Las familias siempre son únicas e irrepetibles, sin embargo, por estrambótica o anodina que nos pueda parecer alguna de las múltiples familias retratadas en los films, siempre encontramos algún punto de conexión con la nuestra. Así es, no existe una sola familia normal en este mundo, y los fanáticos del séptimo arte se empeñan en recordárnoslo a cada momento.
Tema ineludible en el cine, siempre genera momentos agridulces que dan de sí en cualquier dirección sin importar el género. Esta misma semana llega a salas españolas la estadounidense Ahí os quedáis (This Is Where I Leave You) y como es inevitable, nos invita a hablar de rencillas familiares antológicas, y de paso, malditas.
La propuesta alternativa viene por gracia de Cédric Klapisch. El francés siempre ha tenido predilección por aligerar con la consabida acidez francesa las relaciones personales, y una de sus más tempranas películas fue Como en las mejores familias (Un Air de Famille), adaptación de la obra de teatro de mismo nombre. La película comparte creadores con la obra, ya que fueron ellos quienes pidieron a Klapisch que la adaptase (con guión de los propios Agnés Jaoui y Jean-Pierre Bacri con ayuda del director), algo que atrajo reconocimientos y premios para todos.
Las adaptaciones de teatro tienen la virtud de convencer con sus diálogos y no con sus transiciones, así que no necesitan más que un lugar de encuentro para darnos a conocer esta simpar familia. El lugar elegido es la cafetería de uno de los hermanos, Henri, allí donde acuden cada viernes su madre, sus hermanos, su cuñada y su mujer para ir a cenar a un buen restaurante cercano. Una reunión rutinaria se va a convertir en el escaparate de todas las diferencias que presentan los Ménard como familia y como individuos.
Divertida y ocurrente, Como en las mejores familias hace una radiografía de cómo los adultos se convierten en niños cuando los problemas puntuales dan paso a todos los males comunes de aquellos que crecieron juntos y, a su manera, hicieron un camino paralelo. Aún así, todos tienen sus puntos en común, con sus imperfecciones incluidas.
A la mujer de Henri se le ha ocurrido que ese viernes es el día perfecto para desafiar el amor que siente por su marido y no regresar a casa, dejando a toda la familia anclada en el bar junto al camarero que allí trabaja, Denis (un magnífico Jean-Pierre Darrousin que sirve de contrapunto excepcional a esta terca familia). Todo empieza con comentarios sobre una pequeña intervención televisiva de Philippe, uno de los hermanos, comentarios que pasan de agudos a punzantes ante una madre controladora, una mujer consentidora y una hermana revolucionaria. Cuando el ataque comienza, la pelota pasa de mano en mano y paulatinamente todos reciben su porción de realidad con cierto anquilosamiento, que Klapisch relaja recordándonos que antes fueron niños, en una familia unida y despreocupada, el inicio de todas ellas.
Las pequeñas diferencias, convertidas en reproches ardientes surgen de forma espontánea ante todos los frentes que tienen abiertos los tres hermanos, cada uno arrastrando un problema del que todos quieren opinar. Cada uno, desde su posición, parece el mayor experto en cualquier tema, cuando todos tienen un punto de culpa o de defensa que explotar. Ahí están los adheridos a la familia, que calibran con sinceridad —el camarero por voluntad propia, la mujer de Philippe por su estado de evolutivo achispamiento que le produce un arranque desinhibido— los acontecimientos y vuelven la situación un poco más disparatada.
Pequeñas rencillas familiares fragmentadas que remiten constantemente a la obra original y que gracias a la buena elección de actores, todos desbordantes de personalidad, y el perro que les observa desde su cama ajeno a todo (el observador pasivo siempre es el más imprescindible), no dan puntada sin hilo para demostrar que sí, con diferencias incluidas y rencillas atrasadas, son una familia y así seguirá siendo el viernes siguiente. Lo que reza el título es cierto: Como en las mejores familias.