Pasados cuarenta años desde su estreno, Crónica de una violación mantiene aún vivo todo su poder de denuncia y radiografía social tocando temas que a día de hoy se encuentran si cabe de más rabiosa actualidad que en la fecha en la que el parisino Yves Boisset rodó su obra maestra. Y es que este desconocido film francés se atrevió a plasmar a mediados de los años setenta esa sobresaliente bolsa de exclusión y odio social que empezaba a nacer en la próspera y decadente Europa —situando la acción en la Francia tras Mayo del 68 y dolorida en su orgullo patriótico después de la pérdida de Argelia— de la segunda mitad del siglo XX , un lugar tradicionalmente generador de bolsas de emigración hacia otras tierras que gracias al desarrollo del Estado del bienestar y a los cantos de sirena lanzados a través de los canales de televisión vía parabólica hacia las antiguas y explotadas económicamente colonias, emprendió un viaje en trayectoria contraria al convertirse en un lugar de acogida de inmigrantes procedentes de culturas muy diferentes a las occidentales, que daría lugar a ese manido concepto político denominado multiculturalismo y a teorías tan inquietantes como la del choque de civilizaciones de Huntington. Esos nuevos ciudadanos que aterrizaron en Europa para desempeñar los trabajos que la emergente clase media autóctona desechaba por el que dirán, adoradores de Allah y otros ídolos expulsados del continente desde hace siglos, trajeron consigo sus usos y costumbres generando un estado de alarma y miedo en una población buenista que por un lado necesitaba del trabajo del recién llegado para mantener su privilegiado estatus de vida a través del trabajo esclavo y precario ofrecido por los nuevos habitantes, pero por el otro observaba como la generación de guetos y ciudades paralelas a las que no llegaba el imperio de la ley occidental podía suponer un riesgo a medida que el número de esclavos venidos de fuera creciese exponencialmente y por tanto sus costumbres lucharan de igual a igual con la tradición nacional radicalmente opuesta en cuanto a su visión de la estructura y organización social que la desarrollada por la cultura migrante.
Por tanto, la película se atrevió a afrontar de cara el incipiente debate que estaba floreciendo en el pueblo francés de aquella década, denunciando la hipocresía de una nación sustentada por medio de esos honrados ciudadanos adalides del mantenimiento de los cimientos de la ancestral y liberal cultura francesa, pero cuyo profundo orgullo nacionalista germinaría en los actuales simpatizantes del Frente Nacional dirigido por la familia Le Pen, que según las recientes encuestas publicadas en los principales diarios europeos parece que serán los próximos residentes del Elíseo, si un milagro no lo impide. Así, la cinta muestra de forma excepcional el origen de ese caldo de cultivo que el racismo y el odio al diferente ha ido explotando a lo largo de toda Europa en los últimos 20-30 años, a través de una historia sencilla centrada en dibujar a una tradicional familia media francesa compuesta por el ambicioso Georges Lajoie, dueño de un restaurante ubicado en un barrio obrero de París, un personaje aparentemente blanco que esconde en su ser a un obsceno burgués obsesionado por las apariencias y las ansias de prosperar socialmente (espléndida es la presentación que Boisset lleva a cabo del personaje reflejando su preocupación por revelar su progreso económico mediante la compra de una ostentosa caravana con la que presumir ante sus compañeros de las vacaciones en el camping al que acude la familia cada verano, esa fascinación por el corto plazo, el pelotazo y por vanagloriarse ante el vecino de la posesión de lujosos e inútiles patrimonios, sin duda el cáncer de la organización económica capitalista), al que se une su ingenua mujer florero y su único hijo, un recién graduado de carácter aniñado por el exceso de protección impuesto por sus progenitores que únicamente halla en la compañía de la hija de una familia amiga de sus padres el oxígeno con el que escapar de la prisión diaria que constituye su propia familia, los cuales comienzan sus típicas vacaciones veraniegas dirigiéndose al camping al que acuden cada año para reunirse con sus viejos compañeros, los Shumacher y los Colin.
