Para comprender mejor Pietà es necesario explayarse en la polémica figura del surcoreano Kim Ki-duk, un director autodidacta que fue aprendiendo el oficio a base de rodar películas como churros. Kim se inició en el mundo del celuloide con Crocodile, claramente inspirada en Los Amantes del Pont-Neuf (la obra más lograda del francés Léos Carax), de la que el coreano siempre se ha declarado un ferviente admirador (también suele mencionar a Jean-Luc Godard como otra fuente de inspiración). La filmografía del coreano está compuesta por 18 películas, que se encarga de recordarnos de un modo casi bochornoso en un cartel en los créditos iniciales de Pietà, rodadas a un trepidante ritmo (hubo un año en el que casi rivalizó con el incombustible Takashi Miike, en el que llegó a firmar 3 películas). Su interés por mostrar personajes tan marginales y traumatizados le convertiría en un director algo inaccesible para el gran público durante su primera etapa y parte de la segunda.
En la primera mitad de Pietà da la sensación que estemos ante una de sus primerizas películas antes citadas, pero en este caso aderezadas con el buen hacer visual adquirido durante su prolífica carrera como cineasta. Unos amateurs primeros trabajos que se caracterizaban por el uso de la violencia extrema (con un acompañamiento musical más principiante y chirriante si cabe), no exenta de pequeños hallazgos visuales, que más adelante serían la base de su imaginería a partir de La Isla (Seom), la película que marcaría un salto de calidad definitivo en su estilo y que le dio a conocer internacionalmente en el ámbito festivalero europeo. Años después, en su periodo más exitoso en cuanto a aceptación popular (Primavera, verano, otoño, invierno… y primavera y Hierro 3), suavizaría esa violencia y el aspecto visual y poético predominaría claramente sobre el resto.
Tomando su nombre de la escultura de Miguel Ángel de María sosteniendo el cuerpo de Cristo (símbolo del amor materno-filial), Pietà es una alegoría religiosa en la que el director coreano sigue las hazañas de un personaje sin escrúpulos que se dedica a cobrar préstamos. Kang-do aparece inicialmente en pantalla en la cama dándose placer a sí mismo de una manera muy animal mientras duerme, que unido a su crueldad hacia los trabajadores aterrorizados que visita, a los que mutila sin ningún remordimiento para poder conseguir dinero del seguro médico, nos deja a las claras la catadura moral del personaje. Se trata de un ser solitario que trabaja para un prestamista, cuyo cometido es cobrar los intereses a los desesperados deudores, todos ellos trabajadores en una situación de precariedad económica absoluta. Los métodos de cobro empleados por Kang-do son de una violencia y de una degradación moral aterradoras. Un día, aparece en su vida una mujer que se presenta diciendo que le había abandonado cuando nació tres décadas atrás, asegurando que es su madre. Kang-do, reticente en un principio, se ve obligado a recapacitar sobre su violento ‹modus operandi› laboral.
Ki-duk nos obsequia con un duro drama urbano sobre las perversiones a las que nos lleva el cada vez más despiadado capitalismo y sus traumáticas consecuencias sobre las relaciones humanas. El coreano retrata sin concesión alguna las miserias humanas dentro de la crisis económica galopante que nos está tocando sufrir, en el marco de una historia de odio y de venganza llevados al límite, tan excesiva y desmedida, que sólo un autor con la capacidad narrativa y visual del director de Hierro 3 es capaz de intentarlo y salir vivo del envite.
La dirección de Kim en Pietà destaca por la capacidad que tiene de narrar una historia aparentemente inverosímil (como sucede en la mayoría de las premisas del coreano en su larga carrera), absolutamente cruel y triste, sin que el artificio argumental influya en el extraño vínculo emocional que se establece con la audiencia. El film nos plantea múltiples cuestiones y reflexiones, además de colocarnos en situaciones asfixiantes, que durante la primera parte del film pueden resultar casi grotescas e insoportables para los más despistados, pero que se antojan necesarias para enfatizar la catarsis a la que se verá avocado el despiadado torturador, y la ciega compasión que su madre siente por él.
Hay un par de escenas marca de la casa del Ki-duk más enfermizo y repudiado que permanecen en la memoria del espectador: La primera es la violación incestuosa a la que somete a la madre en uno de sus primeros encuentros. Kang-do se desfoga sexualmente con ella y le pregunta sin ningún rubor: «¿Salí de aquí seguro? Entonces ¿Por qué no puedo entrar de nuevo?». En la segunda escena escabrosa el hijo corta un trozo de carne que se intuye que puede ser un dedo de su pie, y ordena a la mujer que se lo coma para probar su amor. A pesar del mal rollo imperante, hay momentos en los que aligera la tensión con fases muy cómicas, como el paseo de la pareja protagonista en el que madre e hijo disfrutan de los años perdidos de la infancia de Kang-do.
Cuando bien avanzado el metraje llega el acertado giro argumental, la obra adquiere un tono más sutil. Es aquí cuando nos remite al Ki-duk sugerente de sus trabajos más acertados, un lirismo que en esta película, sin embargo, se muestra a cuentagotas, mientras que en su última etapa se percibía bastante forzado e impostado (El Arco, Time, Breath, y muy especialmente Dream) aunque seguía pareciendo resultón pese a abusar reiteradamente de los auto-homenajes. Además de su sello incorruptible, parece como si Ki-duk hubiese tomado nota del estilo más comercial de sus compatriotas Park-Chan-wook y Bong Joon-ho en La trilogía de la venganza y Mother respectivamente, logrando un thriller que funciona incluso como entretenimiento a pesar de su extrema crudeza e incomodidad.
El director coreano siempre se ha sentido un incomprendido en su Corea natal, su film más exitoso en taquilla llegaría de la mano de Bad Guy, seguramente debido a la presencia de un actor muy popular en su país por aquel entonces. Da la sensación que en Pietà haya querido asegurar su cartera dando el papel protagonista a Lee Jung-jin, también muy popular en Corea; un artista bastante alejado del cine de autor. El actor coreano sale claramente derrotado del duelo interpretativo ante la inmensa Jo Min-su, que se come la pantalla desde su primera aparición, pero mantiene el tipo decentemente para ser un actor de estas características.
Pietà es con toda seguridad la mejor obra de Kim Ki-duk desde Hierro 3, aunque no llega al nivel de sus mejores trabajos, que da la sensación de que supusieron su cenit como autor. No obstante, tras su descafeinada última etapa (con una crisis personal que le tuvo 3 años sin rodar) y el fallido experimento vacacional de Amén (su anterior y repudiado trabajo) supone un atisbo de esperanza para la recuperación definitiva de uno de los autores más personales y prolíficos que ha dado el cine en el presente siglo.
Soy cinefilo de Venezuela, y ya he visto ocho films de este director, si bien es un cine muy original, pareciera que hay cierta repetitividad en sus obras, lo cual no es un defecto, pero para la latitud en que me encuentro hay algo que lo torna interesante y que mejor, los premios obtenidos. Gracias.