Resaltar las virtudes de una cinta como Dos chalados y un fiambre —demencial título que calzó el traductor español, con muy buen tino seguramente tras contemplar la historia resultante trazada a lo largo del film, al original Men at Work— puede parecer a priori una tarea únicamente reservada para fans de los hermanos Carlos —Aka Charlie Sheen— y Emilio Estevez —lo más parecido a la España cañí que tenemos en los avanzados Estados Unidos de América, no solo por el origen gallego de la estirpe, sino igualmente por el carácter fiestero y desenfadado sobre todo del mítico protagonista de Platoon— o del mismo modo, para fanáticos de las comedias idiotas y descerebradas que plagaron los cines de todo el mundo a lo largo de la década de los ochenta. Y es que esta película, la segunda como director del más intelectual de los hermanos Emilio Estevez tras ese despropósito compartido con la leyenda Robert Wise que fue Wisdom, puede catalogarse como una especie de comedia crepuscular que definió el ocaso de esa comedia irreflexiva y atolondrada característica del cine americano de los ochenta más bien dirigida a ese público adolescente ávido de contemplar las peripecias de unos chalados sin oficio ni beneficio que gracias a su capacidad de adaptación a un entorno hostil y corrupto acababan convirtiéndose en super-héroes sin disfraz ni capa que vencían a la corrupción, la mafia organizada y los criminales para demostrar que el frikismo y la juerga sin fin acabarían conquistando no solo a las bellas mujeres que acompañaban a estos agradables muchachos, sino igualmente el mundo.
Lo primero que debe quedar claro para no llevar a engaño al lector es que la película es mala de cojones, si es que son los aspectos más depurados del arte cinematográfico las variables que guían el gusto y querencia del espectador. Pero precisamente este carácter achacoso y cutre es lo que convierte a Dos chalados y un fiambre en una delicia de primera categoría que deleitará a todos los que nos sentimos atraídos por esos sub-productos de carácter desprendido que únicamente tienen la pretensión provocar la carcajada espontánea al espectador. Sí, esta es una de esas películas que de malas son buenas, y este es un input que conviene reivindicar en unos tiempos en los que parece que llevar la etiqueta de cinéfilo es un hecho que choca de frente con contemplar ese cine casposo y pícaro que tantas alegrías nos ha dado a los aficionados al cine a lo largo de la historia. Al revés, parece que solo se es cinéfilo si nuestro filmaffinity o imdb está repleto de cintas soviéticas, polacas y orientales que a nadie, más allá del propio interesado, atrae. Es por ello que creo que conviene recuperar de vez en cuando ese cine que no se toma demasiado en serio a sí mismo como perfecto reflejo de nuestra dicotomía existencial.
La cinta se tejió como un perfecto vehículo para el lucimiento de la pareja de hermanos Charlie Sheen y Emilio Estevez, un dúo de perfil antagónico no solo a nivel personal sino que también profesional, que se hallaban en su apogeo allá por finales de los ochenta. Charlie, estaba en su mejor momento artístico y profesional encadenando éxitos como Platton, Wall Street, Arma joven —también junto con Emilio— y El principiante, mientras que Emilio a pesar de ser un actor que encuadernaba las carpetas de las adolescentes ochenteras, parecía que a diferencia de su pariente deseaba tomar otros derroteros artísticos más encaminados a dirigir y escribir sus propias historias, el bueno de Emilio acababa de debutar en la dirección con ese engendro titulado Wisdom e igualmente había firmado algunos de los guiones de las películas que había protagonizado con más bien escaso éxito de crítica y público como por ejemplo esa adaptación de la novela juvenil de S.E. Hinton —autora emblema de la generación de actores que revolucionó de la mano de Francis Ford Coppola la década de las hombreras y el techno— That Was Then, This is now.
