Ian Forsyth y Jane Pollard, directores de este documental, se conocieron en la afamada universidad de Goldsmith allá por los años 90. Este dúo, que nunca trabaja por separado, ya había probado suerte documentando las hazañas de otros iconos de la cultura pop como David Bowie en A Rock ‘n’ Roll Suicide y con colaboraciones para diversos experimentos artísticos con músicos como Scott Walker, Jason Spaceman de Spiritualized y Ben Drew.
En el presente trabajo le ha tocado el turno a Nick Cave, el antaño oscuro «outsider» oriundo de Warracknabeal (Australia) que vagabundeaba por las calles de Berlín rescatando tesoros de la basura y que ahora pasa todo el tiempo que puede en Brighton, observando el color de las nubes y como afecta al mar. Nick Cave parece encantado con el hecho de poder explayarse sobre los avatares del proceso creativo y su conexión mística con la música. La presencia de Cave enamora a la cámara que nos devuelve la imagen de un gigante, casi de un semidiós. Presumiblemente este es el efecto buscado por Forsyth y Pollard, dejar que la cámara entre en el Olimpo para espiar a uno de los grandes y permitir que algo de su talento nos pueda inspirar a nosotros, pobres mortales.
Resulta difícil no sucumbir a una pulsión adoradora, heredera de esa vinculación romántica entre genio artístico y divinidad, en los momentos en que un Cave prometeico habla con precisión poética sobre la creación de sus canciones como si de un proceso místico se tratase, persiguiendo en última instancia una comunicación esencial con el oyente. En el documental Cave nos regala así mismo maravillosos momentos proustianos de lucidez melancólica cuando se remite a la memoria y la irreversibilidad de la flecha del tiempo como fuente de inspiración, a los fragmentos de días más felices de esa “juventud divino tesoro” y la conciencia de su paso efímero, sentencias rumiadas en la mente del artista durante años que Forsyth y Pollard supieron cristalizar en un primer plano de Cave cantando con los ojos cerrados: «I’m still hanging out in your blue tunes, In your sizzling shoes in my dreams, Give us a kiss, One little sip, sip, sip…».
Pero estos momentos de “sinceridad”, de honestidad en las palabras de Cave y falta de cinismo, que logran sortear incluso la sensación de extrañeza que a uno le sobreviene al alimón de ese matrimonio imposible entre intimidad y exposición pública, son cortados de raíz cuando vemos la puesta en escena de dicho proceso creativo, el horizonte comunicativo al que Cave aspira y que, a día de hoy, lo mas complaciente que se puede decir es que no funciona. Alguien debería haber explicado a Forsyth y Pollard que, en ocasiones, menos es mas. En este concierto que nos muestra el documental, podemos ver a Cave en toda su potencia performativa actual, acercándose al público como un Jesucristo capaz de sanar con una imposición de manos mientras una muchachada vestida con ropa «vintage» parece querer invocar con este fetiche el esplendor de aquellos años en los que las puestas en escena de Cave tenían sentido y lograban su finalidad. Hoy es todo muy distinto, los jóvenes que han pagado alrededor de 100 euros para asistir a “la experiencia” cierran los ojos y levantan sus brazos con las muñecas prendidas por pulseras fluorescentes en un esfuerzo por balancearse al son de un éxtasis que no llega… la impostura se graba en sus rostros pero… ¡maldita sea! han pagado demasiada pasta para no poder subir una foto a facebook en la que se les vea gozar indeciblemente de vivir este momento único, un «hic et nunc» que rebozar a los colegas que no hayan ido y poder decir: “Yo vi a Nick Cave, fue una experiencia increíble”. No obstante, la experiencia, desde la distancia de la butaca resulta deprimente, un “demasiado tarde”, no huele a nada interesante, sólo al café del Starbucks que tomarán estos chavales a la mañana siguiente para poder estar a tope en esos trabajos que les permiten pagar entradas de conciertos de Nick Cave que poder comentar en las redes sociales.
Probablemente es en este momento cuando uno se plantea irremediablemente esa cuestión que había surgido como un murmullo desde el principio del film y que va subiendo de volumen hasta alcanzar un nivel ensordecedor: ¿qué intenciones subyacen a tratar desde esta óptica a una estrella de semejante calibre? No estoy segura, ya que por suerte no habito las mentes de Forsyth y Pollard, pero por otra parte creo que es una cuestión tan sencilla de resolver como sumar 2+2, las intenciones no son otras que las de responder al impulso necrófilo de momificar y adorar a las momias, de amar lo que ya está muerto y no tiene capacidad de sacudirnos, el deseo de un amor seguro y estable, avalado, garantizado, el refugio en una autoridad que ya no encierra peligro pero que basa su poder en ese aura maldita tan «cool» de la que sólo queda la cáscara y que por lo tanto no puede incitar a nada, ni mover a nadie.
Comentario aparte merece el tratamiento de la mujer en este documental… no alcanzo a entender como Jane Pollard puede consentir con ello. Creo que la manera en que Nick Cave se refiere a la primera vez que vio a su actual mujer y el tratamiento de ello que hacen los directores es suficientemente elocuente a este respecto. Cave se topa con ella en un museo y al verla todas las imágenes eróticas que atesora desde su infancia: actrices cañón, top models, conejitas de playboy… etc. parecen encarnarse en una mujer, fin de la cita, a estas palabras las acompañan Forsyth y Pollard con un montaje a toda velocidad de las imágenes icónicas que la cultura popular ha brindado sobre el ideal de belleza canónica femenina desde los años 50; Cave no tiene más que añadir sobre esa mujer con la que lleva casado ya unos años, parece ser que su belleza es su única virtualidad… sobran las palabras.
A pesar de todo, a pesar de la megalomanía hetero masculina que destila, acaba el documental y Nick Cave sigue sin caerme mal, me da pena que se haya prestado a este invento, le veo un poco mas de plástico, supongo que como casi todas las viejas glorias que tienen que lidiar con semejantes cotas de fama y éxito, juguetes rotos a la espera de su vitrina… y sólo puedo decir: ay Nick… tu antes molabas.