Sobre la controvertida figura del cineasta estadounidense Joseph Losey han llovido ríos de tinta que convierten en un acto repetitivo sin apenas interés cualquier intento de acercarse ligeramente a su enigmática mitología. Como todo buen aficionado conoce, Losey fue una de las víctimas propiciatorias de la miserable Caza de Brujas llevada a cabo por el senador McCarthy a principios de los años cincuenta. Comunista convencido, al de Wisconsin no le quedó más remedio que emigrar a tierras británicas para seguir desempeñando su carrera como autor, no solo cinematográfico, sino igualmente teatral. De sobra es conocida la fascinación que sentía el director de El sirviente por las tablas escénicas, siendo el teatro el primer y casi único amor que conquistó a Losey a lo largo de su trayectoria profesional, quizás por encima del propio universo cinematográfico. Ello se advierte en sus mejores y más emblemáticas obras para el cine, las cuales conservan ese tono teatral asfixiante que tan buenos resultados conllevaron a la hora de traducir al séptimo arte las historias de Harold Pinter que el americano edificó en su popular trilogía o del mismo modo para plasmar la lúgubre decadencia de la Europa beligerante en esa obra mayor que es El otro señor Klein.
La clave del enigma se sitúa en esa primera fase británica del director de Eva auspiciada bajo la protección del excelente Stanley Baker, que acogió al amigo americano como un pariente fraternal permitiendo de este modo retornar por la puerta grande a Losey al mundo del cine. Junto al actor británico, el estadounidense erigió otra pequeña trilogía (que a mí me gusta denominar como la trilogía Baker) marcada por historias de tono muy social enmarcadas en una atmósfera de cine negro. Sin embargo, bajo esta apariencia de noir clásico, estas películas escondían oculto en sus exoesqueletos todas las obsesiones de este fantástico cineasta, alcanzando desde la persecución paranoica de un inocente por parte de poderes invisibles ligados a las altas esferas sociales —la caza de brujas siempre presente en la atormentada mente de Losey—, la puesta en escena más perteneciente al cosmos del teatro que al del cine, la asfixia que el encierro existencial y la soledad propicia en los seres humanos o por poner otro ejemplo las consecuencias que los pérfidos juegos de seducción y falsos artificios pueden incitar en la lánguida persona de un ingenuo sin maldad ni ambiciones dinerarias.
Se trata de la primera colaboración entre Baker y Losey —después vendrían El criminal y Eva—, constituyendo una magnífica carta de presentación que sentaría las bases del cine británico cincelado por el estadounidense. Lo primero que llama poderosamente la atención del film es su estructura descansada estrictamente en los paradigmas del teatro. Así, Losey construyó su obra como una especie de entremés dividido en seis actos, cada uno de los cuales situado en un entorno exclusivo que sirve de escenario para desarrollar cada una de las maniobras dramáticas que tejen el film. En este sentido, ciertamente cautivador resulta el hecho de que la historia fluya con el ínfimo apoyo escénico que ostenta el film —como ya he comentado, la trama fija su devenir en seis lugares de los que no son capaces de escapar los actores gracias a la afilada cámara de Losey que continuamente seguirá los pasos de los mismos a lo largo de las habitaciones y estrechos pasillos que atosigan la vestidura vital de los protagonistas—, sin que ello repercuta al resultado final de la obra, la cual pasa en un abrir y cerrar de ojos a pesar de la aparente rigidez que la ausencia de escenas exteriores y transiciones melodramáticas podría a priori suscitar en la cinta.
