Este fin de semana se ha estrenado en nuestros cines La Entrega, último film, del gran James Gandolfini (Los Soprano) y como alternativa a dicho estreno proponemos en esta ocasión El sindicato del crimen, película norteamericana, dirigida en comandita por Stuart Rosenberg y Burt Balaban en 1960, con la que ésta posee algunos puntos de contacto.
En La Entrega, su director Michaël R. Roskam —Óscar a mejor película extranjera 2011 por Rundskop (Bullhead, 2011)— adopta el formato de thriller dramático, mezclando a parte iguales suspense, violencia e incluso un cierto romanticismo. Gran parte de la acción se desarrolla en un bar de Brooklyn en el que un camarero llamado Bob (Tom Hardy), actúa como enlace, como simple intermediario, en un método encubierto de “transporte” ilegal de dinero ideado por gánsteres chechenos; el centro neurálgico de la operación es el bar en el cual éste trabaja para su primo y jefe Marv (James Gandolfini). Sin embargo, inesperadamente ambos serán víctima de un sorpresivo atraco que complicará gravemente el asunto.
Tanto La Entrega como El Sindicato del Crimen son dos films policiacos en los que el protagonista principal es un hombre normal y corriente que se ve implicado sin quererlo y a la fuerza con los turbios manejos de una una organización criminal: en el caso de La Entrega es por un asunto de dinero y en el de El Sindicato del Crimen, se trata de un cantante en paro (Stuart Whitman), que actúa como colaborador forzoso en homicidios perpetrados por asesinos a sueldo, que funcionan bajo las ordenes de un sindicato criminal.
El sindicato del crimen fue la primera película de Stuart Rosenberg, perteneciente a una generación de directores norteamericanos, de ideología liberal, que se forjaron en la televisión (Sidney Lumet, Delbert Mann, John Cassavettes, Robert Mulligan, Arthur Penn o Mike Nichols). En el caso concreto de Rosenberg se encargó de la realización de episodios para seriales tan exitosos como Los defensores o Los Intocables.
En los créditos de El sindicato del crimen ésta aparece co-dirigida por Stuart Rosenberg y por Burt Balaban, productor del film. Esto es así, porque el realizador abandonó el rodaje de la película en apoyo de la huelga promovida por el Sindicato de Actores de Cine. Por ese motivo, Balaban optó por reiniciar y terminarla, lo que se traduce en una trama que evidencia un claro desequilibrio narrativo, como sí se nos ofrecieran dos películas diferentes en una misma historia, pero también una cierta descompensación en lo que se refiere al tratamiento dramático que presenta graves desniveles de intensidad conforme avanza la acción.
Hasta prácticamente la mitad del film se nos ofrece un drama policiaco al uso, muy sólido, en el que se nos cuenta las peripecias de este cantante en paro, interpretado “esforzadamente” por Stuart Whitman, que debe colaborar obligatoriamente con unos asesinos a sueldo en sus trabajos, a cambio de saldar un préstamo que no puede pagar a uno de ellos (un genial Peter Falk). Hasta aquí la historia resulta entretenida, interesante y narrada con suspense, agresividad y gran intensidad dramática. Sin embargo, a mitad del film, aparece una voz en off que va narrando diversos sucesos, a modo de reportaje periodístico, al estilo de otros films policiacos ofrecidos también en formato semi- documental como Yo creo en ti (1947) de Henry Hathaway o La Calle sin nombre (1948) de William Keighley.
El argumento también da un giro brusco cuando el drama personal del personaje interpretado por Stuart Whitman pasa a un segundo plano y se nos ofrecen los esfuerzos por parte de un policía y una especie de Elliot Ness por desarticular al sindicato criminal. En esta ocasión, lo que se busca es alguien que “cante”, un soplón que les ayude como testigo en su empeño, lo que nos evoca claramente un film de culto posterior como es Los secretos de la Cosa Nostra. Aquí la película gana en calidad debido a la interpretación de algunos secundarios pero sobre por la gran creación de Peter Falk (el famoso teniente Colombo) que hace una interpretación impactante e inolvidable de un criminal psicópata, que nos recuerda al De Niro de Uno de los Nuestros o Malas Calles.
Pese a ese desajuste narrativo, se trata de un film bastante reivindicable, cuyo olvido o desconocimiento por parte de los cinéfilos o aficionados al género resulta bastante injusto, muy bien realizado (la puesta en escena resulta excepcional), que nos ofrece momentos dramáticamente muy potentes y con un Peter Falk magistral e inolvidable.