Esta semana llega a los cines uno de los talentos más recientes del cine nórdico, el de Pernille Fischer Christensen, cineasta que tras algo menos de una década de carrera ha logrado desde su debut, En soap, ir recogiendo loas y algún que otro galardón en festivales de importancia, a la par que conformando una filmografía que se antoja ciertamente consecuente y en la que no han faltado temas recurrentes a través de los que otorgar una voz propia a su cine y, en especial, un estilo decididamente honesto, algo que habrá que ver si mantiene como seña de identidad en posteriores trabajos. Lo que parece claro es que la distancia de 4 años (la mayor entre un proyecto y el siguiente) no ha bastado como para romper la continuidad a algunos temas sugeridos en su anterior trabajo, En familie.
Con su tercer largometraje, Fischer Christensen se adentraba en un terreno ciertamente pantanoso, no tanto porque el drama familiar haya tenido acepciones a lo largo y ancho del globo terrestre, más bien por el hecho de arrastrar una larga tradición en los paises nórdicos; una tradición que va más allá de la Celebración de Thomas Vinterberg, y ha encontrado en cineastas tan diversos como Susanne Bier (Brothers), Fridrik Thor Fridriksson (La isla del diablo), Per Fly (La herencia) o incluso Lukas Moodysson (Mamut) el modo de reflejar una amplia paleta cromática para así representar un asunto ante el que se advierte una cierta delicadeza por aquella región.
Esa variedad de prismas, que ha acogido desde percepciones más crudas y oscuras hasta relatos más distendidos, beneficia en parte la inmersión de la danesa en ese terreno debido precisamente a que su enfoque huye de complementos o dramatizaciones. Lo que prima ante todo en el film son dos conceptos —honestidad y sobriedad— ante los que es más difícil, si cabe, enarbolar un drama de estas características. Pero parece que la autora de En soap lo tiene claro, y En familie pronto se resguarda de las grandes decisiones, puesto que si bien es cierto que en alguna ocasión son propuestas a sus protagonistas, la cineasta sabe como manejarlas para que no caigan en saco roto y, en especial, para que no desequilibren una cinta cuyo desarrollo resulta más definitorio, si cabe, que cualquier giro de guión.
Para ello, la danesa apuesta por tejer un relato donde la importancia de lo narrado está implícito en un mayor grado en las relaciones entre los distintos personajes que en algunas decisiones ante las que deben tomar una postura. Posiblemente sea ese el motivo por el cual uno tiene la sensación de que En familie tarda en arrancar, pero lo cierto es que la sutileza y capacidad con las que Fischer Christensen es capaz de armar el relato valen por sí solos la espera. Con ello consigue que el adentramiento de la trama en temas más peliagudos (ese aborto, por ejemplo) no deba suponer por extensión un agravante, ya que desde el momento en que decide que esos elementos sean un pequeño desencadenante antes que una suma, logra que el componente humano se sobreponga a cualquier otra decisión.
Este hecho queda patente en una de las últimas secuencias del film, donde asistimos a una especie de vigilia en lo que para cualquier otro cineasta compondría el marco perfecto para cargar el aspecto dramático del film, pero con En familie se presenta a modo de ritual sacro, donde cada plano obtiene una significancia especial en esa ceremonia que parece más predispuesta a emerger como un acto de expiación final que otra cosa. Austera y contenida, esa secuencia es el indicativo de que con este trabajo de la cineasta no nos encontramos precisamente ante otro drama familiar más, cuya única intención es sumar. La intención de Fischer Christensen, por contra, puede llevar al espectador a desentrañar lo que cada uno crea conveniente en una conclusión que además resulta liberadora, y es prácticamente un reencuentro con aquello que había quedado reprimido ante una situación capaz de absorber personas y sentimientos.
Larga vida a la nueva carne.