Un punto hipnótico y fascinante del film es cómo consigue perfilar en estas pequeñas tres estirpes a toda la sociedad francesa. Así, los Lajoie serán, como ya hemos comentado, esa familia patriarcal sustentada en un machista y codicioso cabeza de familia que bajo el disfraz de la decencia esconde a un auténtico pervertido sexual atraído por mujeres mucho más jóvenes y apetitosas que su mujer. Mientras los Shumacher son ese característico matrimonio sin hijos muy centrados ideológicamente, de manera que el marido, un alguacil con influencias políticas, será ese ciudadano medio que no acaba de tomar partido por una posición concreta adaptándose a la chaqueta que mejor luce. Por último los Colin forman parte del espectro más liberal de la comunidad (la gauche gala), conformando un matrimonio de filias libertinas (magnífica es esa metáfora lanzada a través de la profesión del padre, dueño de una tienda de mercería y ropa interior femenina) y una hija aún si cabe en su forma de vestir y expresarse más liberal que sus ascendientes (interpretada por una joven Isabelle Huppert en una de sus primeras apariciones en cine en la que ya daba muestras de su poder de seducción pelirrojo alterando las feromonas masculinas de sus acompañantes). Este pequeño microcosmos sito en el camping veraniego dará lugar a una explosión de recelos y odios cuando los originales moradores del camping descubren que al mismo han ido aterrizando con el paso de los años, toda una galería de personajes ajenos de sangre gala, lanzando todo el resquemor escondido en su ser hacia unos humildes trabajadores de la construcción de origen árabe que se hallan calmando las ansias de riqueza de los empresarios de la construcción franceses, alterando el paisaje salvaje del litoral francés edificando gigantescos edificios de roca y granito para albergar a un mayor número de turistas cada año para así alimentar la expansión económica inmobiliaria fuente de corrupción y virtudes políticas.
El contacto festivo en un guateque nocturno en el que el alcohol y la música brindan un panorama propicio para la lujuria entre la hija de los Colin y dos trabajadores argelinos atraídos por los seductores movimientos de caderas de la joven, provocará un primer choque entre los auténticos franceses y los ingenuos inmigrantes, que comprobarán que el país de acogida no es tan acogedor como ellos creían en un principio. Pero, un incidente desatará todo el rencor clandestino hacia la población árabe. Y es que mientras los campistas se encuentran disfrutando de una popular yincana, el pervertido Georges Lajoie derramará toda su depravada pasión violando a la hija de sus amigos Colin aprovechando un encuentro furtivo en la orilla de un río. En la trifulca de la violación, George partirá el cuello de la adolescente lo que provocará la muerte violenta de la misma. Aterrorizado por las consecuencias de su acto de depravación, el degenerado George trasladará el cuerpo inerte de la joven a las proximidades de la obra en la que están trabajando los empleados árabes con los que pelearon la noche anterior. El daño ya está hecho: la ocultación del crimen individual de George, inducirá a la comisión de un crimen colectivo por parte de la sociedad francesa, que no es otro que el linchamiento de un joven árabe al que la desairada población autóctona del camping acusará sin pruebas de la violación de la joven. Escondido por el odio de la turba y los intereses políticos —Boisset no dejará títere con cabeza mostrando la putrefacción imperante en las esferas políticas más interesadas en engañar a la población difundiendo noticias falsas para evitar así el temido choque de civilizaciones que un linchamiento a un inocente provocaría en todo el país, falacia a la que incluso sucumbirá para ascender en el escalafón policial el aparentemente íntegro oficial encargado de la investigación—, George se librará de su crimen, si bien de nuevo un acto individual impondrá la justicia universal que ha sido abandonada por ese colectivo que ha desistido en forjar la equidad de trato entre los ciudadanos en aras de evitar incendiar el país.
Crónica de una violación es una joya absoluta del cine europeo de los setenta, sin duda una de las obras más complejas, valientes, visionarias y poliédricas de aquella década, la cual aporta una visión para nada parcial de un problema que suele tratarse de un modo interesado por las partes en conflicto. Boisset evita tomar partido por uno u otro bando, conocedor de la complejidad del asunto tratado, culminando su obra de una manera muy chocante y ambigua desmitificando por tanto igualmente el carácter bienhechor de la víctima, sino lanzando un grito de alerta de las posibles consecuencias beligerantes que el odio y la carencia de lazos entre las partes contrincantes podría acarrear en el futuro. Bien es cierto que el culpable está claramente identificado en ese llamado honrado trabajador francés que con su forma de actuar solo sabe infundir odio y rechazo contra todo lo que es diferente a su visión del mundo (ese obsceno George Lajoie que esconde su cobardía aprovechándose de la ira de la sociedad provocada por un crimen atroz), pero también es cierto que algunos de los verdugos —fantástico el alegato final del padre de la joven asesinada— son reflejados como meras víctimas de las falacias lanzadas por la interesada ciudadanía francesa que acabarán devorados por su odio si no ponen remedio a su resquemor. Igualmente muy reparador es el personaje del hijo del monstruo Lajoie, el joven Leon que representa a esa juventud rebelde e inconformista con la visión social manifestada por sus progenitores que será la esperanza en un futuro en el que la convivencia y la reflexión triunfen sobre la aversión y el desprecio. Esa juventud parece que fracasó en su intento, por lo que podemos ver en nuestros días, siendo la lucha y la confrontación el esquema que aparentemente ha triunfado en la Europa actual. Los miedos que Boisset sentía en los años setenta, están hoy a punto de estallar si no ponemos remedio…
Todo modo de amor al cine.