Ahora que Cosmopolis ha llegado a nuestras carteleras no viene mal echar la vista atrás y contemplar una de las obras de su director. Como hace relativamente poco nuestro compañero Rubén nos diseccionó una de las cintas de su primera época, Vinieron de dentro de…, hemos decidido ahora centrarnos en una etapa posterior, concretamente en el filme Crash (1996).
Si la obra del cineasta canadiense se asocia a algo, es al sexo, a la carne y la transformación de esta. Posiblemente, en este sentido, Crash sea la obra donde se ven de manera más clara las constantes de Cronenberg. Estamos en un submundo erótico de accidentes de coches, de excitante carne humana maltratada con fríos y lujuriosos metales alrededor, de sensuales heridas que cicatrizan lentamente o de la búsqueda del erotismo en los rincones más oscuros del alma humana. Esto se debe a la corrupción psicológica de los personajes de la obra a través de su desviación sexual acontecida por el maltrato de su cuerpo (por decirlo de alguna manera y para no usar la palabra deformación) que les produce los accidentes de tráfico.
Toda la obra respira puro Cronenberg. En primer lugar nos encontramos a James Spader quien un buen día, ¡oh, sorpresa!, descubre de primera mano que eso de tener un accidente de coche brutal tiene su puntito. El canadiense experimentó con el terror que produce descubrir que nos atrae algo que sabemos, o nos han educado, que no debería ser así. Pero si hay una idea que se puede sacar de la obra es que el cuerpo no miente. Nosotros podemos intentar evitarlo y luchar contra ello, pero si el cuerpo responde afirmativamente, no podemos esconderlo. James Spader lo descubre y lo acepta sin muchas pegas, somos nosotros los espectadores los que primero nos escandalizamos y luego seguimos viendo la película como si observáramos una perversión inconfesable a través de la mirilla de una puerta. Cronenberg juega no con los personajes, sino con el espectador.
Partiendo de la idea de unir el deseo sexual a los accidentes de tráfico se consiguen un puñado de escenas cargadas de erotismo, morbo y sensación de adentrarse en un mundo prohibido y peligroso. Holly Hunter y Rosanna Arquette, entre otros, elevan la atmósfera decadente y malsana a cotas inimaginables de placer visual donde todos los sentidos están alerta. Los personajes se descubren y se ponen a prueba, viendo hasta dónde son capaces de llegar. Algunos, acabarán abrasados por el sol al intentar cogerlo con las manos. Hay quien me dijo una vez que la estructura tiene que ver más con una ‹road movie› llena de claras referencias al auto-conocimiento (como cualquier ‹road movie›, vaya) que con la estructura clásica a la que estamos acostumbrados. Sea como sea, la obra avanza gracias a los tórridos encuentros entre los distintos personajes.
Lo más jugoso de la propuesta, como ya hemos mencionado de pasada antes, es la mirada del director, jugando al voyerismo con el espectador. Realmente uno tiene la sensación de que el director nos espía a nosotros mientras contemplamos a los personajes. Sólo quedan dos posibles opciones ante este hecho. En primer lugar podemos no entrar en la película y sentirnos excluidos. No es esa la intención del cineasta ni la mejor forma de saborear el filme. Lo mejor es dejarse llevar por esa perversión de metales fríos que atraviesan la carne humana todavía caliente, en una combinación perversamente deliciosa. Lo mejor es disfrutar en la oscuridad de nuestro salón y permitirnos escapar al control de las imposiciones de la sociedad o a las ataduras de la moralidad, y contemplar con una sonrisa maliciosa el espectáculo que nos sirve en bandeja David Cronenberg. Podemos permitírnoslo. Al fin y al cabo, tan solo es una cinta. Lo que hace que nuestro placer esté fuera de peligro.
Ya saben, podemos engañar a quien queramos, pero no a nosotros mismos, no a nuestro cuerpo. El director parte de esta premisa para sumergirse en los recovecos del erotismo que se encuentra en el alma de un puñado de personas. No va por otro camino, ni busca respuestas. Así que ya saben. Acomódense en el sofá y disfruten de la carne agrietada con la sangre seca a su alrededor, de los metales que abrasan heladamente la piel, del placer del dolor propio y ajeno o del choque suave de dos cuerpos entre los restos de una destrucción material.
No se preocupen, nadie les mira.