El espacio que propone un género como el drama carcelario, siempre y cuando no esté dispuesto para maniobrar con otros géneros o temáticas que bien podrían colindarlo, predispone por lo general a una construcción donde predomine un cierto verismo que propicie el marco idóneo para componer un relato creíble. Ese aspecto ha sido en innumerables ocasiones sinónimo de éxito y ha conocido cintas que, más allá de la virtud o del defecto de su director, han encontrado en él la vía adecuada para obtener el resultado deseado.
Enrique García se acoge a ese género añadiendo componentes que la distingan en cierto modo —esa treta armada por el protagonista para que ninguno de sus amigos descubra que está en prisión— y un tejido social cuyos habituales tics dentro del cine patrio bien podrían hundir esa realidad en parte necesaria para construir un relato de estas características —algo que ya sucedía, por ejemplo, en El patio de mi cárcel de Belén Macías—. García, debutante para la ocasión, parece lo suficientemente inteligente como para prevenir que ello suceda, y decide fragmentarlo en tres; cierto es que todas las sendas terminan en un mismo punto, pero de ese modo el cineasta evita que todos esos matices en el ámbito social colapsen la crónica realizada y terminen por resultar un peligroso artefacto que podría estallar en cualquier momento.
Si bien es cierto que el cineasta decide aportar con cada testimonio un pespunte (necesario, en parte) más a ese sustrato, con ello minimiza el relato central y condiciona un acercamiento quizá más honesto, o más afín con la realidad que decide presentar, alejada a todas luces de la repetición de un esquema —el del encubrimiento de esa realidad, como sucedía en La vida es bella o Good bye Lenin!— ya visto.
De este modo, la predisposición a seguir un ejercicio donde lo más interesante son quizá los matices complementarios que aporta cada historia adherida a la trama, se mantiene con una facilidad mayor de lo esperado, por mucho que jugar con según que cartas resulte inevitablemente peligroso. Algo que, por otro lado, se termina concretando cuando todo aquello que cualquier espectador mínimamente avezado había previsto, ocurre: que las relaciones entre los distintos personajes busquen fijar con mayor fuerza los lazos que las sostienen cuando no deja de ser una mera retroalimentación difícilmente extrapolable a la realidad que viven, tanto dentro como fuera de ese marco fijado por las rejas de la prisión en que conviven.
Así, y por más que García busque forjar en ese drama social algo más, lo cierto es que 321 días en Michigan únicamente funciona en esa faceta, la de presentar realidades a las que sea más fácil acercar al espectador, e incluso dejar algunos apuntes más loables que otra cosa. De este modo, el vínculo entre el protagonista y esa madre, más que resultar innecesario por restar cierta credibilidad al conjunto, lo es por su ingenuidad. De igual modo que sucede con otros nexos trazados por el personaje central, que el debutante decide desechar en un determinado momento con acierto.
Lo cierto es que para tratarse de una ópera prima, Enrique García se mueve con solvencia en el terreno que pisa y es capaz de manejar un elenco en el que rara vez chirría pieza alguna —pese a haber algún personaje que parece más bien construido desde el burdo estereotipo—, y es por ello que la película resuelve la papeleta con un cierto oficio. Se perciben, además, apuntes de lo más interesantes —cómo el protagonista hace valer su virtud y uno cree que sea capaz de anticiparse a otros personajes—, y aunque elementos como esa banda sonora (cuando no es ambiental) mal engarzada den pasos en falso, 321 días en Michigan se agradece por terminar deshaciéndose de su faceta más mecánica apostando por aquello que nos hace más humanos, apartando el deseo de abandonar una prisión para continuar fingiendo.
Larga vida a la nueva carne.
Es una película un poco rara, la dirección no acaba de convencer, parece que va a ser emocionante con lo de que no descubran al protagonista, pero al final es lo que menos importancia tiene. La banda sonora me sacaba mucho de la película, y a veces no entendía bien lo que decían los actores, con mucho acento andaluz.