La película da inicio con un impactante asesinato de una mujer casada por parte de su amante. Luego, el marido de ella buscará venganza y matará al homicida, con un cuidadoso plan que aparente suicidio, pero un taxista lo verá salir del sitio del crimen sin la más leve sospecha de lo que había sucedido allí. Aquí comenzará la caza del testigo.
Se trata de una auténtica joya del cine negro francés, realizada de manera sorpresiva por Edouard Molinaro, un director experto en el género de comedia, que para esta ocasión se lució estructurando un magnífico thriller que, en su momento, estableció una especie de ruptura esquemática con el conocido cine negro galo de la época, emergiendo como un filme excepcional.
Un témoin dans la ville posee una estética digna de admiración, mezcla con maestría elementos escénicos y personajes en una simple estructura narrativa que dota de una armónica fluidez al desarrollo de la historia, lo que hace que el interés por la misma no decaiga en ningún momento.
A esto hay que sumar un sugestivo uso del jazz para ambientar algunos entretelones del filme. Notaremos como, por ejemplo, en algunos momentos de la película aparecerá una melodía pausada y misteriosa para matizar momentos de incertidumbre o antesalas de desenlaces. Todo el virtuosismo del saxofonista Barney Wilen es explotado prudentemente en esta película.
Admira ver en esta cinta como un hecho tan impactante como un asesinato es incluido en la cotidianidad de una compañía de taxis, que se verá involuntariamente inmersa en una historia de terror. Y es en este contexto cuando el sentimiento de solidaridad se lo eleva a niveles de tensión escénica.
Un témoin dans la ville posee la capacidad de generar contrapuntos moralistas, pues uno de los asesinos podría emerger como una alternativa a la incapacidad de la justicia formal de castigar a un culpable. Aunque, en su conjunto, el filme logre esclarecer el panorama ético cuando revele la transformación que sufre el “justiciero” víctima de las circunstancias y que lo llevarán a realizar acciones deplorables, al verse descubierto y acorralado.
Lino Ventura, uno de los mejores actores franceses de todos los tiempos, consigue una actuación sobria y soberbia en este filme, en donde dejó ver toda su calidad y magnetismo protagónico, que lo hizo convertirse en uno de los principales rostros del cine negro europeo. Su impactante presencia le bastó para que, prácticamente en silencio (pues es partícipe de muy pocos diálogos en este filme), estructure un personaje radical y complejo: un hombre casi espectral que, de manera solitaria, se sumerge en un infierno que derrama tragedia a su entorno.
Un proceso de intriga acompasado y lento será el compás que marque el avance de esta película, que se desarrolla básicamente en la oscuridad de la noche, como tratando de crear un parangón con una pesadilla.
El ambiente parisino de la época es elocuente: sus calles, sus casas, sus bares, su transporte, sus hoteles, su noche, su clima, etc. confluyen en un intento por dotar de realismo mágico a una cruel historia. La fotografía de la cinta está compuesta por un perfecto blanco y negro, que casi no permite contrastes de sombras, presumiblemente para evitar comparaciones con la estética del cine negro americano.
La película cuenta con un guión muy llamativo, algo entendible si consideramos que se basa en una novela de Pierre Boileau y Thomas Narcejac, auténticos maestros de la literatura negra y del suspense; basta decir que un par de sus obras pasaron a ser míticas al deslumbrar en sus adaptaciones cinematográficas: Vértigo, de Alfred Hitchcock, y Las Diabólicas, de H.G. Clouzot.
La famosa actriz italiana Sandra Milo, que en este filme actúa como una operadora de radio taxi, pondrá el toque de sensualidad y romanticismo para que la historia del filme también confluya en una trama idílica y trágica.
La escena final del filme es de antología, fruto de acciones que llevan a niveles de gran intensidad la figura de “un solo hombre contra el mundo”.
La pasión está también en el cine.