perfecta extensión de un paraje prácticamente inexplorado que, como su protagonista, irá encontrando una esperada aspereza que pondrá frente a frente cardenales, heridas y picudas rocas para mostrar una naturaleza que había permanecido así durante todo el film, pero encontrando siempre respuesta en la actuación de esos tres hostigadores. No será hasta el encuentro de la “chica” —otro gesto muy significativo, que ningún personaje posea nombre— con su propia condición cuando esa naturaleza encuentre su lugar en una desnudez necesaria para hacer frente a algo más que temores, a un estado dibujado con el paso del tiempo y transformado en un acto casi represivo que Blunder sabe contemplar y destapar a través de una fabulosa mirada que convierte Autumn Blood en una pieza tan teñida de talento como de dolor.
Larga vida a la nueva carne.