La trama parte de la típica historia policial de investigación de un asesinato a la que se une la presunción de culpabilidad de un inocente que por los avatares del destino se encuentra en el lugar equivocado en el momento más inadecuado. Esta argucia muy explotada en la literatura y el cine clásico es transformada por Losey en una especie de Macguffin que es empleado para pintar una fábula social que arroja su bilis en contra de los convencionalismos y las malas artes propias en las clases adineradas que ostentan el poder con mano de hierro para fustigar con él, la insípida felicidad de los pobres diablos inmersos en los perversos juegos políticos y sociales llevados a cabo por los poderosos. De este modo, la cinta arranca mostrando a un risueño pintor de origen holandés llamado Jan-Van Rooyer (interpretado por el sex-symbol alemán Hardy Krüger) aterrizando en un lujoso apartamento de la zona noble londinense. El estruendo de una melodía de música jazz que brota del fonógrafo de la casa pronto se verá interrumpido por la llegada a la misma de una pareja de policías que interrogarán al ingenuo pintor sobre el motivo de su estancia en el lugar. El recelo inicial de Jan se confirmará al descubrir que el cuerpo de una mujer, muerta por asfixia, reposa en la cama de la habitación del hogar. Se trata de Jacquleine Cousteau, una sofisticada y frívola dama de la alta sociedad británica con la que el pintor mantenía un intenso romance a espaldas de su marido. Todo apunta a que el artista es culpable del asesinato de su amante, pero la agudeza investigadora del inspector Morgan (Stanley Baker como siempre soberbio), permitirá reconstruir los hechos que antecedieron al asesinato. De la misma se advertirá la implicación de un diplomático británico en el suceso, así como las dudas que acechan la identidad de la víctima, que en lugar de adquirir la figura de una elegante burguesa de origen galo, parece que en realidad se trataba de una cabaretera que escupió su odio hacia el género masculino adoptando como una especie de gigolo al bondadoso Van Rooyer.
Narrada a través de flashbacks que ayudan a perfilar cada uno de los personajes principales del film, la trama se va torciendo a medida que avanza el metraje, incrementando poco a poco la intensidad melodramática de la misma para finalmente explotar con un giro espectacular que da sentido a toda la fábula planteada por Losey. La película es una maravilla desde el punto de vista narrativo, siendo un perfecto ejemplo de como una simple rutina de suspense termina mutando en algo más que una típica historia de asesinatos pendientes de resolver, dejando que la trama recorra sin prisa pero sin pausa las complicadas aristas que la componen, hecho este que sustentará el armatoste melodramático del film el cual se sigue con sumo interés gracias a ese ritmo in crescendo con el que el americano esculpió su obra. Así pues, el rompecabezas que propone Losey lejos de resultar enrevesado y artificial evolucionará hacia una dimensión más propia del cine social británico de los sesenta (el «Free cinema») sin que ello repercuta negativamente en la concepción de puro suspense en la que se engloba la línea principal de la película, saliendo Losey por tanto victorioso del atrevimiento sumamente arriesgado que planteó a nivel melodramático.
Todo el elenco de actores está sencillamente espectacular, pero de ley es resaltar la magnífica pareja que forman el acusado Hardy Krüger y el cazador Stanley Baker, que a pesar de contar en esta ocasión con un rol muy secundario, ayudará con su presencia a engrandecer la conclusión del enigma. Como he dejado entrever anteriormente, la cinta desprende una aureola que traspasa los mandamientos del noir más estricto, tocando subtramas relacionadas con la denuncia social e incluso con un primitivo erotismo. Y es que, para mi, La clave del enigma vuelve a presentar esa alucinación vinculada con el pasado del director de Accidente, en la que un inocente es perseguido y enjuiciado injustamente por el sistema, representado en esta ocasión por la burguesía política británica y los miembros del cuerpo policial más interesados en proteger los intereses de su amo que el bienestar de una víctima inocente. Esta pesadilla que Losey sufrió en sus propias carnes, fue dibujada de un modo muy poético, entretenido y subliminal por un cineasta que empezaba a despuntar en tierras inglesas todo el talento demostrado en su país de origen. Puesto que esta La clave del enigma constituye uno de los filmes más seductores y fascinantes de ese perseguido por la Caza de Brujas americana llamado Joseph Losey.
Todo modo de amor al cine.