Partiendo de esta lanzadera temporal, Emilio decidió hacer un Orson Welles, escribiendo, dirigiendo y protagonizando una comedia que parecía iba a marcar un antes y un después en el cine americano. De este modo, decidió pedir ayuda a su estimado hermano Charlie Sheen, para así compartir con su amigo y familiar las mieles de la leyenda. El guión no encerraba ningún misterio. Se trataba de la típica historia que mezclaba el cine de acción y la comedia que tantos triunfos monetarios tuvo a lo largo de aquellos tiempos. Así, la cinta ostenta múltiples referencias de las que bebe sin ningún tipo de complejo. Desde Superdetective en Hollywood, pasando por Dos pájaros a tiro, o las que sin duda son las grandes influencias del film, la simpática Procedimiento ilegal —cinta que contaba en su elenco con Emilio y que por tanto fue un punto de referencia indudable para el hijo de Martin Sheen— y el claro antecedente cómico de la cinta que no es otro que la desfasada Este muerto está muy vivo, típico ejemplo de ese cine casposo, grasiento, saturado de colesterol y muy pegado a su época del que la cinta de Estevez toma no pocos chistes y homenajes someramente espontáneos. Pero la osadía del neófito autor fue mucho más allá. Y es que en la cinta existen también otros guiños más ambiciosos desde el punto de vista cinematográfico que homenajean a cintas tan dispares como Taxi driver, La naranja mecánica o Arma letal, siendo por tanto la película una especie de parodia de esas buddy movies de acción de los ochenta con pinceladas cinéfilas en la que se nota la excelsa cultura cinematográfica de Emilio Estevez.
En este sentido, la cinta se divide en dos partes claramente diferenciadas tanto en su tono como en su propuesta de autor. Resulta clarividente que la cinta parece querer adscribirse en un principio al cine de acción puro con algunos toques someros de comedia. La primera parte —que alcanza aproximadamente los primeros 45 minutos del film— es sin duda la más aburrida y menos interesante del film. Y es que la película sufre de un serio problema de in-definición en este vector, no terminando de apostar definitivamente hacia el cine de acción o hacia la comedia, mezclando ambos géneros sin la gracia y el desparpajo preciso en este tipo de cintas. La cinta arranca con una escena típica en la que se muestra a un político aspirante a alcalde de la ciudad mezclado en un turbio asunto de corrupción con una especie de mafioso que está empleando el río de la ciudad para verter los residuos tóxicos que genera su industria saltándose todos los procedimientos legales a cambio de untar al concejal. Sin embargo, el político decidirá grabar una conversación con el criminal metido a empresario para proteger sus intereses, hecho que incitará a que el malhechor envíe a un par de esbirros para detraer la prueba y matar al traidor. Paralelamente, un par de vagos sin oficio ni beneficio, amantes del surf, la juerga y las mujeres trabajan como basureros, compitiendo por ser los más guays del barrio con otra pareja de basureros a los que no dudan en gastar pesadas bromas escondiendo bombas cargadas de mierda en las taquillas del vestuario, compartiendo ambos outsiders generacionales un piso situado justo en frente de la asesora de campaña del político corrompido, mujer que tiene absolutamente hipnotizado a uno de ellos – como no, el gandul interpretado por Charlie Sheen-.
Todo este tejemaneje acabará con el político asesinado por los matones mafiosos, un cadáver escondido en la basura que terminará acompañando a Charlie y Emilio a lo largo de todo el metraje, una investigación llevada a cabo por la pareja de amigos en la que les acompañará un antiguo veterano del Vietnam desequilibrado de sus facetas mentales —interpretado por el gran Keith David— en la que se inmiscuirán los basureros rivales de nuestros protagonistas y una pareja de policías bastante patosos. Como he comentado, este tramo del film es sin duda el más casposo y chabacano del film. Repleto de chistes sin gracia, situaciones rocambolescas protagonizadas por los hermanos Estevez, los cuales demuestran su nula química para la comedia compartida, y sobre todo una falta de ritmo propiciado por el deseo de Emilio de querer controlar todos los aspectos relevantes del film, convierten a estos primeros minutos en un tedio más peligroso que sufrir en nuestras propias carnes una patada en los huevos cortesía de Cristiano Ronaldo. La escasa comedia de estos minutos tienen el problema de no poseer ni pizca de gracia y las escenas de suspense y acción son tan caricaturescas que no terminan casando con la pretensión de Emilio de construir una obra de acción apoyada en situaciones cómicas. Lo más destacado de esta parte sea quizás contemplar que Emilio y Charlie no nacieron para trabajar juntos, siendo la cara de palo de Charlie Sheen de esas jetas que hacen historia en las escuelas de nula capacidad para la comedia.
Pero… algo cambia en el ambiente justo en el momento en que Charlie y Emilio separan sus caminos y escenas. Y es que los 45 minutos finales del film son históricos. No recuerdo un tramo más demencial y surrealista en la historia del cine reciente. Así, la película tuerce totalmente el registro justo en el momento en que Emilio se da cuenta que su producto se le había ido de las manos. Consciente de lo casposo de lo desarrollado, Emilio decidió saltar al vacío dejando que la espontaneidad fluyera por sí misma, sin controles y con total anarquía. De este modo, la cinta se transforma para convertirse en un esperpento de trazo muy grueso esculpido a través de secuencias surrealistas en las que Charlie Sheen da un recital de descaro y desvergüenza marcando el claro precedente de su Dos hombres y medio. Por tanto, es justo en el instante en que Sheen se desata de ligaduras y métodos interpretativos cuando el film alcanza la grandiosidad que buscaba desde el principio. Los chistes de mercadillo, los métodos de seducción de hembras made in Charlie Sheen con esa mirada que congela al contrincante femenino a través de la idiotez y el equívoco, la absoluta locura que cala en la historia paralela experimentada por el tosco Emilio Estevez junto al desequilibrado personaje interpretado por Keith David a los que se une un actor marca de la casa de la comedia adolescente americana como fue Dean Cameron junto con toda una serie de escenas que beben el surrealismo más puro para envidia de Luis Buñuel y los maestros del cine polaco de los sesenta, convierten a la cinta de Estevez en una pieza de categoría ecuménica para cualquier coleccionista del cine más pringoso y divertido.
He de confesar que casi me meo de la risa con varias escenas del film, resultando pues muy difícil esconder la carcajada en varios tramos de este vector final y loco que compone Estevez. Imposible contenerse en la secuencia en la que Sheen se cuela en el edificio de la asesora del político asesinado haciéndose pasar por una especie de sanitario loco y tartamudo que vuelve literalmente loca a su interlocutora, inventando esas muecas faciales tan características de un personaje escapado de un manicomio. Pero, es que Emilio no le va a la zaga. Conocedor de su nulo talento para la comedia, reservará a su personaje un papel secundario para adornar con unas terriblemente ejecutadas secuencias de acción los derroteros culminantes de su obra, gracias a la aparición de un villano ciertamente caricaturesco interpretado por el siempre solvente John Getz, el cual parece querer decir al espectador con cada una de sus histriónicas apariciones que fue su representante el culpable de meterle en semejante berenjenal —él no quería—…
Pese a sus negligentes resultados, Dos chalados y un fiambre es una película que sin duda se disfruta en total plenitud, ostentando la difícil cualidad de resultar una cinta ciertamente simpática capaz de hacer experimentar al espectador un rato realmente hilarante y agradable que permanecerá en el recuerdo hasta el día del juicio final. Y es que, sus surrealistas diálogos, su nula planificación de guión, las patéticas interpretaciones tanto de Emilio como de Charlie, y la falta de presupuesto y talento para rubricar las escenas de acción no son un obstáculo para que la locura, el humor de brocha gorda y el disparate logren sacar adelante una obra que vista a día de hoy conforma un perfecto ejemplo de la culminación de un tipo de cine que se extinguiría como los dinosaurios en años venideros y cuya principal virtud consistía en el carisma de sus instigadores para conectar con un público al que no le importaba lo más mínimo tragarse un engendro defectuoso. ¡Cómo se echa de menos a estas cintas carne de fanzines!
Todo modo de amor al cine.